30 octubre 2010

QUIERO SER CIPRÉS

Es tiempo de cipreses. Llegan estos días y muchos nos detenemos a contemplarlos. Son quizá los más cercanos a lo lejano que, por un lado es oscuro y por otro tan claro como el azul del cielo en primavera. Y esa cercanía les viene porque, se adentran en las entrañas de la tierra, buscando los secretos que guarda con todos aquellos que a ella volvieron. Pero también intentan alcanzar la luz de la vida, y se alzan queriendo llegar a lo más alto. Tienen el rigor de su permanente entereza ante las ventiscas o tormentas que, de todo tipo soportan. Y no pierden su color de esperanza, curtido por los muchos años que llevan sintiendo la savia correr por sus venas.
Son hijos de dioses. Imponen por su nobleza, tanto, que no hay gusano que les agreda. Por ello fueron elegidos para construir los templos, y todo aquello que fuese necesario durase largo tiempo.
Y su misión es variada, tal cual la vida. Los hay que cuidan el reposo eterno. Majestuosos, guardianes del respeto que debemos a los que ya no están con nosotros. Y hunden su raíz para luchar contra demonios que perturban la paz de los indefensos. No acaba ahí su auxilio, a través suyo, los espíritus ascienden al universo.
Otra de sus ocupaciones es, guiar por los caminos. Basta seguirlos para llegar a buen puerto. Y siguen en su afán de proteger, erguidos junto a moradas. Pero cuidando de que, de las entrañas de la tierra no surjan malignos.
Soldados de la vida, pastores de las almas.
Gironella dijo "Los Cipreses creen en Dios" Y yo añado que, también en el demonio.
Me gusta verlos porque representan la fuerza, la rectitud de miras, la sencillez de lo grande, la perseverancia en el objetivo. Y todo ello, sin alardes, sin grandes florituras que les adornen, con un discreto aroma. Propio, muy suyo, de ciprés noble.
Yo, de mayor, quiero ser Ciprés.
Feliz puente, golondrineros, sed felices. Ciao.
La foto es del blog La Toscana

26 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 16

En el capítulo anterior: Pepa ha encontrado trabajo y una casa. No puede olvidar a Serafín ni a su niño. Pasan los meses y una noche aparece él.

CAPÍTULO 16

Amanece, la luz va filtrando como una caricia sobre sus cuerpos despiertos. Él la tiene abrazada, ella con la cabeza recostada en la suya. No han hablado ninguno de los dos, porque les sobran las palabras. Cuando el amor habla, el silencio es canción.

¿Es guapo?

¿Cómo no va ser guapo, con la madre que tiene? El más guapo del pueblo, de muchos pueblos ¿Volverás a casa?

Ya no soy tu mujer.

Ya, ¿pero me quieres por marido?

Me lo pensaré.

Y mientras lo piensas, ¿qué haremos?

No sé, ¿qué quieres hacer?

Estar contigo cada amanecer, ayudarte a cerrar las ventanas al anochecer. Ver crecer a nuestro hijo, cogido de tu mano y de mi mano. Eso es lo que quiero hacer, ¿te parece bien?

Pepa no contesta, le va besando poco a poco, él sonríe. De pronto se para.

¿Qué has hecho estos meses, has vuelto con las ovejas?

Serafín suelta una carcajada.

Eres el colmo, Pepa, tienes que estar pensando eso ahora, ¿crees que es el momento de perder el tiempo, hablando de ovejas?

Ella le da con los puños en el pecho.

No te burles de mí y contesta.

Sí, las ovejas me han enseñado hacer esto, esto y esto.

La vuelve loca con sus caricias. Pepa ríe y llora al mismo tiempo. Cuando le da descanso, le coge la cara entre las manos.

No, no has vuelto con ellas, no podías, ¿a que no? De algo me tenía que servir, ser La Pepa.

No, me he apañado solo. Y ni siquiera eso me servía. Sí, cariño, La Pepa, es La Pepa. Pero Pepa, mi Pepa, mi mujer, es más, mucho más que La Pepa. Ahora que..., he vuelto a por las dos, no puedo vivir sin ninguna de las dos.

Te has hecho tú muy descarado, pero me gusta ¿Sabré andar a tu ritmo, Serafín?

Sabremos andar los dos, no al ritmo del uno o del otro, a nuestro ritmo, el de los dos juntos, seguro que sí. Y, ahora, señora mía, que tal si desayunamos, para mi horario, esto es una barbaridad, son casi las diez. Después, si quieres, vamos a casa y ves al niño, te quedas ya o lo que quieras. No quiero que te sientas obligada, pero me gustaría que lo vieras.

Si voy y le veo, me va a costar mucho volverme a marchar. Tengo su carita metida en la cabeza, no he podido olvidarlo. No sabes lo que he llorado Serafín, ni la de cosas que te he dicho.

Me las imagino, vas a tener que moderar esa lengua. El niño tiene que ser bien hablado, no te olvides que es el rico del pueblo. No tiene que ir por ahí diciendo palabrotas o abusando de la gente.

Eso de abusar lo dices con segundas.

Con segundas no, con primeras. Le devolví el coche, el día que te fuiste, al sinvergüenza del Aquilino. Y le dije que si lo volvía a usar para ir a jugar al bingo, se lo quitaría de verdad; que esa era la causa, de sus deudas conmigo. Nunca le he cobrado intereses a nadie por prestarle dinero. Mi padre me enseñó, justo lo que tú decías ese día; que siendo el rico del pueblo, podía ayudar a quien lo necesitara. Pero claro, tampoco puedes ir de tonto del pueblo, aunque sé que algunos me toman por tal, por mi aspecto y mi forma de comportarme. Incluida tú.

A veces, solo a veces; por lo que me decías o por lo que no me decías. Es que eres muy raro Serafín; más raro que feo y, mira que eres feo. Y ahora aún más, con lo delgado que estás. ¿No comes?

Sí, pero he dormido muy poco todo este tiempo, no podía; la cama me venía muy grande.

¿Y cómo vamos a hacerlo?

Vaya, aún no te tengo satisfecha ¿quieres hacerlo otra vez?

No seas tonto, no me refiero a eso. Digo de casarnos o lo que sea.

Ya se han levantado y, Pepa, está preparando el desayuno.

Si te parece, esperamos un mes o dos, para que estés segura. Pero mientras, te vienes a casa, eres el ama, nadie sabe nada del divorcio, así que sigues siendo el ama.

Pues mira, en cuanto llegue, eso es lo primero que voy a cambiar. A, Remigia, como me llame ama, la casco; si quiere decirme señora, que me lo diga, o que me llame por el nombre; pero lo de ama, se lo borro de la boca de un guantazo como lo mencione.

Serafín, con la boca llena de las sopas de pan que se ha hecho, riendo.

No te rías, que estás de espanto con la boca llena. A estas alturas de la vida, que sigáis utilizando esa palabra, me revuelve, ni que fuéramos medievales.

Hecho, ¿qué otras cosas quieres cambiar?

Tu ropa, ya buscaré la adecuada. No te asustes, que no quiero que vistas de señorito, ni nada de eso. Y puedes seguir gastando esa, pero de vez en cuando, quiero verte de otra manera, aunque sea sólo los domingos. Te arreglarás los dientes, que para eso están los dentistas. Y, otra cosa, así como hoy, igual que anoche, así es como te quiero. Hablando, riendo, queriéndome. Ese es el Serafín que quiero. Aunque ya te quería de la otra manera, pero si queremos que dure esta historia, tiene que ser así, como eres ahora.

Siempre he sido así Pepa, pero no me atrevía a serlo.

¿Por qué?

Pepa, no podía estar seguro de ti, tenía miedo de no gustarte. Con todo lo que tú eres y con mi aspecto, podías cansarte de mí enseguida. Y con la gente pues, lo mismo, por mi físico. Me miraban, cuchicheaban, se reían a mis espaldas. Delante no, porque era quien era, pero en cuanto volvía la espalda, aún hoy es así. Hay poca gente que me respete de verdad.

