23 julio 2015

UNA NOVELA PARA EL VERANO

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Alexandra es Cristina de Suecia. La primera reina de Suecia independiente, allá por el siglo XVII. Renunció al trono a la edad de veintisiete años, sus razones no las hizo públicas. Sí sabemos lo que hizo: convertirse al catolicismo. Con ello logró el apoyo de España para alejarse de Suecia y ser recibida con gran boato en Roma por el Papa.
Esa es la historia escueta, y lo que se ha escrito o contado en el cine resulta tanto y tan variado que no voy a mencionarlo, porque la historia se llena de historias y cada cual ha dicho lo que le ha convenido según su propio interés.
La novela “Alexandra Rey de Suecia” es eso: una novela. En la que he respetado datos históricos sobre esa mujer casi tan sorprendente hoy en día como lo fue en su tiempo, también he dado mi personal versión e interpretación de los hechos. No es fácil ser libre y vivir en libertad o incluso más allá, ella lo logró en su época y dejó boquiabiertos a todos.
Dicho esto aclaro que la novela tiene otras dos mujeres protagonistas, actuales y ya en la mera invención. La mayor parte de la ficción transcurre en Suecia y viajo por ese país que me ha encantado. Hay dos historias de amor, por tanto el romanticismo está presente de manera clara.
Lo más trascendente en el conjunto del argumento es la influencia de la vida de Cristina de Suecia en las decisiones de algunos de los personajes ficticios.
La novela puede gustar o no, eso queda para cada cual, pero tiene su interés por el personaje principal que no deja indiferente por sus conocimientos, su carácter rebelde e independiente, su influencia en la cultura de Roma y cómo no: su ambigüedad.
Sin dejar a un lado esa parte, el resto de la trama es entretenido y mantiene el interés hasta el final. Por todo ello os recomiendo su lectura.
Sed felices golondrineros.

09 julio 2015

APRENDER A SUICIDARSE SIN MORIR EN EL INTENTO

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VIVIR CUAL PALOMA 
(El relato no tiene nada que ver con la novela anunciada, es un regalo, un poco de humor negro para distraer el verano)

