Arrecia el viento, su voz
llega hasta mí a través de la pequeña abertura de la puerta del
balcón. Y digo bien, su voz, porque el viento la tiene y te habla. A
veces es como un susurro que te acaricia, cuando se reviste de suave
brisa. En otras ocasiones te apabulla y vapulea, anda agresivo,
cabreado quizá por alguna tormenta. Pero hoy es vigor lo que
transmite, una fuerza que da vida, impulsa a llevar a cabo todo lo
que uno quiera. Porque esa fuerza no desmedida impulsará la vela de
cualquier velero que por el mar navega. Y si quien lo timonea sabe a
dónde va, llegará gracias a ella.
No supe cómo pero
conseguí hace unos años escribir mi primera novela impulsada por el
viento. Navegué sin tormentas por el mar de la fantasía, de la
emoción y el sentimiento. De creencias no meditadas que afloraron en
ese momento. De tradiciones vividas y comidas por los tiempos.
Reí y más aun fue lo
que lloré, pero mi llanto no fue de dolor, solo sentimiento, puro
sentimiento por aquellos que a través del viento me dieron algo más
que la vida, que ya me dieron. Su regalo fue el mayor tesoro que hoy
poseo, escribir, escribir impulsada por el viento.
La Villa de Sofia, la
primera novela, me atrevo por fin a editarla después de otras porque
llegó ya su momento. El viento me lo pidió y yo viajo, vivo y
existo gracias al viento.