Antonio te respeta, me lo dijo y, seguro que hay más gente. Remigia y Anselmo, para ellos, como si fueras Dios. Y, ¡qué demonios, Serafín! Tú tienes la culpa. Si hablas con la gente, la gente se olvida de tu cara y de tu culo. Pero tú no hablas. Sí, ya sé, que tienes que oír tonterías pero, a fin de cuentas, todos las decimos o las hacemos. Y si la gente te oyera, sabrían que eres más hombre que muchos, te respetarían. Yo, siendo puta, me he hecho respetar donde he ido. En mi barrio, todos sabían lo que era y, sin embargo, me hablaban con normalidad. Amigos no tenía, pero creo que eso era culpa mía, como tú, no me atrevía a intimar con la gente. Tenía un trabajo que no era adecuado y eso me frenaba; pero hablar, he hablado con todos. Y, otra cosa, si tengo que dejar el trabajo, no puedo hacerlo así, de la noche a la mañana, no es correcto. Juan y Franca, se han portado muy bien conmigo, no les voy a dejar tirados. Tengo que esperar a ver si encuentran a alguien, es mucho trabajo para los dos.

Entonces yo vendré a dormir aquí, si te parece bien. Y el domingo por la noche a casa, el lunes lo pasarás con el niño ¿Quieres que lo hagamos así? Mientras buscan sustituta, cómo si fuéramos novios.

De acuerdo, me visto y vamos a ver al niño. Me muero de ganas. ¿Y si no me quiere? No me conoce. Lo que he hecho está muy mal hacérselo a un hijo. ¿Y si no me perdona? Mi madre, con todo lo que era, no me dejó nunca, pagaba el colegio y venía a verme. Muchas veces, no tenía bastante para comer, pero el pago del colegio y la visita nunca me faltó

Seguro que te querrá y, Pepa, por favor, que el niño es pequeño, no tiene nada que perdonarte; no sabe, ni tiene por qué saber.

No, de eso nada, cuando sea mayor se lo explicaré. Los secretos no son buenos, son como las mentiras, no las soporto.

Cuando quieras nos vamos.

CONTINUARÁ...

23 octubre 2010

UNA GOLONDRINA EN EL GRAN CAÑÓN

Foto de Jim Gordon (USA)

Hoy vi brillar las estrellas, del cielo inmenso del Cañón del Colorado, en tu mirada plena de juventud e ilusión por la vida. Y he querido andar, como yo ando, por esas tierras primarias.

Para los guaraníes, el principio es el fin y al contrario. En el fin está el principio.

Puedo entenderlo viendo tan sólo ese paisaje. Que de tan espectacular ensombrece cualquier otro. Te apabulla, sí. Y tal cual lo mencionabas, sientes que eres apenas unos segundos, quizá milésimas de toda la creación.

Me he recreado contemplando con muda admiración la grandeza. He podido sentir la inmensidad del silencio que, no lo interrumpen los artificios de la vida moderna. Y me he preguntado, porque eso no he sido capaz de experimentarlo, ¿cómo se hablará allí? ¿qué sonido tiene la voz? ¿qué eres capaz de decir?

Y en algo tienes que creer, no sé si en Dios o en el Cosmos. Pero seguro que tu alma, lo más íntimo de tu ser, reacciona de manera especial, y al tiempo que empequeñeces en lo físico, por la magnitud de esa obra inmensa. Creces en sentir. Y eres capaz de percibir ese mismo esplendor de la creación, en un colibrí.

Una explosión de vida en tu interior que favorece y engrandece todo lo que sientes. Te llenas de la vitalidad que te contagia la magia de la creación, y eso te lleva a sensaciones más plenas. Una mayor pasión por vivir y disfrutar de cada instante. Respirando a pleno pulmón porque te has renovado totalmente.

Volvemos al principio, a lo primario de la creación. Una tierra muy vieja que, sin embargo, parece del futuro, o un espacio sideral. Un paisaje lunar, creciente porque sigue en movimiento, así ha sido durante millones de años. Y es el río Colorado el que lo forja.

El río de la vida nos va formando a las personas. Al aumentar su caudal tras un viaje al principio, o al principio del fin. Nos enriquecemos tanto que, podemos sentirnos tan grandes por dentro, como el Cañón del Colorado.

21 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 15

En el capítulo anterior: ha nacido el hijo tan deseado por Serafín. Pero, Pepa, ya no aguanta más, deja al niño y la casa. Busca trabajo para poder olvidar.

CAPÍTULO 15

Transcurren dos semanas y no ha encontrado nada. Patea las calles arriba y abajo. Entra a comer en un bar restaurante todos los días. Está siempre lleno, la comida es casera, el hombre que la sirve va sudando la gota gorda, no ve al otro camarero. Espera un buen rato, antes de que pueda atenderla. Cuando termina, apenas queda gente, le trae la nota.

Necesita Ud a alguien que le ayude, el muchacho, ¿tiene fiesta?

No, señora, aquí la gente le viene mal este trabajo, es muy obligado. Hay que trabajar todas las fiestas, y hoy en día, la gente no está por la labor, se ha despedido ¿Qué le parece? Me ha dejado colgado.

Yo necesito trabajo.

¿Cómo?

Eso, que a mí me gustaría trabajar aquí.

¿Habla en serio? Ud es una mujer joven, de buen ver, ¿quiere trabajar aquí, lo dice de verdad?

Sí señor, estoy buscando trabajo. Esto es tan bueno como cualquier otra cosa.

Pues hecho. Por mí encantado, arreglamos los papeles esta tarde, y mañana puede empezar, si le interesa el sueldo.

Juan se llama el dueño. Franca la mujer, es quien cocina. Le dicen las condiciones.

Abrimos a las siete de la mañana, para desayunos, luego los almuerzos. Toda la mañana hay faena, ya lo ves; la tarde es floja, las cenas están bien. Cerramos a las once y media de la noche. Tendrás libre los lunes, que no abrimos. El sueldo es de ochocientos euros ,y, por supuesto, todas las comidas. Servirás las mesas y ayudarás en la cocina. Limpiar, viene una mujer a última hora, pero fregar sí que te tocará ¿Te parece bien?

Por supuesto que me parece bien.

Encantada de la vida con el trabajo. Juan y Franca parecen buena gente, la tratan bien. Ella se esmera en cumplir, los días van pasando. Franca le dice que vivir en la pensión no está bien.

Hay una casita, es muy pequeña, pero para ti sola te sobra. El alquiler no será mucho, es de un pariente mío; hablaré con él, a ver si te la alquila.

Su casa, ya la tiene, como de muñecas, pero se siente cual si fuera un palacio. Al abrir la puerta está el comedor, una cocina pequeña, un baño, una habitación y un pequeño huerto en la parte de atrás. Aunque está lleno de maleza le encanta. Y el precio, impensable para alguno de Madrid, cien euros al mes. Da saltos de alegría. Tiene que pintarla y amueblarla, pero no le importa. Sin inconveniente alguno por lo sucio que está todo, compra una colchoneta, y tal cual, se traslada a la casa. Ni ha visto al dueño, Franca le cobra el alquiler descontándolo del sueldo. Ni adelanto que le han pedido.

Los tres primeros meses de trabajo han sido más que duros, aprendiendo el manejo del bar y tratando de habilitar su casa, pero ya lo tiene todo. Los muebles sencillos; los electrodomésticos, lo mismo, pero tiene de todo. El huerto ha quedado hecho un jardín. Hoy ha terminado, ni tiempo de pensar en nada que ha tenido. Aunque ha llorado, sin siquiera pensar, muy a menudo. Ahora, viendo el jardín con unas flores que ha plantado, le vuelve la llorera.

Por qué le tengo que echar de menos, con lo troncho que es, soy una imbécil. Y el niño, ¡joder! Para una vez que tengo algo mío de verdad, lo mando a la mierda ¿Qué pensará cuando sea mayor? Que soy una hija de puta, seguro, y bueno, es así, pero no es eso. Otra vez más sola que la una, decente, pero sola; con gente normal, pero sola; ahora ya no tiene remedio. Y, él, el muy hijo de su madre, ni una palabra, ni mirarme. Habrá vuelto con las ovejas, seguro, a descargarse; el muy burro. Y mira que le he tomado yo voluntad, qué digo voluntad, estoy como una perra, encelada por él. Y con lo feo que es, ni me lo parece, debería partirme la cara yo misma, por lo imbécil que soy.”