          Una paloma pasea con garbo por la plaza Navona, aún hay gente a pesar de que ya pasa largo de la media noche y es invierno, pero a ella, a la paloma, poco  importa. Anda resuelta alrededor de la fuente de Neptuno, tal que fuese la dueña y señora, que lo es, de su entorno centenario.
   No muy lejos, apenas un paseo, en la plaza de España otra paloma se relaja de su vuelo en la barcaza de los Bernini. Ha llegado con sus alas desplegadas y ahora se muestra curiosa observando a los que andan pausados en la noche que reluce estrellada. Nada teme porque está en su casa.
   Nada teme Aurora estando en su casa, al igual que la paloma. Pasea por el mundo mirando por la ventana de su ordenador y cualquier lugar es familiar, la acoge, y sueña que allí está sin miedo ni recelo alguno. No importa la hora ni el día, puede salir cual paloma y volar hasta el infinito sin impedimentos ni explicaciones a nadie. Es dueña de su solitario tiempo.
   Ha ganado ese privilegio a fuerza de renuncias. La primera y más importante: Renunció a vivir su propia existencia por atender a sus allegados y un buen día se vio sola. Ya no tenía a quién atender, nada de qué ocuparse y el mundo se hundió bajo sus pies. Recordó y entendió lo que dijo el poeta:
   “Hoy no envidio ya ni a los necios ni a los sabios, ni a los grandes ni a los pequeños, ni a los débiles ni a los poderosos; envidio a los muertos, solo por ellos me cambiaría”. (Giacomo Leopardi).
   Así se sentía, pensó que la muerte era su mejor salida puesto que a nadie ni nada tenía que la retuviera en la vida. El miedo a vivir su propia existencia la sobrecogía, el silencio de su casa provocaba su ansiedad que se transformaba en paranoia y la llevaba a oír ruidos extraños; a pensar en asesinatos, atracos y violaciones. Nada la calmaba excepto pensar que muerta viviría mejor que estando viva.
   A ello quiso dedicar sus esfuerzos, trató de informarse de cómo morir sin fallar en el intento. No fue fácil, solo buscar información requería tiempo y paciencia. El tiempo lo tenía pero la paciencia no la acompañaba en su búsqueda. La posibilidad de tomar una pastilla y quedarse dormida eternamente le parecía la más apropiada, porque tampoco quería sufrir. Pero no era de pastillas, ni de medicamentos, apenas un par de Aspirinas había tomado en toda su vida. Siempre tenía a mano algún remedio casero para sus livianos malestares. Conseguir una receta le pareció imposible y de otra forma no podía adquirir ese producto. Descartó ese método y se deprimió más.
   Vino a su mente como una ráfaga al estar en la cocina: el gas lo tenía a mano y además todo el que necesitara sin problemas. Se sintió feliz y se puso manos a la obra, pero antes terminó de preparar el guiso de ternera con patatas que estaba a medio hacer. Una vez hecho apagó la llama porque no quería provocar ninguna explosión. También desenchufó todos los aparatos y lámparas de la casa, desconectó la luz y con cinta de carrocero tapó todas las rendijas posibles: alrededor de las ventanas, la puerta de salida a la calle, la terraza y balcón. Era ya media tarde cuando acabó y se decidió por abrir las espitas del gas, lo hizo y se tumbó en el sofá a esperar el efecto. Lo olió y sonrió, ya por fin iba a lograr su objetivo. Pero el tiempo pasaba y salvo el olor y un ligero sopor nada más sucedía, la noche llegó y ella seguía viva. El hambre hacía clamar a sus tripas con sonidos cada vez más molestos y se preguntó:
   “¿Será posible que no me muera porque tengo hambre?”
   Decidió comerse el guisado de ternera con patatas, tenía que calentarlo y para ello enchufar el microondas. Pero con gas por la casa no podía hacerlo, así que cerró las espitas, abrió puertas y ventanas, quitó toda la cinta de carrocero que había puesto. Tras una hora larga pudo por fin calentar la cena. Siempre guisaba de sobra y guardó en el congelador una parte, tuvo pues que enchufarlo. Abrió una botella de vino, le gustaba acompañar ese plato con vino. Se sentó a cenar y mientras lo hacía pensó:
   “Vaya desperdicio, ahora se quedará el vino abierto y se estropeará, claro que eso tiene remedio, me lo bebo todo y aquí paz y allá gloria”.
   La buena cena, el vino bebido y el cansancio hicieron su efecto: sentada en el sofá se durmió apenas terminó y no se despertó hasta bien entrada la mañana del día siguiente. Relajada y sonriente por lo mucho dormido se levantó con ganas de hacer tarea y limpió la casa. Se dijo a sí misma, a pesar de no ser muy creyente, que si no había muerto era porque Dios no quería que muriera con el gas, porque de no ser eso qué otra cosa podía ser. No contó con que en la cocina y baño había puntos de prevención para un posible escape y no los había tapado.
