19 marzo 2011

NUEVO HOSPITAL LA FE DE VALENCIA. QUINTA SEMANA. ESTAMOS EN FALLAS

A trochemoche, así es nuestro día a día. Cuando no es una cosa surgen varias. No hay concierto ni tiempo o serenidad para tenerlo. Trabajamos a trancas y barrancas, aceleradas en el mucho quehacer diario, sin tener aún las cosas en orden, porque no lo están y tampoco las personas. Lo cual es más difícil de lograr. Vamos mejor que en un principio, qué duda cabe, pero ni sombra de lo que fuimos. Y lo peor es la duda ¿lograremos estar en orden? Hay quien piensa que no, o que tendrá que pasar mucho tiempo. Algunas ya están pensando en tirar la toalla.

Y es que el cambio no ha sido solo de escenario, que ya por sí mismo supone una enooorme batalla superarlo. Acoplarse a un turno muy diferente, a personas distintas con otra manera de hacer y entender. Adaptarse a una tecnología que sigue dando problemas en vez de facilitar la tarea. En una sala inhóspita y, casi siempre llena. Con pacientes de diversas patologías, que requieren en muchos casos una gran atención. Todo ello, da como resultado que el turno de trabajo sea agotador mental y físicamente. A pesar de que la mayoría del personal tiene gran experiencia y resolución, porque de no ser así, el desaguisado sería mucho mayor.

También hay que añadir el agravio comparativo con otras salas de menor volumen de trabajo. En las que el personal anda menos descontento. Por supuesto, continuamos con los problemas de la logística que, ya para qué mentarlos, son de sobra conocidos.

El tema del aparcamiento continua vigente, es vergonzoso que, mientras el personal tiene que aparcar a cientos de metros fuera del recinto hospitalario, el aparcamiento a cubierto y en superficie esté con plazas libres. Por la mañana como que nos da la risa, todos andando a paso ligero hacia el gigante sanitario. Al salir, ya la cosa no tiene el mismo tono, arrastrando los pies llegamos hasta los coches. Porque parece que al quitarte el uniforme, te quites el motor que has llevado a más de 120, a pesar de estar prohibido, y ni de lejos logramos ir a 30.

Si te arriesgas a entrar en el recinto, ya cerca de las ocho de la mañana, en busca de una plaza, se te llevan los diablos. Hay cola para entrar, unos haciendo maniobras, otros que se van, uno que frena sin previo aviso porque le parece que hay un hueco que luego no es tal. No te sale a cuenta y prefieres aparcar en la quinta avenida, es decir, a tres pueblos de tu lugar de trabajo, a menos que quieras llegar a las tantas, ya que después de dar toda la vuelta al hospital, tienes que volver a salir y buscar sitio fuera. Resulta que este cíclope tiene un solo ojo, tal cual gigante mitológico. O sea, una sola entrada desde el bulevar. Con un letrerito que, sino estás al loro ni te enteras de que es por ahí.

No más fácil lo tienen quienes van en autobús. Hay pocas líneas y faltan vehículos para todo el movimiento que genera en hora punta la Nueva Fe. Con frecuencia van abarrotados y no paran. Auténticas oleadas de personal descienden de ellos, deseosos de respirar tras un trayecto que muchas veces es agobiante. Cuando no lo es en doblete, por la mencionada falta de líneas.

He mencionado lo del “letrerito” porque es curioso que lo necesario para circular y orientarte esté en pequeño y la publicidad en enormes paneles. Eso viste mucho, y, mientras, por dentro del hospital andamos, porque seguimos andando y andando, para encontrar cualquier cosa. No se les ha ocurrido nada más original que titular la mayoría de consultas con letras y números. Gracias que por fin hay un celador por planta, plano en ristre, para poder dirigir la búsqueda. Con lo sencillo que hubiese sido poner los nombres. Pero claro, este hospital es un órdago experimento futurista. Han dado por supuesto que todos los que por él andan están licenciados en tecnología punta, expertos en el arte de la codificación y llevamos un chip incorporado que nos permite interpretar cualquier lenguaje informático. Vamos que todos, trabajadores y pacientes, somos capaces de traducir el HTML con el que han rotulado el interior del gigante sanitario.

