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Jacaranda o jacarandá es el árbol de las bellas flores. No tenía yo idea de su nombre, pero a diario lo veía desde la ventana y cuando llegaba su floración me quedaba extasiada contemplando la maravilla que era. Por fin un día alguien me dijo el nombre y que en Buenos Aires era todo un espectáculo. Así que allí me trasladé, vía internet que es mi modo de viajar.
Deslumbrada por el esplendor de la Jacaranda leí lo que fui encontrando y encontré que su nombre proviene del guaraní. Que no son pocos los poetas que han loado sus flores y que ha servido de inspiración a escritores. Que hay calles que son famosas en el mundo entero gracias a la Jacaranda, a su color espléndido y en algunos casos al abrazo en que se funden formando una maraña de color que deja sin respiración. Tan así te quedas cuando contemplas la alfombra con que cubre todo lo que hay a su alrededor al desprenderse las flores. Dan ganas de soñar sobre ella, porque sueños es lo que inspira, sobre todo sueños de amor.
Su belleza tan breve como efímera bien puede servir para recordar que así es la juventud. Pero esa transitoriedad, que en la juventud no repite, es solo un relajo, una espera que tiene término, y la jacaranda florecerá no una vez al año, en alguna parte hasta dos floraciones hará y una de ellas será en otoño.
Nos hace pensar que también el ser humano tiene dos floraciones: una la juventud, tan fugaz como espléndida, y otra andando hacia ese tiempo que vienen en llamar tercera edad, y no sin cierto menosprecio o dejando en el ambiente el desasosiego de lo finito. Qué desacertados los que dieron ese nombre justo al tiempo que más y mejor tiempo esconde. Es entonces cuando el ser humano está preparado para dar sus mejores flores, no ya por bellas a la vista, que sí las hay, sino por estar maduro su fruto. Repleto el ser de vivencias es más capaz que nunca de regalar al mundo sus conocimientos ya menos precipitados y sí experimentados, por tanto más certeros. Si la juventud es la prisa y la brisa y como tal leve capaz de mover pequeñas embarcaciones en cortas distancias, cuando no aire intemperante que quiere hacer volar los barcos en múltiples direcciones. La madurez es el aire templado que mueve los barcos sin que zozobren cruzando los mares en pos de un objetivo meditado y concreto.
Habrá alguien que traspasará ese temple propio de la edad y su aire será transgresor, distinto al resto incluso violento y ello puede llegar a zozobrar cualquier nave. Eso, aun sin ser censurable en principio, será la mejor muestra de que lo correcto y perfecto es la templanza que surge en esa segunda floración en el otoño del ser humano.
Mis saludos, golondrineros sed felices en cualquier floración.
Deslumbrada por el esplendor de la Jacaranda leí lo que fui encontrando y encontré que su nombre proviene del guaraní. Que no son pocos los poetas que han loado sus flores y que ha servido de inspiración a escritores. Que hay calles que son famosas en el mundo entero gracias a la Jacaranda, a su color espléndido y en algunos casos al abrazo en que se funden formando una maraña de color que deja sin respiración. Tan así te quedas cuando contemplas la alfombra con que cubre todo lo que hay a su alrededor al desprenderse las flores. Dan ganas de soñar sobre ella, porque sueños es lo que inspira, sobre todo sueños de amor.
Su belleza tan breve como efímera bien puede servir para recordar que así es la juventud. Pero esa transitoriedad, que en la juventud no repite, es solo un relajo, una espera que tiene término, y la jacaranda florecerá no una vez al año, en alguna parte hasta dos floraciones hará y una de ellas será en otoño.
Nos hace pensar que también el ser humano tiene dos floraciones: una la juventud, tan fugaz como espléndida, y otra andando hacia ese tiempo que vienen en llamar tercera edad, y no sin cierto menosprecio o dejando en el ambiente el desasosiego de lo finito. Qué desacertados los que dieron ese nombre justo al tiempo que más y mejor tiempo esconde. Es entonces cuando el ser humano está preparado para dar sus mejores flores, no ya por bellas a la vista, que sí las hay, sino por estar maduro su fruto. Repleto el ser de vivencias es más capaz que nunca de regalar al mundo sus conocimientos ya menos precipitados y sí experimentados, por tanto más certeros. Si la juventud es la prisa y la brisa y como tal leve capaz de mover pequeñas embarcaciones en cortas distancias, cuando no aire intemperante que quiere hacer volar los barcos en múltiples direcciones. La madurez es el aire templado que mueve los barcos sin que zozobren cruzando los mares en pos de un objetivo meditado y concreto.
Habrá alguien que traspasará ese temple propio de la edad y su aire será transgresor, distinto al resto incluso violento y ello puede llegar a zozobrar cualquier nave. Eso, aun sin ser censurable en principio, será la mejor muestra de que lo correcto y perfecto es la templanza que surge en esa segunda floración en el otoño del ser humano.
Mis saludos, golondrineros sed felices en cualquier floración.
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