25 febrero 2009

CRISTINA

Con veintipocos años se fue, allá dónde todos iremos y nadie deseamos. Realmente no la llegué a conocer, pero la vi muchas veces, a lo largo de los últimos quince años. Tenía una sonrisa preciosa. La de su madre era como la de la Gioconda, una mezcla de dulce amargura, un sí pero no. Tal cual fue la vida de Cristina desde muy temprana edad. La maldición del veneno cancerígeno en su sangre la persiguió hasta acabar con ella. Y me pregunto, siempre lo mismo, ¿por qué y para qué?
Por qué vino al mundo Cristina. Para qué nació a la vida que apenas se le prestó. Nunca soy capaz de darme respuestas que justifiquen tanto dolor, tantas angustias. Si bien es cierto que durante esos años Cristina y sus padres disfrutaron de muchos momentos de felicidad, no lo es menos, que las horas mal vividas, las lágrimas derramadas y, aún más las ahogadas, fueron excesivas.
Su corta y penosa existencia, siempre pendiente de su enfermedad y enganchada frecuentemente al hospital como si fuera a darle la salud que le faltaba, no le impidió intentar vivir como si nada de eso existiese. Conoció el amor y el desamor, estudió y se divirtió como correspondía a la primavera que debió vivir y, que nunca llegó a serlo realmente. Porque el azote gélido de sus recaídas enfrió sus mañanas y nubló sus tardes dando paso al invierno y con él al ocaso de su vida.
Y mientras todo eso ocurría, su madre sonreía, con ese sí pero no que era la vida de Cristina.
Más o menos un cuarto de siglo. ¿Y ahora qué? vivir recordando, sobrevivir olvidando. Tanta fuerza empleada en esos años ¿Para qué? por unos pocos momentos de felicidad que se rompen en mil pedazos, como cristal. Y esos cristales rotos cortan ahora esa sonrisa de Gioconda. ¿Cómo sonreirá ahora la madre de Cristina? No quiero saberlo, prefiero pensar que será capaz de seguir sonriendo como la Gioconda. Con su vida, que ahora será suya, sí, pero no; no lo será, porque tardará mucho en olvidar lo malo y mucho más en recordar sólo lo bueno. Sí, vivirá, pero no estará viva mientras le dure el duelo y, será largo; tan largo, como su invierno. Y mis lágrimas son por ella, por todo lo mal vivido y por lo que le falta vivir.
Me duele el alma por Cristina, a quien vi y no conocí. Que allí dónde estés puedas vivir tu primavera, la que aquí no te dejaron vivir.



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