Ha recibido una citación de un abogado. Se pregunta cómo ha sabido su dirección. Le dice a Juan, ya les ha contado que está pendiente del divorcio.

Tengo que salir mañana un rato, supongo que no será mucho, es para la firma del divorcio.

Bien, no te preocupes, lo que haga falta Pepa, oye, ¿estarás segura, es peligroso ese tío? Porque, si tienes algún temor, le digo a mi hermano que venga ese rato y te acompaño.

Pepa suelta una carcajada, recordando a Serafín.

Para nada, tranquilo, por no matar ni moscas; se le paran encima y ahí las tiene. Pero gracias, Juan, no sabes cuanto os agradezco lo bien que me tratáis.

De eso nada, lo que te mereces, eres pan de buena harina. Los que estamos, que ni puedes imaginar de contentos, somos la Franca y yo, nos has hecho mucho favor trabajando aquí.

Acude al despacho del abogado, ni rastro de Serafín, firma y se va, apenas diez minutos. Se detiene en un jardín a llorar que, últimamente es lo suyo. Cuando consigue serenarse, vuelve al trabajo; sonriente, la vida sigue, no igual, pero sigue.

Otro mes y otro. Ya son seis. Domingo por la noche.

Oído cocina, dos de cordero y una ensalada. Dos cafés, Juan, para la cuatro, y la cuenta.

Oye la campanilla de la puerta. Y se queda de una pieza, Serafín, que se sienta en una mesa.

El corazón se acelera, siente frío y calor al tiempo.

Pepa, los cafés, que se enfrían.

Perdona, ya voy.

Saca la libreta del bolsillo del delantal y se dirige a la mesa.

Hola, buenas noches, ¿has elegido ya?

Serafín levanta la mirada. “Qué flaco está, y más feo que antes” .

No se me da bien elegir, lo que sea, lo que tú quieras.

No contesta, se da la vuelta y pide la comida; atiende mientras la preparan, al resto de clientes. La lleva a la mesa; él, mirándola, ella evitándolo. Ha terminado, lleva la cuenta. Paga, deja un euro de propina.

¿Puedo esperarte a la salida?

Termino a las once y media, es muy tarde para ti.

¿Puedo?

Sí.

Y allí está, en la furgoneta sentado al volante; baja rápido al verla, le abre la puerta. Pepa sube sin decir nada, él la pone en marcha y la lleva hasta la puerta de su casa.

Por lo visto lo sabes todo de mí, ¿a qué se debe el honor de tu visita? Espera, no me contestes, mejor hablamos dentro, no me apetece estar a estas horas en la calle.

Entran, él sin dejar de mirarla, ella sin saber qué hacer, torpe como en la vida.

¿Quieres un café? No, claro, no es hora, lo había olvidado.

Tomaré café o lo que quieras.

Pepa va a la cocina, él, detrás. Prepara el café, en silencio los dos.

Está bonita la casa.

Gracias, viniendo de ti es todo un cumplido. Vamos al jardín, estaremos más frescos.

Tiene una mesa pequeña con dos silloncitos, todo de plástico, se sientan, le pone dos cucharaditas de azúcar.

Gracias, aún te acuerdas.

La memoria sirve para recordar.

Él sonríe mientras mueve el café. Pepa está nerviosa, se remueve en el asiento, él tranquilo, muy tranquilo, recostado.

¿Cómo está el niño?

José, se llama José, por su madre. Está bien.

A Pepa le está dando congoja, traga saliva.

Pero qué me pasa, por qué me pongo así. Ahora no puedo llorar, ahora no, maldita sea, tengo que controlarme.”

No me has dicho por qué has venido.

No, no te lo he dicho.

¿Piensas decírmelo hoy o mañana?

Hoy, te lo diré hoy. Es lo que he decidido, he tardado. Ya sabes que yo no corro, ando. Todo tiene su momento y creo que es el momento. Me ha costado mucho esperar, por primera vez en mi vida tenía prisa, mucha prisa; pero me he aguantado. No tenía que correr y no lo he hecho. Pero ya es tiempo. Ha sido muy larga y penosa la espera.

Serafín toma un sorbo de café. Pepa intenta encender un cigarrillo, le tiembla la mano. Él, le coge el mechero y lo enciende, tranquilo, sonriendo discreto. Ella, ni habla, no puede. El nudo de la garganta es cada vez mayor, tiene miedo de descontrolarse. Lo que no puede evitar es que él vea sus grandes ojos, brillantes, inundados.

Te quiero, es lo que he venido a decirte, que te quiero; como nunca he querido a nadie. La vida sin ti no es vivir, es muy poca cosa; lo que era antes de venir tú. Tengo a José, pero es muy pequeño. No, no es pequeño de cuerpo, eso no, de edad. Apenas me atrevo a tocarlo, y eso que hace ya cosas; pero me duele, me duele verlo, Pepa. Es como tú, alegre, tiene tus ojos, tu risa. No puedo mirarlo sin sentir que se me clava algo por dentro, que me duele mucho. Quiero que me dejes intentarlo otra vez, que seamos novios o lo que tú quieras; hasta que consiga que sientas algo por mí. Déjame intentarlo Pepa, por favor, dame esa oportunidad. Pon un tiempo si quieres, condiciones, lo que quieras, pero déjame que lo intente.

Pepa está llorando, no ha conseguido controlarse, él la mira, y las lágrimas asoman a sus ojillos.

No quiero verte llorar, si voy a ser causa de que llores; me voy y no vuelvo, si tú no quieres. Por favor, Pepa, deja de llorar.

Eres un gilipollas, ¿lo sabes?

Eso ya me lo dijiste.

¿Por qué tengo que tomar yo siempre las decisiones, por qué no eres capaz de ver, entender y expresarte? Si es que tienes algo que expresar.

Serafín no contesta, se levanta, y Pepa aumenta su llanto, descontrolada por completo. Él alarga la mano, le coge la suya, le hace levantar, la lleva a la habitación, cierra la puerta. No habla, esboza una leve sonrisa. Empieza a besarle los ojos, la cara, la boca. Pepa se deja hacer, todo lo que él va queriendo hacerle.

Poco a poco va dejando de llorar.

CONTINUARÁ...

LEIRE PAJÍN, MINISTRA DE SANIDAD ¿?

"la vida es sueño, y los sueños, sueños son"
(lo dijo Calderón)

Y yo no digo nada, huelgan los comentarios.

Con todo... sed felices, golondrineros, y tomad un limoncello.

18 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 14

En el capítulo anterior, Pepa ha tenido oportunidad de conocer a un Serafín diferente, más hablador y cariñoso. Pero ha durado apenas un soplo. En realidad la Nochebuena. Una vez terminadas las fiestas, todo sigue más o menos igual.

CAPÍTULO 14

Hoy tienen que ir al médico, para la revisión de Pepa. Remigia la avisa.

Ama, el amo está esperando en la puerta.

Gracias. Oye, Remigia, estoy hasta el moño del ama y del amo. Di señora o Pepa, cómo quieras, pero deja de una vez lo de ama.

Con Remigia nada ha cambiado, a Pepa le cuesta incluso decirle algo; la puede esta mujer con su sequedad. Anselmo, lo poco que se dirige a ella, la llama señora. Antonio también; ella, ama, como a Serafín. Y a Pepa, ese apelativo, le sienta fatal.

Sale de la casa y se queda parada, un coche. Serafín de pie, al lado de la puerta, mirando al infinito. No es nuevo, ni de lujo, pero Pepa está encantada.

¡Qué bonito, Serafín! Es estupendo, ahora iremos mucho más cómodos. Gracias.

Le da un beso, él abre la puerta y sube. Se repantiga en el asiento la mar de contenta, toca todo lo que está a su alcance. Serafín puesto al volante, ni palabra.

Suena bien el motor. Está muy bien ¿Te ha costado mucho?

Me debía dinero uno, me ha pagado con el coche.

Y ese hombre, ¿se ha quedado sin vehículo?

Es su problema.

Pero, ¿cómo que es su problema? Tú puedes comprarte uno, ¿no podías esperar más tiempo, sin que te pagara?

Pepa, los tratos son los tratos, él llevaba tiempo sin cumplir.

No me parece bien, tú eres rico, si ese hombre no te ha pagado, será porque no ha podido. Ahora le dejas sin coche, estará aún peor. No puedes abusar Serafín. Aunque tengas un trato, tú puedes permitirte esperar, y ayudar a la gente que no tiene lo que tú. Me siento culpable por haberte pedido el coche. Creí que lo comprarías, no que se lo quitarías a un pobre hombre.

No sabes nada, juzgas sin saber. Para juzgar hay que saber, y aun así, no hay que juzgar; para eso están los jueces, ellos son los que tienen que juzgar.

Pero, ¡de qué coño hablas! De jueces y juicios, yo no me meto en eso. Solo digo, que si ese hombre te debía dinero, haber esperado a que te pagara, y no dejar que te pague con el coche; que seguro que le hace falta. Y si lo has hecho por llevarme a mí, ya lo puedes devolver, subiré a la furgoneta aunque me cueste parir subiendo.

El resto del viaje, ida y vuelta, ni una palabra. Pepa se siente más que molesta, la alegría que ha sentido al ver el coche, se ha tornado en malestar, pensando en el problema que le puede haber causado al dueño.

Así que entre lo avanzado del embarazo y la pelea, ningún tipo de relación hay entre ellos, salvo lo justo durante las comidas. En la cama, Pepa se ha cerrado en banda, no le habla, ni le mira. Ya no “toca” nada de nada. Apenas falta un mes para el parto. Y todo lo avanzado entre ellos anteriormente, parece haberse perdido.

Ha llegado la hora, ha roto aguas. Serafín no está, es Anselmo el que la lleva al hospital. Pepa se ha sentido fatal, sola, sin nadie que le diera la mano, ni antes ni después. Ni siquiera ha querido mirar al niño, siente un malestar enorme. Ha decidido, que en cuanto le sea posible se irá.

Antes de que le coja cariño al crío y, me resulte imposible dejarlo. Quería un hijo, pues ya lo tiene, que me dé lo mío y me voy con viento fresco. Es perder el tiempo con este pedazo de alcornoque, parece bueno, pero son tan pocos los ratos; que no me vale la pena pasar la vida sufriendo con él, prefiero estar sola. Y, además, a saber cómo quiere educar al niño, sería una pelea continua. Quiero vivir en paz, tranquila, con gente normal.”

Ha llegado Serafín, Pepa, no le mira.

¿Cómo estás?

Como toca.

Él se inclina para ver al niño.

No se parece a mí, ha salido a ti, es grande.

Pues mira que bien.

Una semana después del parto, Pepa, entra en el despacho, sin sentarse suelta lo que lleva pensando durante todos estos días.

Mañana, Anselmo, me llevará a La Gineta, ya he cumplido. Tienes un hijo, yo me voy. Me das cuando puedas lo mío; si ahora no puedes, cuando te venga bien. Apañas con un abogado lo del divorcio, cuando esté arreglado me lo dices. Estaré en la pensión, de momento viviré allí.

Serafín, con su expresión de siempre, no contesta. Pepa sale.

Esa noche, ninguno de los dos duerme. A la mañana siguiente, Pepa le da las instrucciones a Remigia de todo lo que concierne al niño, tiene las maletas preparadas, manda bajarlas y Anselmo la lleva a la pensión. No se ha despedido de Serafín, que ha salido a su hora normal al trabajo.

Al final de la mañana, llega Anselmo con un sobre.

Buenas, señora, me manda el amo, para que le dé esto, y me ha dicho que firme Ud el recibo.

Gracias, Anselmo, aquí tienes, firmado.

No lo ha contado, al irse Anselmo, se ha echado encima de la cama y ha pasado una hora llorando. Los días siguientes son un auténtico martirio. La carita del niño, al que ni siquiera le había puesto nombre, no se aparta de su mente. Ni tampoco la del feo de su marido. No ha mirado aún el sobre, que sigue en el cajón de la mesita de noche.

Tengo que tragarme esto, cómo sea, he de salir adelante, trabajando me pasará el malestar, me olvidaré de los dos.”

CONTINUARÁ...


17 octubre 2010



GOLONDRINAS VERDES

¿Y eran verdes?

Sí, verdes, de verdad.

¿Eso puede ser?

¿No te lo crees?

Pues cree porque así fue.

Golondrinas verdes me acompañan

al salir el sol cada mañana,

me sobrevuelan durante el día

llenándome de alegría.

Me cobijan durante la noche

llenándola de estrellas,

espantando mis temores,

llenándome de sueños

y de amores.

Golondrinas verdes me acompañan,

en mi deambular por la vida.


Así acaba mi novela “Golondrinas Verdes” . Una historia de las que llaman “de amor y romance”. Y no sé yo si esa clasificación es adecuada.

Porque, si bien lo del amor está claro. Lo del romance no lo es tanto. Puesto que uno puede entender que es una composición poética. Expresar algo de forma clara, darle a la lengua de manera impertinente... Y ya para no hacer interminable las definiciones: “relación amorosa pasajera”.

Por todo ello, es por lo que digo que no acaba de encajar, Golondrinas Verdes, en esa clasificación.

Pero es lo que hay. Así que os cuento de qué va.

La protagonista es Daniella, joven y bonita. Vive en Piano di Sorrento, cerca de Sorrento, en Italia. Su vida transcurre con alegría hasta que las desgracias parecen cebarse en su entorno. Para sobrevivir a ello, Daniella, se encierra en sí misma y trabaja con denuedo en el campo. Buscando en la tierra la fuerza para seguir adelante. Y así es, pero ello no es suficiente. Será la amistad, el amor y las “golondrinas verdes” la combinación perfecta que, logrará que vuelva a vivir feliz.

A mí me gusta, no porque sea creación mía —que también— sino porque tiene una cierta magia. Sí, un encanto especial, al igual que la tierra en la que está ubicada. Llena de historias mitológicas y de sueños con sabor a Limoncello. De ahí me viene mi gusto por el Limoncello.

Os la recomiendo porque os hará soñar...

La he corregido, adecentado un poco, y he añadido la edición en eBook, que es lo que está de moda.

Petrarca le dice: “¡Sueña, Daniella! Nunca dejes de soñar, que eres un velero, navegando por la mar.”

Eso es lo que quiero para todos vosotros: ”Soñad, golondrineros, nunca dejéis de soñar. Porque todos podemos ser veleros, si sabemos navegar por la mar”. Ciao.

15 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 13

En el capítulo anterior, Pepa, sigue intentando su acercamiento a Serafín, pero poco logra. Se acerca la Navidad y hablar de ello le supone un nuevo cabreo.

CAPÍTULO 13

Falta una semana para Navidad. Pepa no ha vuelto a mencionar el tema, por supuesto, Serafín tampoco. Ha nevado un poco, está mirando por la ventana, llega un camión, es Antonio, con otro hombre. A pesar del frío sale enseguida, por lo menos puede hablar algo.

Buenos días.

Buenos días, señora, traigo el árbol y la caja del belén.

Bien, gracias, voy a llamar a Anselmo, para que le ayude.

Entra en la cocina, Anselmo está deshuesando un jamón, le dice que vaya para ayudar.

Remigia, por favor, haz café, hace mucho frío. Que se tomen los hombres una taza, un poco de jamón y vino.

No es costumbre, ama.

Me importa un bledo, hazlo.

Sale de la cocina, está demasiado contenta para enfadarse con Remigia. Traen un abeto enorme.

Precioso, ¿verdad, señora? Y cuando pase la fiesta se plantará donde quiera, va con cepellón.

Sí que lo es, una maravilla, pónganlo en el comedor. Y la caja en la salita.