Nada más lejos de la realidad, perdiditos seguimos. Y si nosotros estamos así, ya podéis imaginaros como anda la clientela. Preguntando a todo el que ven con bata blanca, verde o lila. Ignorantes de que van igual de pardillos o más que ellos.

De pronto aparece un cliente tirando de una camilla con niña, y silla de ruedas al tiempo cargada con el equipaje. Tal cual le han dejado en un ascensor: “Suba usted a la segunda, allí está la consulta” Y el pobre hombre aterriza como puede al medio de una sala, sin saber si tiene que ir hacia dentro o tirarse por la ventana al verse rodeado por unas locas — nosotras— que le preguntan todas al tiempo ¿de dónde viene? ¿a dónde va? ¿por qué va solo? ¿quién le ha dicho que suba aquí?

No, casi nadie conocemos el lenguaje informático con el que han adornado los paneles. Ni somos muy capaces de ver en la oscuridad que rodea al macro hospital, en cuanto esa luz maravillosa del Mediterráneo que nos alumbra durante el día, decide irse a la cama. Tenebroso aparece el gigante, tanto como nos lo parece mientras trabajamos en su muy iluminado interior.

Estos y otros problemas, le fueron comunicados al gerente, al parecer tuvo a bien personarse en una concentración que hubo y que piensan repetir por si sirve de algo. Nada, según me contaron, les dijo que en un año estaremos todas tan encantadas que nadie querrá dejar el hospital. Al parecer le amenazaron con pedir traslados masivos.

No creo que sea la fórmula para remediar los males que nos aquejan. Desde luego hay que ir avanzando dando solución a todo aquello que podamos por nuestra cuenta, sin esperar a los de arriba. Al tiempo que, no podemos dejar de insistir para que la dirección corrija lo que esté en su mano. Yo no pienso tirar la toalla, aunque hay momentos en que motivos sobran. Y no lo haré porque la dirección diga o deje de decir. A estas alturas me importa muy poco lo que piensen. Creo que los que vienen detrás merecen que dejemos las cosas en orden. Hay mucha gente con ganas de trabajar, que no escatima esfuerzos para dar una buena atención y, esas personas son las que me importan. Por ello no iré a ninguna concentración, no creo en ellas. Sé que lo que realmente vale es lo que cada uno hacemos en el día a día. Y si bien llevamos cinco semanas a trochemoche, dentro de otras cinco será menos malo si todos ponemos empeño en ello. Si los que mandan tienen a bien echar una mano, bienvenida sea, sino, lo haremos nosotras. Como siempre lo hemos hecho.

Hoy esto parece una epístola. Estoy menos cansada, tengo tres días de fiestas, estamos en fallas. El televisor está encendido y suenan de fondo los comentarios de la transmisión de la ofrena. A cada momento las bandas de música interpretan “Valencia”. Habla de que Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor. Vale, aunque depende de lo que mires. Y el himno regional nos dice:

Valencianos, alcémonos en pie.

Que nuestra voz la luz salude

de un nuevo sol.

Para ofrecer nuevas glorias a España,

todos a una voz, hermanos venid.

¡ Ya en el taller y en el campo susurran,

cantos de amor, himnos de paz!

Voy a tomarme un limoncello, porque está claro que tengo las pilas bajas y me ha salido la vena patriota. Aunque sirve el ejemplo para decir aquello: Fuenteovejuna, todos a una. Podemos lograrlo y lo haremos.

Voy a ver el final de la ofrena, aún soy capaz de emocionarme con esos momentos. También me emociona la mascletá, no os perdáis la de mañana, que ya no tendremos otra así hasta el año que viene.

Sed felices, golondrineros, yo lo intento.

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