10 noviembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 18 Y ÚLTIMO

Bueno, golondrineros, he tardado pero aquí estoy con el final de esta corta novela. No pasaré a la historia de la literatura con ella, pero si he logrado haceros sonreír en algún momento, mi objetivo está cumplido y, con ello, mi recompensa.

Soplan vientos desapacibles, fríos, turbulentos. Anuncian tormentas por mucho o por nada.

Viene el Papa y para unos es alegría, para otros motivo de burla y guasa. No hay respeto ni talento para mostrar desacuerdo.

Seguimos con más del veinte por ciento de parados, y nuestro Presidente se va a dar lecciones en una cumbre, de qué medidas son necesarias para crear empleo. No hay respeto por los parados, ni talento para paliar el paro.

Pero todos nuestros problemas se minimizan porque, ya podemos elegir el apellido para nuestros vástagos. Prioritario era tener eso resuelto en estos momentos.

Como lo sigue siendo dar fondos a los que cuidan de refrescar la memoria histórica, sólo de un lado, claro.

Mas no tenemos que preocuparnos por nada, con el cambio de ministros, las nuevas secretarías de estado y un súper vicepresidente controlando. El país va viento en popa... hacia el naufragio. Y siendo así, a qué apurarnos. El que sepa nadar se salvará, y el que no se ahogará —yo no sé nadar— Pero aunque os hundáis en el mar de la desesperanza, de la impotencia ante la adversidad, incluso de la miseria. No olvidéis que “La vida es bella”.

No perdamos más el tiempo y acabemos lo empezado.

En el capítulo anterior, Pepa, descubre que Serafín es el dueño de la casa en la que vive y que fue él quien le consiguió el trabajo. Se siente manipulada y engañada. Nueva ruptura y esta vez con una fuerte discusión.

CAPÍTULO 18

Pasan dos semanas, no ha salido de casa, ni para ir a comprar algo de comida, pues apenas toma nada. Está llorando lo indecible, su cabeza es incapaz de razonar, en realidad, no se permite pensar. Llaman a la puerta, abre. Remigia.

¿Qué haces aquí?

Tengo que hablarle, por favor, es importante.

¿Es el niño, le pasa algo?

No, no señora, el niño está bien, es el amo.

Ya le vuelves a llamar amo, no me interesa, si es de él no me importa, puedes irte por donde has venido.

Por favor, déjeme, se lo suplico, luego, haga Ud lo que quiera, pero déjeme.

Las fisgonas ya están tratando de enterarse ¡¿Qué, no tenéis faena? Meteros en vuestros asuntos!

Señora, entremos, por favor.

Pepa va en camisón, con la cabellera revuelta, los ojos hinchados de tanto lloro, pálida, delgada, es una sombra de sí misma.

Tiene muy mala cara, ¿ha desayunado?

Al grano, Remigia, di lo que sea.

No voy a hablar mientras no la vea comer, está en los huesos y, esos ojos a punto de reventar

Déjame en paz, Remigia, no tengo fuerzas para discutir, déjame en paz.

No, ya estoy harta del juego este, que se llevan entre los dos. Le voy a preparar el desayuno y se lo toma, mientras hablaremos, pero quiero verla comer.

Remigia ha entrado en la cocina, cuando sale, Pepa llorando. Está tirada en el sofá con un cigarrillo, se lo quita de las manos.

Ya está bien, Pepa, ya está bien. Venga a la mesa, siéntese y tómese eso. La nevera está vacía, la leche que había abierta, estropeada ¿Qué ha comido estos días? Es igual, no me lo diga, nada de bueno, me basta verla. He venido para llevarla a casa. No me mire así, a eso he venido y, no me ha mandado él. Vengo porque quiero. No esperaba encontrarla en estas condiciones; venía para pedirle ayuda y, veo que la necesita tanto o más que él. No ha salido del cuarto desde que volvió y me dijo que Ud le había echado. A fuerza de importunarlo ha bebido un poco de agua, pero de comer nada, ni se ha lavado. Me grita, cosa que jamás ha hecho. No quiere ver al niño. Tiene que venir, tiene que hacer algo, está cómo loco. El trabajo abandonado, el capataz viene todos los días tres veces, no quiere hablar con él. Pepa, por lo que más quiera, venga y ayúdeme a sacarlo de eso o se morirá.

Remigia, se seca los ojos, le acerca el plato con las tostadas.

Y ahora la veo a Ud, que está casi como él, ¿qué les pasa? Mire, yo le voy a decir la verdad. Cuando llegó, pensé que era una lagartona que venía por su dinero. Es demasiado guapa, mucha mujer para él, eso pensé. Pero luego vi cómo le trataba, que intentaba hacer la casa habitable; y, cómo estaba él de contento. Porque a Serafín hay que conocerlo, para saber cuando está contento. Y cambié de opinión. Cuando nació el niño y se fue, la maldije, porque, qué madre abandona a su hijo a la semana. Él me explicó un poco de Ud, de lo que hacía antes y, que en principio, él sólo quería tener al hijo. Que habían discutido y, era culpa de él que Ud se hubiese ido. Le pregunté si la quería. Me contestó, que más que a su vida. Pepa, no necesito preguntarle si Ud le quiere, eso ya lo sé. Se quieren, que es lo más importante, todo lo demás se sobrelleva. El matrimonio tiene sus cosas, sus ratos malos, como todo en la vida. Este hombre ha vivido como un animal, desde que sus padres murieron no le he visto reír. Ud le ha hecho reír. Imagino que su vida no ha sido mejor. Pueden vivir bien los dos, con peleas, como todos, pero queriéndose todo se supera. Y luego está el niño, teniendo unos padres que se quieren, tener que vivir sólo con lo que yo le pueda dar, eso no es bueno y, mire que le tengo apego, porque es de comérselo. No eche a perder su vida y la de ellos Pepa, vuelva a su casa. Ande, arréglese, está muy desmejorada, pero ya me encargaré yo de que se recupere pronto.

Venga, Pepa, por favor vístase, yo asearé esto un poco y nos vamos. Mire, ya sé que no le gusta que la llame ama, pero se lo digo. Ud es el ama, y esa casa, esa familia, la necesita allí, con su alegría, dando vida a todo aquello. Porque en esa casa, no ha habido vida hasta que Ud llegó. Y se lo vuelvo a decir, es Ud el ama, puede hacer y decir lo que le dé la gana, hacerlo bailar de coronilla si quiere. Las mujeres somos las que mandamos, aunque ellos crean lo contrario. Tenga eso presente, lo que quiera hágalo, pídalo o mándelo, el ama de todo y, sobre todo de él, es Ud.

Pepa, no ha abierto la boca, ha dejado de llorar, va a la ducha. No quiere pensar, se siente tan mal de cuerpo y alma, que prefiere no pensar. Anda tropezando, Remigia ha entrado y le ayuda a vestirse, recoge algunas cosas.

Píntese un poquito, anda descolorida, que la vea guapa. Ya la traerá Anselmo, el día que quiera a recoger lo que falte, ¿le parece? Vamos, estoy nerviosa, he dejado al niño en casa de una parienta, pero él está solo.

Vuelta a casa, durante el trayecto, en silencio, alguna lágrima se le escapa de cuando en cuando, pero está más tranquila.

Cuando llegan, Remigia pregunta.

¿Quiere que suba con Ud, subimos las maletas ahora?

No, no subas hasta que no te llame. Ve a recoger al niño.

Entra en la habitación, huele mal, va a la ventana y la abre de par en par. Serafín, horrible, un espectro, sin afeitar, con la mirada en el techo, no se mueve.

¿Piensas quedarte ahí hasta el entierro?

