19 febrero 2011

HOSPITAL, LA NUEVA FE. "PRIMERA SEMANA"

El viernes suele ser día de estreno cinematográfico. Segura estoy que, si estrenasen la peli de la primera semana en la Nueva Fe, sería un éxito. Podríamos darle un título clásico “Tragicomedia de La Nueva Fe”. Porque así ha sido, hemos tenido de todo. Quizá le fuese mejor aquel de “Sonrisas y lágrimas en La Nueva Fe”, por dar un toque de esperanza. O puede que “Gritos en la oscuridad de La Nueva Fe”. Pues gritar, hemos gritado de lo lindo. En la oscuridad que supone el silencio como respuesta, ante la demanda de solución a los problemas.
Y no es por falta de interés de los actores secundarios. Para nada. La mayoría están muy curtidos en todo tipo de actuaciones y, salvo excepciones que, haberlas haylas. El elenco ha intentado unas veces con mucho acierto y otras con menos, dar puntual solución a las “incidencias” a fin de que no afectasen al paciente ni al acompañante o que, fuera de la menor manera posible. Y mucho hubiésemos evitado si el “estreno” de la peli no se hubiera precipitado.
Hay una maldición que suele oírse con respecto a las obras: “En obras te veas, aunque las acabes”. Sabido es que, aun estando uno pendiente de todo, cuando una obra ha finalizado y ya estás en la casa, surgen cien cosas que no funcionan o no están como debieran. Si la casa es un hospital, tal cual el caso, no son cien, sino mil cosas que no están a punto.
A ello hay que añadir el nuevo sistema de suministro de material de todo tipo, lo que vienen en llamar la logística. Que ha sufrido los mismos inconvenientes de la precipitación del estreno y, por tanto, a pesar de su buena voluntad no han podido atender el avituallamiento como era necesario. Consecuencia, locura. Sí, nos hemos vuelto todos locos, unos un poco y otros en demasía. Lo que ha llevado a situaciones de histeria casi colectiva. De ataques de risa tonta o de llanto descontrolado. Y llevamos un altavoz continuo. Las paredes son nuevas, están vacías de sonidos y resuenan como con eco las voces.
Nos encontramos en un hospital nuevo, fantástico en mucho y desconocido para todos en su fondo y en sus formas, ahora informatizadas. Informática que de pronto se descuelga y te deja en blanco, pasmada de cara a la pantalla pensando ¿qué habré hecho mal? Y, no, no has hecho nada mal, es que el sistema no anda fino.
Tenemos unos teléfonos estupendos, pantalla incluida, no sé cuantas teclas ni para qué sirven. Llamas a un número, al parecer conecta con varios del departamento con el que quieres hablar y aparece un número distinto en la pantalla, crees que te has equivocado y cuelgas. Tan ricamente.
Si es el sistema de llamada desde las habitaciones, apenas entiendes lo que dicen por todo el ruido que tenemos. Hablamos a gritos para que nos oigan. Pero olvidamos pulsar la tecla que permite oír en la distancia. Lo que nos lleva a decir (a gritos también) “Esto no va”. Y echas a correr a la habitación por si es grave lo que ocurre, llegas sin resuello y te piden un pañal. Jo...
No hay alcohol, no hay fisiológico, no hay... ni se esperan ni puedes pedirle a la vecina porque está igual que tú. Productos elementales de uso diario y en cantidad. Tenemos armarios, lugares en los que colocar los productos para utilizar, pero no en qué. Vamos que tenemos el pollo pero no el arroz, la paella para hacerlo ni los platos o cucharas. Solución, después de agotarte las pilas llamando a todos los números que debes o no debes llamar. Coges el coche y te vas a la Vieja Fe y llenas el maletero con todo lo que puedes para poder trabajar y atender a los pacientes de la mejor manera posible. Pero mientras eso ocurre, la vida sigue, el hospital está en pleno funcionamiento y la gente encrespada, discute por mucho o por nada.
De pronto, alguien suelta una chorrada y suena una carcajada general. Así hemos pasado la semana. Trabajando el triple de lo normal, acabando reventadas, perdidas por los inmensos pasillos. Rara es la vez que sales y no te encuentras con alguien con la mirada un tanto extraviada, que te dice — ¿oye, dónde está...?— Lo que sea, tú le contestas creyendo saberlo y, al cabo del rato, esa misma persona, pregunta lo mismo a otra y le contestan: “Vas en dirección contraria, está allá, al fondo” —Pero si vengo de allí, y me han dicho...— Nada, lo más probable es que las dos informaciones sean erróneas y tenga que desandar lo andado y bajar o subir a otro piso, porque todos la han mal informado, sin intención claro.
Alguien se sienta en su despacho y comienza a maldecir por lo bajo o algo más alto. Busca sus cosas desesperado, hasta que se da cuenta que se ha sentado en otro despacho. Y se deprime por ello, pensando en el Alzheimer. O le da la risa idiota y no acierta a expresarse en la siguiente hora, atropellándose por contarlo.
Así hemos pasado la semana, descentradas por este cambio que no ha sido sólo de sala, pasillo o despacho. Han sido turnos nuevos; compañeros nuevos, pero tan antiguos como puedas ser tú. Ordenadores y otros aparatos diversos, nuevos. Abastecimiento nuevo y deficiente, que estamos seguros que no lo será cuando todo funcione, pero ahora sí y, era el peor momento para fallar.
Vamos a intentar centrarnos mejor para la próxima semana y para ello unas recomendaciones:
No corras con zuecos, porque te puedes caer. No grites, porque no te escucharán. No llores, porque te amargarás. No pierdas la esperanza de adaptarte, porque esto es lo que hay.
A pesar de todo, a mí, me gusta la Nueva Fe.
Buenas noches, golondrineros. Ciao.

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