   Pasó unos días serena, tenía que estarlo si quería lograr su objetivo. Dado el buen resultado del vino para dormir decidió tomar todas las noches algo más de lo acostumbrado, si tenía que vivir más tiempo por lo menos que fuera en mejor. Hasta ahora el insomnio la había acompañado cada noche y eso aumentaba su malestar y nerviosismo. Compró vino de buena calidad.
   Fue a la biblioteca y escogió varias novelas negras, pensando que en ellas encontraría formas distintas de matar y así ocurrió tras leer todas, lo cual la entretuvo bastante. Las soluciones venían por métodos muy agresivos: caídas por balcones, tiros, atropellos de tren o coches... De todo lo más práctico para ella era el tiro, pero cómo conseguir una pistola. Seguro que venderían pero ella no sabía quién ni dónde de manera ilegal y si era legal tendría que justificar su compra y no podía. Claro que comprar una escopeta era fácil, no era tan práctico pero podía servir. Eso hizo, la compró de segunda mano y cuando ya la tuvo en casa la contempló con suma atención porque no iba a ser sencillo disparar aquello y que muriera en el acto a menos que el tiro fuera muy preciso, y ella no había disparado un tiro en su vida ni siquiera en la feria. No obstante miró y remiró distintas posiciones hasta que le pareció una apropiada, podía dar directo en el corazón y eso era muerte en el acto o como mucho unos minutos; no entraba en sus cálculos pasar una agonía larga, no quería sufrir en exceso.
   Su sensatez o quizá la insensatez permitía que todo lo pensara de manera muy fría, no estaba nerviosa, para nada la alteraba el hecho de morir, era lo que deseaba. Los últimos días los había vivido mucho mejor, muy entretenida leyendo y luego visitando armerías hasta lograr una escopeta que no fuera en exceso cara, con todo casi mil euros se había gastado y le parecía un disparate pagar para matarse ella misma esa cantidad.
   “De haber contratado a alguien seguro que me hubiera salido por menos”.
   Preparó el arma, iba a disparar con el dedo gordo del pie, ya lo tenía ensayado en la cama, un sillón, en el sofá. Se decidió por el sofá porque así podría quedar mejor tumbada.  Aún iba en pijama y se dio una ducha, luego pasó un buen rato pensando qué ponerse.
   “Si me pongo falda igual acabo con las piernas abiertas y no es muy decoroso, mejor pantalón y una camisa, claro que las camisas no empapan mucho y habrá cantidad de sangre. No, prefiero un jersey de lana, así no se notará tanto en las fotos que seguro harán”.
   Tras sus deliberaciones se vistió con un pantalón negro de buen corte y un jersey de angora en tono rosa y cuello en pico, era el que más la favorecía. Se peinó y maquilló. Dudó si ponerse los pendientes y se dijo a sí misma aquello:
   “Antes muerta que sencilla”.
   Con pendientes, un collar de perlas de una vuelta y un par de pulseras  remató su acicalamiento. Añadió un poco de perfume y un retoque en los labios para fijar el color. Se sonrió a ella misma y fue ya dispuesta a darse el tiro, antes se sirvió una copa de vino y bebió un poco. Escribió una sencilla nota diciendo solo: “Por fin lo he conseguido”.  Tras terminar con el contenido de la copa colocó el arma en la posición ya decidida y apretó el gatillo con el dedo gordo del pie... El chasquido la descolocó por completo, cayó sobre el sofá palpando su pecho y murmuró:
   “Hay que joderse, está visto que tampoco quiere Dios que muera de esta manera”.
   No, Dios poco tenía que ver en el asunto, no había cargado el arma. Pero decidió dejar ese método de manera definitiva porque así lo quería Dios.
   Desesperada no sabía qué hacer ni dónde ir para encontrar una manera de morir que fuera adecuada, por supuesto no quería nada en exceso violento, por eso lo de tirarse al tren, por el balcón o cualquier forma similar lo tenía descartado. Tampoco los venenos caseros como el matarratas porque podría tardar mucho y ser muy doloroso, incluso pasar sus últimas horas en el váter o desangrarse y nada de eso la atraía.