Se ha incorporado, el cuerpo temblándole, el llanto ahoga las palabras que no llega a pronunciar. La mira como alucinado. Ella se acerca a la cama, aparta la sábana que lo cubre y desde su altura lo contempla. El pequeño cuerpo de Serafín, es un despojo de lo poco que era, pura osamenta que puede contarse. Los ojos desorbitados.

¡La madre que te parió! Hay que estar loca para querer algo contigo. Y yo, debo estarlo, porque he vuelto y, hagas lo que hagas, no me volveré a marchar. Pero escúchame bien, soy el ama, ¿te enteras? Tú mandas en el campo. En casa, en la familia, en ti, mando yo. Mete eso bien en tu mollera, en tu memoria, porque si algún día te olvidas, de una paliza te mato. Ahora levántate.

Serafín, lo intenta, medio arrastrándose. Ella, a pesar de estar mal, le ayuda, es como un muñeco entre sus brazos. Lo lleva a la ducha. Lo hace apoyar en la pared y abre el agua. Serafín tiembla como una hoja de papel. Ayudándole, Pepa queda igual de mojada que él. Al final se quita la ropa y, se mete con él en la ducha. Serafín no ha dejado de llorar en silencio.

Se te ha quedado muerto, tan chulo, y ahora, míralo. No te preocupes, ya resucitará, yo me encargo, tranquilo. Yo también me he quedado sin tetas, pero volverán, tendrás donde apoyarte.

Serafín, que sigue con los temblores, sonríe.

Mira que estás feo sin afeitar, para echar a correr. Y con lo que tiemblas, no vas a poder afeitarte, no quiero que te vea el niño así. Dime algo, lo que sea, quiero saber si aún tienes voz.

Te... te quiero, te quiero.

Eso ya lo sé, por qué te crees que he vuelto, porque lo sé y, por lo mismo, porque yo también te quiero. Pero mis condiciones, ya te las he dicho. No las olvides. Tú no mandas en mí, de La Pepa no manda nadie, soy libre. Soy tu mujer pero libre. No intentes manosear mi vida, mi cuerpo lo que quieras, te lo doy gratis; pero mi vida, mi pensamiento, ni se te ocurra, eso es mío ¿Te ha quedado claro?

Una vez vestidos los dos, le dice que espere, baja y le dice a Anselmo que suba y a Remigia que le prepare algo para tomar.

No sé, Remigia, tú verás, lo que sea, algo que le siente bien, está que no se sostiene de pie. He tenido que hacer esfuerzos para no echarme a llorar cuando le he visto, suerte que tú no le ves desnudo, porque es un esqueleto medio andante.

Sube a la habitación, Anselmo esperando órdenes.

A ver, Anselmo, si me haces el favor y lo afeitas, yo no me atrevo con esa navaja que tiene. Y es que a los de Albacete os da por las navajas, con lo fácil que es una maquinilla.

Sí señora, no se preocupe, yo me ocupo.

No es necesario, Pepa.

Tú a callar, Anselmo te afeita hoy, mañana ya veremos si puedes.

Una vez afeitado, su aspecto mejora, lo poco mejorable que es. Remigia ha entrado con una tazón con leche y pan.

Le he puesto un poco de vino y una yema, a ver si coge algo de fuerza.

La cogerá. Para comer, algo ligero, no vayamos a atiborrarlo y le siente mal.

Ella misma le ha dado las sopas, él, llorando.

Como sigas moqueando, te vas a comer los mocos mezclados con las sopas; para de una vez, ¿te crees que eres el único con ganas de llorar? Ahora vamos a ver si podemos bajar, o tengo que llamar a, Anselmo, para que te ayude.

Podré, contigo podré.

Se levanta con gran esfuerzo, Pepa lo coge entre sus brazos.

Te me has quedado en menos de lo que eras. Ahora tengo dos niños, yo necesito un hombre, así que ya te me vas espabilando o me buscaré otro y, puedes estar seguro de que lo encuentro enseguida.