Hemos traído también una mesa para poner el belén, lo que el amo ha mandado, ¿necesita algo más?

No, nada, pasen a la cocina, Remigia les ha preparado un café.

No es necesario, señora, agradecidos.

Por favor, si le hacen el feo a Remigia, se enfadará. Por si ya no nos vemos antes de fiestas, feliz Navidad y muchas gracias.

Pepa, abre la caja del belén, hay de todo, está entusiasmada. Llega Serafín y aún está allí colocando.

Es precioso, la de cosas que hay, es mayor que el del colegio y, mucho más bonito.

Mientras habla va hacia él, lleva una ovejita en las manos. Le besa despacio, le mordisquea el bigotito, se ríe.

Dime, ¿dónde quieres que ponga, a tus amigas las ovejitas?

Serafín, como siempre que le besa sin tocar, se pone colorado, apenas la mira; como no queriendo ver la risa de ella, al verlo nervioso.

No sé, ya no me acuerdo. De chico lo ponía con mi madre, luego lo hacía ella sola.

Ahora lo pones conmigo, lo que falta, porque no he podido aguantarme. Para el árbol tenemos que comprar algo, aquí no hay nada más que el belén.

Es que solo poníamos belén, el árbol no es costumbre de aquí.

Bueno, y qué más da, es bonito. Sí, ya sé, para qué, no sirve para nada. Alegra la vista, hace sentir bien, esa es su utilidad. Iremos a La Gineta y compraremos algo.

Bien, lo que quieras.

Al final, la Navidad solos, pero adornados. Pepa se ha puesto para la cena el collar de perlas y los pendientes. Él la mira sorprendido, más de lo habitual. Ella, de pie delante de la chimenea, alumbrada por el fuego, está deslumbrante.

Esta noche es especial, es fiesta, espero que no te importe que me lo ponga.

Es tuyo, puedes ponértelo cuando quieras.

¿Estoy guapa?

Serafín, que no ha dejado de mirarla desde que ha bajado, se atranca, no le sale nada, aunque hace intención.

Estoy esperando que me digas.

Sí.

Sí, qué.

Pues eso, que sí.

A ver, mírame bien. Estoy gorda, el vestido no es muy elegante que digamos. Dime ¿qué te parece? Y no vuelvas a decir sí.

Estás preciosa, como un amanecer, como si fueras del cielo.

Serafín, ¡qué bonito! Nadie me ha dicho nunca algo tan bonito. Ven aquí, siempre estás lejos, ven.

Pepa le coge y empieza a besarlo, Serafín quieto.

Cómeme, tócame o méteme mano, pero haz algo, por el amor de Dios; no tengo que hacerlo todo yo.

Serafín obedece y la trastorna; la transporta al cielo, en un viaje que no parece tener retorno. Sobre la alfombra, frente al fuego, Pepa, ha descubierto a otro Serafín, y le parece un milagro, un regalo de la Nochebuena.

Dónde estabas este tiempo, dime; por qué hasta hoy no has sido como esta noche. Por qué me has hecho sufrir tanto, si eres capaz de hacer y decir todo lo que me has dicho.

Cada cosa a su tiempo. Pepa, tú estás acostumbrada a la velocidad de Madrid. Yo voy mucho a pie, por el monte, no tengo prisa. Un día le sigue a otro, no hay que correr tanto; hay que saber andar, para poder llegar a donde uno quiere llegar. Cuando plantas un árbol, hay que esperar a que crezca, para recoger sus frutos. No puedes correr, todo tiene su momento. Tú y yo es lo mismo. El hijo nacerá cuando esté maduro para nacer. Nosotros necesitamos tiempo para entender, para aprender el uno del otro; hay que escuchar, a veces sin hablar, hay que saber escuchar. No es necesario hacer muchas cosas, hay que hacer, si se puede, las que uno realmente quiere y hacerlas bien. Si haces mucho, seguro que no llegas a nada. Poco a poco todo llega, si sabes lo que tiene que llegar y calma para esperar. No siempre sabemos lo que tiene que llegar, lo que queremos hacer, o lo que necesitamos. Cuando lo descubres, no tienes que correr, hay que darle tiempo al tiempo. Paso a paso llegará. Las prisas no son buenas compañeras de viaje, te distraen, te aturden, te disipan. Hay que saber andar, Pepa. Tú entraste corriendo; ya vas andando, muy deprisa, pero ya andas. Yo siempre he ido andando. Tú vas muy adelantada, a mí me costará más; si ajustamos el ritmo, seguro que llegaremos al mismo lugar, al mismo tiempo.

Pepa, le ha escuchado con la boca abierta, ni se lo cree, todo lo que dice es sensato y de un tirón. Nunca le ha oído hablar tanto, excepto si es de trabajo, que en eso no se corta.

Puede que tengas razón Serafín, seguro que la tienes; pero mientras andamos, podemos hacerlo callados o ir hablando. Yo prefiero ir hablando. Es menos aburrido, parece más corto el recorrido, te distraes.

No hay que distraerse, si quieres llegar a alguna parte; la distracción te quita fuerza, te aparta del camino. Vamos a cenar. Hoy, aunque no esté Remigia, no cenaremos en la cocina. Toca cenar en orden, en el comedor. Así me lo enseñaron.

Por supuesto, a mí, no sé ni lo que me enseñaron, pero tranquilo, que yo también quiero cenar aquí. Mira el árbol, está bonito, no te di las gracias por ayudarme a poner los adornos.

No tienes que darlas, era lo que tocaba. Sí, está bien, lo plantaremos hacia el camino. Los abetos tienen raíces muy largas, no debe estar cerca de la casa. En la entrada del camino estará bien.

Para dar la bienvenida a los que vengan.

Aquí no viene nadie, para qué.

Ya, mira, me voy acostumbrando a decir, ya. Vamos a cenar, creo que hoy has hablado lo que tocaba en tres meses. A lo mejor te tengo mudo el resto del año.

Y más o menos así es, pues nada parece cambiar en la actitud de Serafín, en su forma de expresarse.

CONTINUARÁ...

13 octubre 2010

MINEROS CHILENOS ¡BIENVENIDOS A LA VIDA! EL PRIMERO YA HA SALIDO

Y por fin se hizo la luz, comenzaron a salir los mineros chilenos enterrados.

La tecnología, junto con el esfuerzo humano y las muchas plegarias, han conseguido lo que parecía imposible, y además, en un tiempo que, aunque eterno para los soterrados y sus familiares, es realmente récord para una operación de esta magnitud.

Es impensable lo que esos hombres pueden haber sufrido. Primero por la desesperación mientras no estaban localizados, y más tarde, por la inmensa dificultad de la operación que ha supuesto el rescate. La esperanza es lo último que se pierde mientras hay un halo de vida. Pero, ¿cuánta desesperanza habrán tenido que superar?

Hay que tener mucho coraje para superar una situación así sin venirse abajo. Es de suponer que muchos habrán sido los momentos de desesperación, de angustia indescriptible ante lo que pudiese haber sido una muy lenta agonía hasta la muerte.

¿Qué piensa, qué siente una persona viviendo algo así? No puedo ni imaginarlo. Y en qué puede apoyarse para resistir sin desfallecer. Aparte de entre ellos mismos tratando de darse fuerza unos a otros, cuando a todos les debían faltar. Solo puedo pensar que, quienes creyesen en Dios lo habrán tenido algo menos duro. Porque se habrán agarrado a su fe esperando un milagro. Otros, el deseo por ver a sus seres queridos les habrá dado fuerzas.

En una palabra, amor, de una u otra forma. El amor a la vida, a uno mismo, a sus familias, a los compañeros. Les tiene que haber reforzado para aguantar todo el sufrimiento y la debilidad. No me cabe duda de eso. Porque nada hay que pueda dar más fuerza que la que da el amor.

El fondo de cada uno puesto a la vista del resto. Incluso aquella parte que uno mismo ignora. Miserias, quizá. Pero también, seguro, habrán reforzado todo lo positivo que cada cual pudiera tener, y lo habrán compartido porque era lo único que tenían.

