03 agosto 2010

INDIFERENCIA

Oí pronunciar mi nombre y no me extrañé, a menudo lo escuchaba en ese mismo lugar, de voces familiares de conocidos o no tanto, coincidentes en el sitio y hora. Era bastante habitual detenerse a charlar unos minutos. Sin embargo, sí fue extraño ver a quien me había llamado, por el mucho tiempo transcurrido. Pero no me sorprendí, tampoco tuve ninguna emoción especial. Y mientras hablábamos de las cosas que suele la gente hablar cuando no tiene de qué. Me estaba preguntando por qué no tenía ninguna reacción, positiva o negativa, a ese encuentro tan fortuito como inesperado. No sé si me comporté de forma adecuada o no dada la amistad que habíamos tenido. Porque mi reacción fue la misma que con otras personas a las que no me une más relación que la de verte por los pasillos en el centro de trabajo, o poco más.

Las personas te sorprenden con sus palabras, gestos o acciones. Es algo normal que suceda porque nunca llegamos a conocernos ni sabemos de sus ocultos motivos. Pero si eres tú la que suscitas en ti misma la sorpresa, te encuentras preguntándote ¿qué ocurre? Y lo más seguro es que a lo pronto no sepas responderte. Quizá porque aun no te conoces lo suficiente o no te paras a pensar.

He tratado de saber qué motivó mi no reacción. Podía haber sentido alegría o pena, incluso las dos sensaciones recordando otros tiempos, pero no, ni lo uno ni lo otro. Indiferencia. Eso me ha preocupado en principio, pensando que es un estado de ánimo desprovisto de vida, falto de sentimiento, incluso diría que es casi irracional. Y, en este caso concreto, no debiera darse. Pero sí, está justificado y puedo dar explicación de ello.

He recordado aquello que dicen del “Asno de Buridán” que siendo indiferente a tomar decisión por comer o beber, acabó muerto. Pudiera ser que la indiferencia, no reaccionar ni en positivo o negativo, fuese consecuencia de un estado de vacío, de muerte emocional, por así decirlo.

Pero yo no estoy muerta, todo lo contrario. En algunos aspectos estoy más viva que nunca. Siendo así, mi indiferencia no es fruto más que de mi propio equilibrio. La ausencia de turbación, la sensación de indiferencia o ataraxia. Viene dada por mi tranquilidad, el equilibrio que he logrado entre mi alma y mi razón. Esa sensación de paz conmigo misma y mis sentimientos que son la base de la felicidad. Ya que si no estás bien contigo será difícil que lo estés con los demás.

Hay que ir descartando aquello que no te es controlable: lo que piensen, hagan o sientan los demás, por ejemplo. Si tienes que estar pendiente de ello para sentirte bien, nunca lo lograrás.

Me falta mucho por andar en ese camino en el que ya avanzo, en busca de mí misma y mi felicidad. Me he turbado ante mí, antes de meditar mi reacción de indiferencia en ese encuentro. No tengo duda, ya no, voy haciendo camino al andar.

Amigos golondrineros, supongo que algunos estáis de vacaciones, disfrutad y tomad una buena copa de limoncello con mucho hielo. Tengo que reconocer que no me es indiferente el limoncello, claro que, solo depende de mí tomar o no una copa. Ciao.

No hay comentarios: