02 enero 2010

TROCEAR UN POLLO, 2ª edición



Esto lo publiqué hace cinco años, lo pongo hoy a petición de alguien que no lo encontraba, sigue estando en el blog. Yo no he vuelto a trocear un pollo. Hoy la tarde anda chunga, truenos incluidos, viene bien aprovechar para aprender algo...
Ha sido toda una experiencia y no precisamente religiosa. ¿Sabéis trocear un pollo?
Pues yo no sabía, lo hice una vez pero ni sé cómo. Hoy me he puesto delante del pollo en plan intelectual. Se supone que tienen una anatomía que todos conocemos, por tanto, tras una concienzuda exploración del bicho, porque era un auténtico bicho de más de dos kilos y medio. He preparado el instrumental. Hace unos días me cargué un cuchillo de los grandes partiendo una paletilla, hoy no iba a repetir semejante estropicio. Así que he optado por un hacha de cocina, un martillo y un cuchillo de acero de los buenos. Procedo:
Primer paso: encima de la tabla coloco al pollo sentado y le observo detenidamente: descollado, sin cuello ni cabeza está el pobre. Mejor, me evito cortarle la cabeza, eso será muy francés pero a mí como que no me va. Mi intención es sacar las pechugas, es decir, lo que vienen a ser los pectorales. Vale, recorro el contorno de la zona; estupendo parece fácil, hay que abrir por delante. Inserto la punta del cuchillo y hasta la mitad del tramo la cosa va bien. De pronto el pollo se tumba, ¡jod..! casi me rebano la mano con la que le sujetaba. Bueno, igual es mejor así, sigo cortando y llegó hasta el final y.... ni medio centímetro de profundidad que he hecho. Tomo con resolución el hacha y la coloco en la abertura, a martillazo limpio sobre ella he conseguido abrirlo. El paso siguiente ha sido relativamente fácil y he logrado mi primera victoria. Tengo dos hermosas pechugas con alas incluidas.
Segundo paso: quitarle el culo, (el ano en realidad) ahí ni anatomía ni nada, hasta donde he visto que el cuchillo clavaba he subido, culo y el resto circundante que estaba bien grasoso, a la basura.
Tercer paso: muslo y contra muslo. Digo yo que corresponde al fémur y la nalga, por cierto que la “nalga” me encanta. Esta parte solo con el cuchillo, después de delimitar bien la zona. ¡Ja! Esto va de cine, ya casi soy experta. Las dos piezas perfectas.
Cuarto paso: lo que queda del pollo es más bien desagradable, lo llaman carcasa y viene a ser el esqueleto de la espalda y poco más. Aquí hay problema porque está lo que supongo es la columna vertebral, o sea hueso gordo con huesecillos. Primer intento de partir por la mitad la susodicha columna, para nada, tres golpes cada uno en un sitio y el aspecto es desolador. Pues nada, tiro por la tangente, coloco el hacha en el lateral de la columna y martillazo va, martillazo viene voy bajando hasta el final. Por fin tengo dos trozos, horribles por cierto, de esqueleto. Procedo a cortarlos en pedazos pequeños apoyando el hacha y dando martillazos. Un troceado de exposición, en un vertedero claro; seguro que Arguiñano, que no tira nada, lo enfilaba de inmediato. Esta parte suelen usarla para hacer caldos; pero a mí lo más parecido con color de caldo que me va bien es el limoncello, así que lo pondré en la paella tal cual lo he parido, porque esto es casi un parto.
Último paso: sacar las alas de las pechugas. Esa parte son falanges, en serio, lo llaman así: primera, segunda y la punta que se desecha. Hago una incisión por lo que debe de ser el hombro y tropiezo con hueso. Hachazo que te crío, dos, listo. Separo la primera falange de la segunda y tiro la punta. He terminado y tras lavarme las manos me siento a fumarme un cigarrillo. Estoy agotada.
Mientras lo hago trato de imaginar cómo se las apañan los que descuartizan seres humanos. Porque si a mí el pollo me ha dado tanto trabajo con buena herramienta, para cortar a un hombre la cosa requiere mucha imaginación, buenas fuerzas y... ¿con qué? Ya lo tengo, con una sierra mecánica, las de cortar pinos seguro que sirven.
Bueno, de momento, con la experiencia del pollo voy servida. Ahora que el próximo me lo trocea el carnicero, será lo mejor. Llevo el delantal, (con delantal y todo que estoy) manchado de sangre, he salpicado la pared y parte del banco. Ahora tengo que fregarlo todo con lejía, más el tiempo empleado que también cuenta. Creo que me he ahorrado cincuenta céntimos por comprarlo así. Y es que esto de la crisis te lleva a extremos realmente irrisorios.
Fin de la historia, esta noche tendré que tomarme dos chupitos de limoncello para no soñar con el pollo sentado descabezado. 
Sed felices, y si no sabéis trocearlo no os molestéis en aprender, que os lo trocee el carnicero que ya está acostumbrado y así de paso tenemos a alguien trabajando. Ciao.

1 comentario:

sole dijo...

Jajaja, me ha encantado la descripción del proceso. No he podido evitar reirme...

He llegado a esta página por curiosidad, porque he visto trocear pollos muchas veces pero nunca he prestado atención. ¡Pero después de leer esto, no sé si atreverme o no a intentarlo yo misma!