Serán mañana, ya libres, más fuertes. Más solidarios, con más amor en sus corazones para repartir a todos aquellos que se les acerquen.

También habrá lo contrario. El que después de algo así, le importe nada el resto del mundo y solo quiera vivir lo mejor posible. El egoísmo puede anidar en alguno, y tiranice a los de su entorno porque considere que él ya ha sufrido demasiado. Esperemos que sean los menos, o mejor ninguno.

Porque sus familiares también han sufrido lo indecible. Cierto que han tenido el apoyo de todo el mundo, pero el sufrir, el dolor lo tiene uno dentro y por más compañía no desaparece mientras la causa permanece.

Mis felicitaciones al pueblo chileno por devolver la vida a sus mineros.

Y felicitar también a todos los que han trabajado para conseguirlo.

33 mineros chilenos vuelven a nacer. La edad de Cristo, ¿casualidad? Podemos pensar que es un mensaje: “Unidos podemos hacer milagros”

Pero puede que para algunos sólo les quede en la memoria ese número para pedirlo en el sorteo de Navidad. Somos así.

Buenos días golondrineros, hoy amanecemos con buenas noticias. Aprovechad el día, seguro que será bueno.


12 octubre 2010

JUEZ G. BERMÚDEZ, CONDECORADO ¿?

A algunos les huele. Pues sí, eso dicen, y no precisamente a violetas. Aunque puede que así lo crean. Existe la leyenda, en la mitología griega, de que Zeus tenía una amante que se llamaba Io. Su mujer, Hera, se enteró —cosa rara porque siempre son las últimas— y claro está, se puso celosa. Zeus acabó con el problema transformado en vaca a la seductora Io, y la mandó a pastar al prado, textual; y qué iba a hacer la vaca en el prado, pues eso, pastar. Pero como que, comer hierba todos los días podía resultar aburrido, Zeus lo sembró de violetas para compensar a Io. Qué mira tú, las violetas, en griego se llamaban viola. Así lo cuentan algunos.
Lo viola, en efecto, una medalla con distintivo rojo, o lo que es lo mismo. Con un incremento salarial, de por vida, del diez por ciento —según dicen— Viola la independencia, la pone en entredicho, cuando de un juez se trata —según el diccionario de La RAE: “Violar es ajar o deslucir algo”— No sé cuantos jueces puedan tener esa distinción. Pero fueren los que fuesen los motivos, por los que otorgaron dichas distinciones, este u otros gobiernos, violan esa independencia.
Por otro lado, sin restarle mérito en cuanto a su función de juez. Cuántos hay que merecerían ese premio por su dedicación en sus quehaceres, no ya de un tiempo y hecho concreto, de toda una vida. Y, sin embargo, quedan en el más absoluto anonimato.
Este año parece estar de suerte, publicó un libro y le dieron un premio, no sé si poco o muy merecido, pero se lo dieron.
Tampoco hay que obviar, que si bien fue brillante presidiendo el tribunal, no se logró averiguar quién fue el autor, o autores intelectuales del atentado. Es decir, que faltó ese dato para poder cerrar el caso de manera satisfactoria para todos.
En fin, cosas que pasan.
Que sea para bien, pueda disfrutarlo con salud y no le haga perder el norte.
Buenas noches golondrineros, sed felices.

09 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 12

Estamos de puente, por lo menos yo, y supongo que algunos más. Y aprovecho, como siempre, para meterme de lleno en mis historias. Estoy en Siena, vía internet claro, los habituales ya sabéis que es mi manera de viajar. Mi próxima novela, la que estoy escribiendo, me ha llevado hasta allí. Sabía poco de esta ciudad, medieval por excelencia, Patrimonio de la Humanidad. Una maravilla, os la recomiendo, es ideal para visitar en un puente.
Y ahora a lo que interesa. En el capítulo anterior, Serafín ya ha presentado a Pepa a todo el pueblo, ha aprovechado las fiestas. Ha sido toda una experiencia para ella. Parece que la pareja, si no feliz, por lo menos va teniendo mejor convivencia.
CAPÍTULO 12

Cuando sale del baño, Serafín, sentado en la cama, desnudo.

¿Toca hoy?

No, es que te voy a poner un ungüento en los pies, dejarán de dolerte; los tienes algo hinchados.

Pepa quiere decir algo, abre la boca y no le sale nada, de una pieza se ha quedado. Durante un buen rato, Serafín le masajea los pies y las piernas hasta las rodillas. Pepa le contempla, concentrado en lo que hace.

No sé si llegaré a entender a este hombre algún día, y qué bien lo hace, da gusto. Ahora le daría un beso que le tumbaría de espaldas, pero cualquiera le dice nada. Igual piensa que es una tontería que le bese”

Poco a poco, Pepa, va relajándose y se queda dormida, antes de que Serafín termine el masaje. Al despertar, él ya se ha marchado, se levanta con alegría, se siente de maravilla. A media mañana llega un camión, es Antonio, al que ya conoce.

Buenos días, señora.

Hola, Antonio, ¿qué le trae por aquí? Mi marido no está.

Me manda él, traigo unos muebles de la casa grande. Me dice Ud dónde los quiere, voy a llamar al Anselmo para que me ayude.

Pepa, no sale de su asombro.

Este hombre es una caja de sorpresas”

Un sofá, con los sillones a juego, una mesa baja, una mecedora y dos butacas pequeñas. Las butacas pequeñas las hace subir a su habitación. Manda colocar el sofá y los complementos en una habitación contigua al comedor, que está vacía. Está que no se lo cree de contenta. Se sienta en el sofá y mira alrededor, una salita, tiene una salita.

Señora, me ha dicho el amo, que si quiere algo más que me lo diga, lo traigo de inmediato.

Pues mire, sí, tengo una cadena de música y algún libro. Si hay en la casa un mueble para eso, me vendría bien ponerlo aquí, así la salita estaría completa.

Venga Ud y elija lo que prefiera.

De acuerdo, vamos.

Antonio le ayuda a subir y bajar del camión. Anselmo va con ellos. Entran en la casa, encuentra lo que busca. Un mueble bajo, apenas tiene unas figuras, las recoloca en otro mueble. Vuelta a casa, una vez colocado, Pepa se dedica a ordenar en el mueble la cadena musical, los CD y los libros. Está henchida de gozo, se sienta y pone la música, coge una de sus novelas, mil veces leída, y pasa el resto de la mañana allí. Oye llegar a Serafín , y sale corriendo. Prácticamente se le echa encima, le llena de besos la cara.

Gracias, gracias, gracias; anda ven, verás cómo ha quedado, hemos ido a por un mueble para completar la salita, está de cine. He colocado mis cosas ahí ¿Qué te parece, te gusta?

Si te gusta a ti, está todo bien.

Serafín, no me jodas, dime si te gusta.

Bien, sí, me gusta.

Pepa se acerca, insinuante.

Ven aquí, desaborido, que eres un desaborido, pero yo te voy a dar la sal que te falta.

Lo besa, lo empuja hacia el sofá y le empieza a desabrochar el pantalón.

Pepa, no, no es... aquí... no toca, Pepa, para.

Cállate, aquí y ahora, cuando queramos; sin día, sin hora, cuando nos lo pida el cuerpo. Y ahora a mí me lo pide el cuerpo, y a ti hace rato que está que se sale. No es precisamente algo que puedas ocultar, maridito mío. Porque, no sé si tienes claro, que el ser tu mujer, lleva implícito que tú eres mi marido.

Serafín se está abrochando el pantalón, no la mira, como avergonzado. Ella, desvergonzada total, riendo despacio, le quita las manos y le abrocha. Él, mirando al techo, tieso como un palo.

¿Te das cuenta? Hay cosas que no son tan inútiles. Un sofá, puede ser un mundo, solo hay que tenerlo y saber aprovecharlo; y, tú, sin enterarte ¿Te ha gustado?

Sí, sí claro, es tarde, la comida estará en la mesa.

Y qué, no se irá de ahí, pero anda, vamos. Estoy que reviento de contenta ¿Por qué, no me dijiste anoche que pensabas traer los muebles?

No sé.

