Esto
lo publiqué hace cinco años, lo pongo hoy a petición de alguien que no
lo encontraba, sigue estando en el blog. Yo no he vuelto a trocear un
pollo. Hoy la tarde anda chunga, truenos incluidos, viene bien
aprovechar para aprender algo...
Ha sido toda una experiencia y no precisamente religiosa. ¿Sabéis trocear un pollo?
Pues
yo no sabía, lo hice una vez pero ni sé cómo. Hoy me he puesto delante
del pollo en plan intelectual. Se supone que tienen una anatomía que
todos conocemos, por tanto, tras una concienzuda exploración del bicho,
porque era un auténtico bicho de más de dos kilos y medio. He preparado
el instrumental. Hace unos días me cargué un cuchillo de los grandes
partiendo una paletilla, hoy no iba a repetir semejante estropicio. Así
que he optado por un hacha de cocina, un martillo y un cuchillo de acero
de los buenos. Procedo:
Primer
paso: encima de la tabla coloco al pollo sentado y le observo
detenidamente: descollado, sin cuello ni cabeza está el pobre. Mejor, me
evito cortarle la cabeza, eso será muy francés pero a mí como que no
me va. Mi intención es sacar las pechugas, es decir, lo que vienen a ser
los pectorales. Vale, recorro el contorno de la zona; estupendo parece
fácil, hay que abrir por delante. Inserto la punta del cuchillo y hasta
la mitad del tramo la cosa va bien. De pronto el pollo se tumba, ¡jod..!
casi me rebano la mano con la que le sujetaba. Bueno, igual es mejor
así, sigo cortando y llegó hasta el final y.... ni medio centímetro de
profundidad que he hecho. Tomo con resolución el hacha y la coloco en la
abertura, a martillazo limpio sobre ella he conseguido abrirlo. El paso
siguiente ha sido relativamente fácil y he logrado mi primera victoria. Tengo dos hermosas pechugas con alas incluidas.
Segundo
paso: quitarle el culo, (el ano en realidad) ahí ni anatomía ni nada,
hasta donde he visto que el cuchillo clavaba he subido, culo y el resto circundante que estaba bien grasoso, a la basura.
Tercer
paso: muslo y contra muslo. Digo yo que corresponde al fémur y la
nalga, por cierto que la “nalga” me encanta. Esta parte solo con el
cuchillo, después de delimitar bien la zona. ¡Ja! Esto va de cine, ya casi soy experta. Las dos piezas perfectas.
Cuarto
paso: lo que queda del pollo es más bien desagradable, lo llaman
carcasa y viene a ser el esqueleto de la espalda y poco más. Aquí hay
problema porque está lo que supongo es la columna vertebral, o sea hueso
gordo con huesecillos.
Primer intento de partir por la mitad la susodicha columna, para nada,
tres golpes cada uno en un sitio y el aspecto es desolador. Pues nada,
tiro por la tangente, coloco el hacha en el lateral de la columna y
martillazo va, martillazo viene voy bajando hasta el final. Por fin
tengo dos trozos, horribles por cierto, de esqueleto. Procedo a
cortarlos en pedazos pequeños apoyando el hacha y dando martillazos. Un
troceado de exposición, en un vertedero claro; seguro que Arguiñano,
que no tira nada, lo enfilaba de inmediato. Esta parte suelen usarla
para hacer caldos; pero a mí lo más parecido con color de caldo que me
va bien es el limoncello, así que lo pondré en la paella tal cual lo he parido, porque esto es casi un parto.
Último
paso: sacar las alas de las pechugas. Esa parte son falanges, en serio,
lo llaman así: primera, segunda y la punta que se desecha. Hago una
incisión por lo que debe de ser el hombro y tropiezo con hueso. Hachazo
que te crío, dos, listo. Separo la primera falange de la segunda y tiro
la punta. He terminado y tras lavarme las manos me siento a fumarme un
cigarrillo. Estoy agotada.
Mientras
lo hago trato de imaginar cómo se las apañan los que descuartizan seres
humanos. Porque si a mí el pollo me ha dado tanto trabajo con buena
herramienta, para cortar a un hombre la cosa requiere mucha imaginación,
buenas fuerzas y... ¿con qué? Ya lo tengo, con una sierra mecánica, las
de cortar pinos seguro que sirven.
Bueno,
de momento, con la experiencia del pollo voy servida. Ahora que el
próximo me lo trocea el carnicero, será lo mejor. Llevo el delantal,
(con delantal y todo que estoy) manchado de sangre, he salpicado la
pared y parte del banco. Ahora tengo que fregarlo todo con lejía, más el
tiempo empleado que también cuenta. Creo que me he ahorrado cincuenta
céntimos por comprarlo así. Y es que esto de la crisis te lleva a
extremos realmente irrisorios.
Fin de la historia, esta noche tendré que tomarme dos chupitos de limoncello para no soñar con el pollo sentado descabezado.
Sed
felices, y si no sabéis trocearlo no os molestéis en aprender, que os
lo trocee el carnicero que ya está acostumbrado y así de paso tenemos a
alguien trabajando. Ciao.
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