El señor Pérez tenía muy mala leche. Por cada cinco minutos que llegaba tarde le descontaba 1 euro de los incentivos.
Aquel día como el resto de la semana, llovía. Malo, no podría ir a pintar la fachada. Eso le suponía perder 100 euros esta semana.
Cuando le mandaba a restaurar alguna fachada cobraba extra.
La maldita lluvia jugaba en su contra, como casi todo. Vivía en una mala pensión, en un barrio de peor reputación.
Comía, comida envasada todos los días. Los domingos se permitía el lujo de hacer un extra. Iba de restaurante, a un chino u otro de los baratos, comía caliente.
Eso era todo el lujo que podía permitirse. Se casó con la mujer que creyó que le quería. Él estaba enamorado, pero ella después de parir a los gemelos, le dejó.
Con ella se fue la casa que tenía y más de la mitad del sueldo.
Anduvo un par de años en muy baja forma, perdió el empleo, se dedicó a beber y al juego. Contrajo toda clase de deudas. Tocó fondo y un día se miró al espejó y se asustó. No parecía él, era otro, al que ni siquiera conocía. Trató de volver a vivir.
Tardó otro par de años en recuperarse y llegar a ser medio persona, lo que es ahora.
No volvió a buscar a ninguna mujer, de las que parecen decentes. Solo furcias viejas y malolientes. Lo único que podía pagarse de cuando en cuando. Con los 100 euros extras que cobraba cuando pintaba fachadas.
"Poco pierdo, total esas tías no valen nada" Pensó, viendo que la lluvia no cesaba.
Tampoco encontró un empleo en condiciones. Al final y, después, de comerse el coche y agotar todas las tarjetas. Llegó el milagro. Pintores Pérez le dio trabajo.
No tenía experiencia y le contrató como ayudante de pintor. Hace tres años que pinta. Siempre va él solo, es el único empleado.
Pero sigue siendo a efectos de cobro, ayudante. Ya no tiene deudas y ahora intenta ahorrar para poder vivir en otro sitio. Alquilar algo. Con el sueldo que tiene, ni covacha encuentra en Madrid.
El señor Pérez le acaba de dar la orden del día, un garaje, odia los garajes.
Está claro que hoy no es su día. Apenas sale de Madrid ha pinchado, no lleva ni una maldita capucha.
La lluvia arrecia y queda completamente empapado. Como no podía faltar, un atasco le entretiene otra media hora.
Por fin llega a la finca, la dueña le recibe muy estirada. Es mayor, unos sesenta le echa, muy arreglada.
Al poco de empezar a pintar el garaje, la susodicha aparece. Le invita a café y le pide que pase a la casa.
Dani, se resiste, va con mucho atraso y no se sacará el jornal, que necesita. Ella insiste y con insinuante sonrisa le dice "Te compensaré por el tiempo que pierdas guapo". Le habla de que está sola, de que no tiene a nadie. Su marido le engaña con la secretaria. Le lleva a la habitación, insiste en que su cuarto necesita una mano de buena brocha. Dani la sigue, ya ha comprendido que desea la Señora. Y llega a la conclusión. "Como llueve y no cobraré extra la solitaria madama, me puede servir para tener una fiesta. Y, además, aunque vieja huele a lujo, está limpia y apañada". Así que se mete con ella en la cama y la deja más que satisfecha.
Le da 100 euros para compensarle, Dani los guarda, dando las gracias educado. Va a seguir pintando el garaje. "Y eso que no es mi día"
Y no, no era su día, pero aún no lo sabía. Después de comer, la señora vuelve a buscarle. Sigue sintiéndose sola y quiere recrearse "conversando" un poco más con él. Le adelanta la recompensa, esta vez el doble. El negocio le parece redondo por ensartarla de nuevo. No tiene bastante, le pide más y él le da una y otra vez. Hasta que ya ni siente. ¿Otro orgasmo? No, un espasmo. ¿Qué le pasa? No contesta y, de pronto, se da cuenta de que está muerta.
A duras penas puede salir de ella. Espantado retrocede, en pelota picada sale. Regresa, coge la ropa y los 200 que la vieja solitaria ha dejado sobre un mueble. La mira, los ojos abiertos de par en par al igual que la boca. Los pechos arrugados, vacíos y caídos. Los muslos enflaquecidos abiertos, no resguardan a un despoblado pubis.
Y Dani, que pasó 16 años de su vida en un colegio de curas, se santigua y reza un padre nuestro.
Luego vuelve al garaje, termina de pintarlo y regresa a Madrid. Lleva 300 euros en el bolsillo.