Ah, y otra cosa. Ya te daré las gracias, a la noche, por el masaje. Me he levantado como nueva. Después de colocarlo todo, me he sentado a leer con la música puesta, una delicia; de veras, Serafín, estoy muy contenta.

Ya.

Pepa va sintiéndose más a gusto con la casa, por lo menos. Serafín, poco ha cambiado en sus expresiones, le cuesta sacarle las palabras. Ahora se sientan los dos, de cuando en cuando, en la salita, los sábados y los domingos. Ella le dice de lo que lee y pone la música.

¿Te gusta la música Serafín? Llevas la radio siempre con noticias, nunca con música.

Con las noticias aprendes, con la música no. Cuando algo no importa dicen, eso es música.

Pero que burro eres, hijo. La música es para disfrutar, no todo tiene que ser aprender. Disfrutar de lo bonito, relajarse.

Yo no estoy nervioso.

No se trata de estar nervioso. Vamos a ver, y siempre tengo que volver a lo mismo, porque parece que es lo único que de verdad entiendes. Antes te lo hacías con las ovejas, te servía para descargarte. Ahora conmigo, también te descargas, pero es algo más ¿o no?

Sí, claro.

Si dices, sí claro, ya es mucho. Pues bien, disfrutas o algo parecido. Pues la música sirve para eso, para disfrutar. Tuve un cliente, un abuelo ¿sabes? Me hacía de fijo, más de quince al día, de abuelos. Uno era músico, bueno, había sido director de orquesta; a veces no tenía para pagarme y me daba un CD ¿qué te parece? Mi trabajo de puta me sirvió para escuchar la música que nunca hubiese comprado. No sé nada de los músicos, ni de las obras, pero me encanta oírla. No todo tiene que ser útil en la vida o, mejor, no todo tiene que tener una utilidad relacionada con el trabajo o el dinero. Hay cosas, infinidad, que son útiles de otra manera, para alegrarte la vida, para sentirte mejor ¿Lo entiendes?

Ya.

Ya, es ya, ¿no es eso?

Sí, eso mismo.

Perfecto, que me maten si sé si ha servido de algo lo que te he dicho. Eres la hostia, tío. De verdad, Serafín, lo tuyo es de libro de universidad. Un caso raro, muy raro, para gente de mucho nivel, yo no tengo tanto como para entenderte.

A pesar de todo, Pepa, consigue ir llenando sus días, está preparando una habitación para el niño. En la casa grande, no había nada que le gustara; han comprado muebles.

Está cercana la Navidad, ella estaba acostumbrada en el colegio a celebrarla; al salir y vivir con su madre, también lo hizo, lo poco que estuvieron juntas. Luego, durante los años que estuvo sola, a su manera, la celebraba. Le pregunta a Serafín.

¿Que hacéis aquí por Navidad?

Nada, es día de fiesta, no se trabaja.

Me refiero a, si lo celebráis.

Cuando vivían mis padres sí, luego nada. Como un domingo, igual que un domingo.

¿Por qué?

Es una fiesta de casa, de familia. Mis padres ya no están.

Y, yo, ¿qué soy, una vecina?

Serafín, la mira, no contesta.

Podemos celebrarlo los dos y éste, que viene aquí dentro, casi somos tres, una multitud.

Lo que quieras se hará.

No, Serafín, sino quieres, no se hace. Tampoco hay gran cosa que podamos hacer. Bueno, poner un árbol y un belén. En el colegio ayudaba siempre a ponerlo. Me dejé en la pensión un arbolito pequeño, de esos de plástico que lo llevan todo puesto; de la tienda de los chinos. Remigia y Anselmo, podían cenar o comer con nosotros, en una día así, ya que viven aquí.

Ellos trabajan en la casa, no son familia, y van por esas fechas al pueblo, con los suyos. Desde que faltan mis padres estoy solo.

Pues ya no lo estás, así que pondremos un belén, uno pequeñito aunque sea.

En la casa grande hay uno. Lo traeré, si es eso lo que quieres.

¡Y, vuelta! Oye, si no te apetece, nada; lo dejamos estar y punto, ya me estás cargando. Pásame ese libro, me he cansado de hablar contigo, para lo que saco, no sé ni cómo me molesto.

CONTINUARÁ...

La foto es del blog LA TOSCANA


05 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 11



No soy yo, mas no me importaría estar tal cual, frente al mar. A veces viene bien parar, alejarse del mundanal ruido y relajarte, recordar, pensar... lo que tú quieras. Lo cotidiano no siempre da para eso. Hay demasiado ruido en nuestro entorno. Voces que protestan airadas sin motivo ni razón. Voces que enmudecen ante la injusticia y su eco sordo nos inquieta. Gente que grita para imponer su opinión pensando erróneamente que, así son más convincentes. Agitan a papanatas, iletrados; y otros muchos que, por su sencillez y credulidad, son incapaces de pensar que, quien así habla puede estar equivocado. Palabras grandilocuentes puestas en boca de personajes mediocres que, tergiversan y mancillan, cuanto y a cuantos mencionan. En resumen:“Mucho ruido y pocas nueces” —comedia de Shakespeare—

Pero si no te es posible estar así frente al mar, puedes relajarte y... leyendo el siguiente capítulo de Cuéntamelo.

CAPÍTULO 11

Finales de agosto. Hay fiesta en el pueblo, no se trabaja. Hoy, Serafín se ha puesto la muda de los entierros, la misma con la que se casó. Pepa, aún en la cama, lo está mirando.

¿Adónde vas, ha muerto alguien?

No, vamos los dos, hay que estar en el balcón cuando pase la procesión.

¿Y por qué no me lo has dicho?

Ya lo he dicho.

Lo has dicho ahora, tenías que habérmelo dicho antes. Me hubiese comprado algo más elegante. Si hay fiesta, la gente irá bien vestida. Lo que me compré, es para ir por casa y poco más. A ti eso te da igual, pero a mí no.

La procesión es por la tarde, si quieres comprar algo vamos a La Gineta, lo que quieras.

Si es por la tarde, ¿por qué te vistes ya?

No voy a gastar dos mudas. Hoy no puedo trabajar, es la fiesta.

Bueno, eres el colmo. En fin, me visto y nos vamos. Veré si encuentro algo adecuado.

Ha encontrado un vestido azul marino, con escote cuadrado; le parece que está bien para asistir a una procesión. En la misma tienda hay ropa de hombre. Ve una camisa blanca que le gusta. Le pregunta a la dependienta si tiene talla para su marido. La dependienta lo mira con atención, hace un gesto de duda.

Si quiere, le miro en las tallas de niño, puede que la dieciséis le venga bien. Es tan pequeño.

No lo tiene todo pequeño, se lo aseguro. Deme la dieciséis.

La dependienta se ha puesto roja como un tomate. Pepa siente cierto regocijo al verla turbada.

Habrase visto, la maleducada, si no fuera porque necesito el vestido me iba sin comprar, se ha quedado de una pieza.”

Serafín paga y salen.

He cogido una camisa para ti.

Para qué, ya tengo.

Para que vayas bonito, hoy me da la gana de lucirte, así que te la vas a poner para ir a la dichosa procesión ¿Dónde te compras tú las camisas?

Las hace Remigia, nunca me he comprado nada; el pantalón y la chaqueta lo hace un sastre de aquí. La ropa interior de la tienda.

Y por lo visto no sabe hacer otro modelo, siempre el mismo , y con la misma tela.

La pana es buena para todo el año, las vacas llevan la piel siempre.

Tú no eres una vaca. Si te gusta así, pues así. Ahora, la camisa te la vas a poner, si te viene bien, que falta verlo. Anda, vamos a casa, hace un calor insoportable, y tú, con la piel.

Han subido los dos a la habitación. Pepa se viste, él sentado en la cama mirándola, sin decir nada, ella le observa de reojo.

A pesar de la tripilla, estoy buena, tengo que gustarle por narices; pero ahí está, como una estatua, incapaz de decirme nada. Poco he logrado que mejore, en realidad nada, míralo el jodido, como si estuviera muerto.”

Veamos la camisa, quítate la que llevas.

Le está bien, un poco cortas las mangas.

¿Qué, cómo te ves?

Con camisa blanca.

Nos ha jodido mayo por no llover a tiempo. Desde luego hijo, se dejaron la sal en el salero ¿Te gusta?

Lo blanco es blanco.

¿Y, a mí, cómo me ves? Y no me contestes que de azul marino, que te arreo.

Serafín sonríe, la mira, la mira por detrás, la vuelve a mirar.

Estás bien, eres el ama y se nota.

En qué se nota.

No hay ninguna en el pueblo como tú. Toma, mi madre se ponía esto el día de la fiesta.

Ha sacado una caja de terciopelo rojo, de debajo del cojín. Pepa se queda sorprendida, abre la caja, collar y pendientes de perlas y una pulsera antigua de oro. Pepa se ha emocionado, nunca ha llevado unas joyas así, no es que sean espectaculares, son sencillas pero de calidad. Se ha quedado con la caja entre las manos, quieta, sin decir nada.

Si no quieres, si no te gusta, lo que quieras, puedes hacer lo que quieras.

Claro que me gusta y por supuesto que me lo pongo.

Está guapa, muy guapa. El embarazo la favorece, el vestido es sencillo pero ella tiene estilo, sabe llevarlo. Se pone los zapatos del día de la boda.

Con esos zapatos no andas bien.

Me caí porque el suelo estaba resbaladizo. Tienes buena memoria, solo los viste ese día y te acuerdas.

Ni buena ni mala, normal. La memoria sirve para acordarse. Si no la usas, para qué sirve.

No sé si prefiero que hables o que te calles.

Han llegado al pueblo en la furgoneta. Serafín, le ayuda a bajar, ella se lo ha pedido.

Deberías comprar un coche, aunque sea pequeño; cuando me ponga más gorda, no sé si podré subir en este chisme.

Se hará lo que se tenga que hacer.

Dan la vuelta a la calle y llegan a una casa grande, señorial, antigua, con balcón. Remigia está en la puerta, se apresura a abrir, ha mirado a Pepa; sobre todo, le ha mirado las joyas.

Hay un recibidor muy grande, con una mesa puesta con un piscolabis. Pepa, se queda parada junto a la mesa observando la variedad y calidad de los alimentos.

Es costumbre que tomen un bocado los que entren a saludar.

¿Y a quién vamos a saludar?

Es a nosotros a los que vendrán a saludar.

¿Esta casa es tuya?

Sí, de mis abuelos, por parte de mi madre. Yo nací aquí. Hay que subir al balcón. La procesión no tardará en pasar, la gente vendrá después. Mis abuelos tenían esta costumbre, mis padres también, es lo que toca.

Todo es antiguo pero cuidado, con detalle, sobrio. Pepa va boquiabierta, no se parece en nada a su casa, que a pesar de pintarla y ponerle cortinas, está como desmantelada. No resulta acogedora y es principalmente, por la falta de mobiliario; solo lo imprescindible, la mayoría de las habitaciones sin nada. En cambio, en esta casa, hay de todo. Butacas, sofás, cómodas, cuadros, figuras de porcelana. Nada en exceso, pero evidentemente, es una casa donde se ha vivido con comodidad y gusto.

Si tienes esta casa ¿por qué vives en la otra?

Me gusta el campo, tengo lo que necesito, aquí hay demasiadas cosas inútiles. No es necesario tanto para vivir. Pero a mi madre le gustaba así. Solo vengo en este día. Remigia se encarga de prepararlo. La mujer de Bartolo, se ocupa de limpiarla durante todo el año.

Pepa se ha sentado en una butaca, repanchigada.

Es una barbaridad, que la tengas para venir un rato una vez al año, con todos estos muebles sin utilizar. Y en casa, ni un miserable sofá, ni una media butaca; lo único decente es el despacho. Y si no la quieres, ¿por qué no la vendes?

En mi familia no vendemos, compramos. Aquí puede que quiera vivir mi hijo, yo no quise, a mi padre le pareció bien. A mí también me parecerá bien lo que quiera mi hijo.

Nuestro.

¿Qué?

El niño, es nuestro, no es solo tuyo.

Ya. Salgamos al balcón, están llegando.

¿Qué virgen es?

No es virgen, aquí no hay vírgenes, es San Eleazar.

Tenía que ser raro hasta el santo del pueblo, en mi vida he oído ese nombre.

Triste, ese es el aspecto de la procesión. Un par de tambores redoblando, dos hileras de personas. A un lado los hombres, al otro las mujeres. Portada por los anderos, un anda, con una pequeña figura representando al santo. Detrás el cura, con un par de monaguillos. Al terminar, bajan. Al poco comienzan a entrar algunas personas. Serafín le va presentando, se limita a decir “mi mujer”. Hombres y mujeres le han dado la mano, nadie le ha besado. Apenas un par de palabras y directos a la mesa. Pepa, no sale de su asombro, nadie hace conversación con Serafín, ni con ella; pero comer, comen de lo lindo. Alguna palabra suelta, es todo lo que ha podido decir y que le han dicho. Serafín no deja de moverse, igual lo tiene a un lado que a otro. Unas dos horas con semejante “fiesta”. A casi las once de la noche regresan a casa. En silencio los dos. Remigia y Anselmo se han quedado a recoger.

Ha dicho, Remigia, que hay cordero asado para cenar. Cenamos en la cocina ¿te parece?

Nunca como en la cocina.

Tampoco has tenido mujer y ahora la tienes. Así que hoy cenas en la cocina, el asado tendrá el mismo sabor. Ahora entiendo que no me presentaras a nadie. Para lo que ha servido, igual me daba pasar cien años sin que lo hicieses.

Ya.

Creí que los únicos raros erais los de esta casa, y no, es el sello del pueblo.

Yo hablo poco con la gente, para qué.

Y, a mí, por lo visto, me consideras gente.

Tú eres mi mujer.

Pero tampoco hablas conmigo, para qué, no hay de qué, ¿no es eso?

Estamos hablando.

Sí, ahora, pero, ¿cuántas veces lo hacemos? Pocas Serafín, muy pocas. Y ni siquiera nos conocemos. Vamos a tener un hijo, llevamos cinco meses viviendo juntos, y apenas sé nada de ti, ni tú de mí. No te interesa nada de mí. En fin, qué le vamos hacer. Vas a tener razón, estos zapatos no son buenos para andar, me duelen los pies.

Has estado mucho tiempo de pie sin moverte un paso, eso es malo. Hay que moverse, yo me muevo.

Sí, no hace falta que lo digas, me estabas poniendo de los nervios, nunca sabía si te tenía a la derecha o a la izquierda. Entonces lo haces porque no te duelan los pies. Hay que ver, yo pensaba que eras inquieto y resulta que es por los pies.

No me aguanto entre la gente, no sé qué hay que decir. No los tratas, no sabes lo que quieren, ni ellos lo que uno quiere. Hablan de nada, por hablar, no tiene sentido.

Pensando así, es lógico que no hables. Pero si todo el mundo hiciera igual, el mundo estaría en silencio, no llegaríamos a conocernos. Hay que hablar, aunque sea del polvo de la calle, para ir conociéndose. De una cosa se pasa a otra y llegas, a tener aprecio por las personas.

Ya, dicen muchas tonterías, para qué escucharlas.

Tendré que mirar bien lo que hablo, si quiero que me escuches.

Tú eres mi mujer.

Sí, eso ya lo sé, me lo recuerdas a menudo, como si yo no tuviera memoria. La tengo, ¿sabes? Además de, memoria, hay que tener entendederas, que sirven para ir comprendiendo.

Ya.

Ya, qué; con el maldito ya, lo dices todo y no sé, si te cachondeas de mí, o es que estás de acuerdo con lo que digo.

Pues eso mismo, que hay que atender para entender. Si vale la pena entender, si no, para qué.

Me voy a dar una ducha, porque me empiezo a cabrear. No tengo aún claro, si me atiendes o me desatiendes porque no te interesa lo que digo. Y no sé si quiero tenerlo claro.

CONTINUARÁ...