   Fue viendo una película en la televisión, el protagonista acababa suicidándose ahorcado y la cuerda la tenía sujeta a la lámpara del techo. Solo un ligero pataleo y fin de la película. Le pareció perfecto y ya lo tuvo claro. Fue a comprar cuerda y no resultó tan sencillo elegir porque tenía que soportar su peso sin ser en exceso  gruesa o rasposa, eso le haría polvo el cuello. Encontró lo que buscaba y por un módico precio. Pasó por  la armería a preguntar si podía devolver la escopeta y le dijeron que se la compraban por trescientos euros menos que le había costado si no estaba usada. Aceptó, no quería dejar un arma en su casa, nunca se sabe qué puede ocurrir si la tienes.
   Solucionado lo de la escopeta se preparó en el salón, la lámpara era de bronce y grande por tanto aguantaría bien su peso. Subió a la escalera y colocó la cuerda, con el nudo hecho y comprobado que se ajustaba bien procedió a vestirse. En una película había oído que a veces el ahorcado orinaba y buscó una compresa antipérdidas de las que usaba su madre y se la puso. El mismo pantalón, pero el jersey de la vez anterior no le pareció adecuado, cogió uno de cuello alto para que no le rozase la cuerda tanto el cuello; pendientes, pulseras y sin el collar. Ya subida en la escalera con la cuerda puesta en el cuello y preparada, respiró hondo y quitó un pie de la escalera, respiró hondo otra vez y dijo: “Allá voy”. Levantó el otro pie, empujando al tiempo y la escalera se fue al suelo junto con  la lámpara, parte del techo de escayola y por supuesto ella que por suerte cayó hacia un lado y solo cascotes la golpearon, de haber sido la lámpara quizá hubiera muerto, así ni rasguños, solo el cuello y resto del cuerpo dolorido junto con  su propio orgullo porque una vez más no lo había conseguido. Se enfadó con Dios:
   “Qué es lo que quieres, di, qué quieres: Que siga viva ¿eso?, pues no te voy a dar ese gusto”.
   Estaba harta de ir a la biblioteca y decidió comprar un ordenador, seguro que por internet encontraría la manera. Dicho y hecho, pero nunca había manejado siquiera una máquina de escribir, tuvo que acudir a una academia para aprender a manejarlo. Los días pasaban febriles porque aquello la superaba, pero era constante y después de la academia empleaba todo el tiempo en ello. Comenzó a manejar el aparato, a mirar y ver, quería aprender bien porque así lograría encontrar lo que quería.
   Estaba cada vez más tranquila, se sentaba con una copa de vino al alcance de su mano, y curiosa iba viendo fotos, ciudades, leyendo artículos de todo tipo. Aquello la distraía tanto que poco a poco sus miedos fueron disminuyendo, su ansia por morir alejándose y comenzó a sentirse a gusto viva navegando por la red, entrando en foros y hablando con gente de infinidad de cosas. Tanto que olvidó por completo qué la había motivado a comprar el ordenador.
   Pasados los meses decidió abrir un blog y empezó por contar sus peripecias y algo más en capítulos semanales. Dio título a la historia: “Aprender a suicidarse sin morir en el intento”. Los seguidores se multiplicaban cada semana, tanto fue así que un día recibió un correo de una editorial que quería publicar la historia y aceptó la propuesta que la llevó a viajar un tiempo por la promoción del libro. Su vida, aquella vida que no había tenido era algo real, inimaginable para ella y sin darse ni cuenta comenzó a vivir fuera de casa, pero su mejor y mayor vida la tenía y la sigue teniendo dentro frente al ordenador, porque ahí se encuentra en su casa aunque esté en Estambul o en la Costa Amalfitana. Cualquier lugar, en cualquier momento es su casa y cual paloma vuela o reposa bajo el cielo de África en la cumbre del Kilimanjaro. Pasea por las calles de París y deambula por las de Roma aprendiendo su historia. Escucha la música que mejor le parece en cada lugar, saborea manjares sin tener que cocinar, huele las flores del jardín de La Mortella y navega por el mar Mediterráneo, por el mar del Norte o cualquier mar porque nada se lo impide aunque no sabe nadar.
   Hizo su última renuncia, quizá más importante que la primera: Renunció a morir por voluntad propia, ahora vive su vida, la que tiene. Aurora es una mujer de mediana edad, soltera, vive sola y es rentista algo que parece de otra época en estos tiempos que corren. Y eso que puede parecer una ventaja porque  vive sin trabajar y todo el tiempo es suyo, para ella fue como una losa al quedarse sola. Por fortuna fracasó en sus intentos y seguro que Dios, el hado o quién quiera que fuese estuvo ahí junto a ella para que no lograra su propósito y pudiera por fin vivir una vida no real pero casi. Porque navegar sin mar es solo puro invento, ¿pero acaso no lo es la vida misma, por más real que nos parezca?





Buenas noches golondrineros, pasa el tiempo pero la ilusión permanece y doy gracias por ello.