"No era mi día pero tampoco el de ella, o quizá el de ella sí. No ha muerto sola y estaba feliz"
Aquel día como el resto de la semana, llovía. Malo, no podría ir a pintar la fachada. Eso le suponía perder 100 euros esta semana.
Cuando le mandaba a restaurar alguna fachada cobraba extra.
La maldita lluvia jugaba en su contra, como casi todo. Vivía en una mala pensión, en un barrio de peor reputación.
Comía, comida envasada todos los días. Los domingos se permitía el lujo de hacer un extra. Iba de restaurante, a un chino u otro de los baratos, comía caliente.
Eso era todo el lujo que podía permitirse. Se casó con la mujer que creyó que le quería. Él estaba enamorado, pero ella después de parir a los gemelos, le dejó.
Con ella se fue la casa que tenía y más de la mitad del sueldo.
Anduvo un par de años en muy baja forma, perdió el empleo, se dedicó a beber y al juego. Contrajo toda clase de deudas. Tocó fondo y un día se miró al espejó y se asustó. No parecía él, era otro, al que ni siquiera conocía. Trató de volver a vivir.
Tardó otro par de años en recuperarse y llegar a ser medio persona, lo que es ahora.
No volvió a buscar a ninguna mujer, de las que parecen decentes. Solo furcias viejas y malolientes. Lo único que podía pagarse de cuando en cuando. Con los 100 euros extras que cobraba cuando pintaba fachadas.
"Poco pierdo, total esas tías no valen nada" Pensó, viendo que la lluvia no cesaba.
Tampoco encontró un empleo en condiciones. Al final y, después, de comerse el coche y agotar todas las tarjetas. Llegó el milagro. Pintores Pérez le dio trabajo.
No tenía experiencia y le contrató como ayudante de pintor. Hace tres años que pinta. Siempre va él solo, es el único empleado.
Pero sigue siendo a efectos de cobro, ayudante. Ya no tiene deudas y ahora intenta ahorrar para poder vivir en otro sitio. Alquilar algo. Con el sueldo que tiene, ni covacha encuentra en Madrid.
El señor Pérez le acaba de dar la orden del día, un garaje, odia los garajes.
Está claro que hoy no es su día. Apenas sale de Madrid ha pinchado, no lleva ni una maldita capucha.
La lluvia arrecia y queda completamente empapado. Como no podía faltar, un atasco le entretiene otra media hora.
Por fin llega a la finca, la dueña le recibe muy estirada. Es mayor, unos sesenta le echa, muy arreglada.
Al poco de empezar a pintar el garaje, la susodicha aparece. Le invita a café y le pide que pase a la casa.
Dani, se resiste, va con mucho atraso y no se sacará el jornal, que necesita. Ella insiste y con insinuante sonrisa le dice "Te compensaré por el tiempo que pierdas guapo". Le habla de que está sola, de que no tiene a nadie. Su marido le engaña con la secretaria. Le lleva a la habitación, insiste en que su cuarto necesita una mano de buena brocha. Dani la sigue, ya ha comprendido que desea la Señora. Y llega a la conclusión. "Como llueve y no cobraré extra la solitaria madama, me puede servir para tener una fiesta. Y, además, aunque vieja huele a lujo, está limpia y apañada". Así que se mete con ella en la cama y la deja más que satisfecha.
Le da 100 euros para compensarle, Dani los guarda, dando las gracias educado. Va a seguir pintando el garaje. "Y eso que no es mi día"
Y no, no era su día, pero aún no lo sabía. Después de comer, la señora vuelve a buscarle. Sigue sintiéndose sola y quiere recrearse "conversando" un poco más con él. Le adelanta la recompensa, esta vez el doble. El negocio le parece redondo por ensartarla de nuevo. No tiene bastante, le pide más y él le da una y otra vez. Hasta que ya ni siente. ¿Otro orgasmo? No, un espasmo. ¿Qué le pasa? No contesta y, de pronto, se da cuenta de que está muerta.
A duras penas puede salir de ella. Espantado retrocede, en pelota picada sale. Regresa, coge la ropa y los 200 que la vieja solitaria ha dejado sobre un mueble. La mira, los ojos abiertos de par en par al igual que la boca. Los pechos arrugados, vacíos y caídos. Los muslos enflaquecidos abiertos, no resguardan a un despoblado pubis.
Y Dani, que pasó 16 años de su vida en un colegio de curas, se santigua y reza un padre nuestro.
Luego vuelve al garaje, termina de pintarlo y regresa a Madrid. Lleva 300 euros en el bolsillo.
"No era mi día pero tampoco el de ella, o quizá el de ella sí. No ha muerto sola y estaba feliz"
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