No te hará falta, vas a ir sobrada, dame un poco de tiempo.

Tiempo, siempre con el tiempo, ya hemos perdido demasiado los dos. Yo marcaré el ritmo, tú me sigues, nos irán mejor las cosas. Eres demasiado lento y, cuando quieres correr, te tiras al barranco, haciendo lo que no toca.

Le acaricia, le besa, Serafín recostado en su pecho.

Pepa, Pepa, no quería vivir, sin ti no quería vivir.

Ya, no me hagas llorar, que yo también he llorado lo mío. Vamos a ver al niño, no lo he visto aún, y ya no resisto más. Anda, cógete bien. De verdad, Serafín, si ves que no vas a poder, llamo a, Anselmo.

Puedo, Pepa, contigo puedo lo que sea.

Les ha costado, las piernas de Serafín, a duras penas le respondían, Remigia al pie de la escalera, Anselmo a su lado. Pepa ha hecho gesto de que no subieran. Han entrado en la salita, le ayuda a sentarse y luego coge al niño. Ahora sí que ya no aguanta y las lágrimas le caen a raudales, el niño como si entendiera, rodeándola con sus bracitos, metiendo su cabecita junto a su cuello.


Tres meses después. Pepa con el niño a su lado gateando.

Pon esa bola más arriba.

Pepa, ya está en línea con la otra.

Pero que línea ni qué narices, quién manda que las bolas del árbol tengan que estar en línea, ponla más arriba.

Más arriba, ama, como tú mandes.

Menos burla. Anda, baja ya. José, no te comas eso. Mira qué bonito ha puesto el árbol papá, a que te gusta, a que no me vas a ser un desaborido como él.

Ven aquí mandona, que eres una mandona. Te voy a demostrar yo, lo desaborido que soy.

Eres un pesado, déjame. José, ven, defiéndeme del pulpo de tu padre.

En el suelo los tres, Serafín se la come a besos, el niño por encima de ellos, entra Remigia.

La comida está en la mesa, ven José, deja a tus papas, que no saben hacer lo que toca, cuando toca. Ya le doy yo la comida.

Los dos a carcajadas.

Sábado por la noche, viendo la tele echados en el sofá, Serafín recostado en su pecho. Suena el teléfono.

Diga.

Hola, soy Olvido Buendía, amigo Secreto ¿Te acuerdas de mí?

Sí, claro.

He llamado a La Pepa, pero está desconectado, quería saber cómo os ha ido, si seguís juntos.

Sí, claro.

¿Habéis tenido el niño que querías?

Sí, claro.

Entonces ¿estáis felizmente casados?

Sí, claro.

Entiendo, por tanto, que está todo bien.

Sí, claro.

Me alegro mucho por vosotros. Y, por mí, he estado preocupada, por si teníais problemas. Pero ya veo, que lo tienes todo claro, aprovecho para felicitaros la Navidad, se lo dices a Pepa.

Sí, claro. Feliz Navidad y gracias.

¿Quién era?

Olvido Buendía, quería saber si todo iba bien, le he dicho...

Sí, claro, ya lo he oído. Sí, claro que va todo bien, ¿qué dices tú?

Ya, eso, eso mismo, lo que he dicho, ya lo he dicho, lo has oído.

Pepa ríe feliz, se inclina y besa a su marido.

En el locutorio, Olvido enciende un cigarrillo. Su ayudante le dice.

Si lo tiene todo claro, es que está todo claro, ese hombre no despilfarraba las palabras precisamente, iba al grano. Si ha pasado del “no, no tengo” al “sí, claro” es porque la cosa ha ido de puta madre, aunque en este caso, la puta es la mujer.

Sí, claro.

Desde el control de sonido suena “La vida es bella”.

Olvido apaga el cigarrillo, sonríe satisfecha. “Sí, claro que sí, solo hay que darle la oportunidad, para que así sea”.

Sed felices, golondrineros, ciao.


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