Rodeado
de flores, con su juguete preferido y el chupete, así emprende su
viaje el pequeño en años, grande en lo físico y más, mucho más
en su fortaleza para luchar por la vida. Héctor decidió por fin
anoche dejar su cuerpo en la tierra para volar alto, tan alto como la
estrella más rutilante del universo. Así ha sido él en los casi
seis años de su vivir, una estrella que iluminó con su sonrisa, con
sus besos, su mirada tantas veces extraviada y con frecuencia fija,
observadora de su entorno y de los rostros que se acercaban. Presto a
la escucha, entendiendo o no, pero a la escucha. Con sus manos
siempre dispuestas a dar palmas, a la caricia a menudo torpe pero tan
cálida que era un goce al que difícilmente podías sustraerte. Su
encantamiento era total con los sonidos musicales, con los colores,
los juguetes y los vídeos infantiles que siempre llevaba su madre en
el móvil para él. Como cualquier niño disfrutaba, a veces más que
otros y en ocasiones menos porque su mundo en ocasiones, demasiadas,
fue más mágico que real.
¿Sirvió
su vivir para algo más que sufrir? Quizá pueda alguien pensar que
fue vano su sufrimiento, pero eso quién lo sabe. No somos capaces de
ahondar en la magia de su pequeño o gran universo. Quienes lo
conocimos, y nos dolió cuando a él le dolía, gozamos momentos de
ternura, de afecto sin reservas, de ese que surge tan natural como la
luz que nos inunda tras la noche. Héctor, su vivir, ha sido luz y
sombra, pero valió la pena disfrutar su luz.
Tiene,
los tendrá siempre, unos padres coraje, su entrega física y
emocional ha sido total, digna de encomio. Por él, por estar a su
lado, hasta llegaron a los tribunales. Han sufrido más de lo que han
disfrutado con su hijo. Su lucha por ir hacia adelante, un paso más,
un año más, los llevó al agotamiento, del que salían apenas veían
esbozar una media sonrisa de su hijo. La esperanza se renovaba y con
ella su batalla. Ganaron muchas batallas, y no puede decirse que
perdieron la guerra porque se la ganaron al tiempo.
Hoy
tienen la pena, el dolor de la ausencia, el gran vacío que en su día
a día supone la marcha de Héctor. Tendrán que seguir siendo unos
padres coraje para llenar el inmenso hueco en su quehacer que no en
sus corazones. Su fuerza, tan gastada con su hijo, resurgirá con la
paz, con la satisfacción de haber hecho más allá de lo imaginable.
Recuperarán su vida, olvidada estos años, y disfrutarán con su
hija a la que sin duda dedicarán la atención que no pudieron
durante este tiempo.
Volverá
a brillar el sol en sus vidas. También sus noches estarán llenas de
luz, porque allá en lo alto, en lo más alto, una estrella, la que
más brille, los iluminará a diario. Héctor es esa estrella, ya no
hay sombras, solo luz.