05 noviembre 2011

A RAJOY Y RUBALCABA, EN UNA MESA CAMILLA TOMANDO CHOCOLATE ¡UNA PASADA!

Tras estos días adornados de cipreses, la lluvia nos sorprende con su insistente presencia a menudo desbordada. Las hojas caen por doquier, desconsoladas por perder su color verde esperanza, vestidas de amarillos marchitos y marrones apagados, son aventadas por el viento que sale a pasear cual dueño y señor; con una fuerza a la que ya no nos tenía acostumbrados. Es un hecho el frío tempranero, hace sacar del fondo de los arcones las mantas y edredones. Pantuflas, calcetines y viejas bufandas, nos ponemos. Retomamos el sabor del té caliente, soplando para beberlo a pequeños sorbos antes de que enfríe y nos destemple más de lo que estamos. La mesa camilla volverá a su función de toda la vida, cobijarnos pies y piernas. A falta de una buena chimenea, una pequeña estufa eléctrica hace las funciones del viejo brasero y nos regala su cálido bienestar a poco que nos acerquemos.
Tendrían que retomar muchos esa costumbre, me refiero a la mesa camilla. Aproxima a las personas, elimina esas distancias que la canícula excesiva provoca. Facilita la conversación, más íntima, cercana. Sin cabeceras que den prestancia, nos hace iguales. Es más profundo lo que a su alrededor pueda comentarse, pues es sabido que bajo una manta uno cuenta mucho más que sentado en una terraza.
Yo sentaría al señor Rajoy y al señor Rubalcaba en una mesa camilla, con un brasero y un buen chocolate a la española. Para mojar unos churros, buñuelos o porras, al gusto de los señores. Segura estoy que sería menos agresiva la contienda dialéctica, más sincera y casi me atrevería a decir que llegarían a un entente que a todos nos beneficiaría. Siempre y cuando no jugasen al parchís, juego de lo más violento, por aquello del afán de matar al contrario y la mala costumbre de algunos empeñados en hacer trampas para vencer.
De lo último, de trampas, andamos sobrados. Aparecen por muchas partes y no estamos en condiciones de seguir soportando a tanto truhán que abusa del cargo. Ni podemos esperar un mínimo respeto por parte de los políticos, menos ahora que andan calentando. Está claro, como se acerca el frío tratan de encender los ánimos. Pero el fuego que encienden no es para dar calor a la gente, sino para seguir arropados mientras los que están tiesos son ya más de cinco millones.
El otoño es tiempo revuelto pero tiene su encanto. Florece la jacaranda, estallan en color violeta sus flores entremezcladas con el verde de las hojas. El colorido fresco y joven nos trae un mensaje de esperanza. Lo cual me lleva a pensar, tras el invierno siempre llega la primavera y con ella las golondrinas que en otoño van a buscar el cobijo en el calor africano.
Pero tranquilos, golondrineros, aunque llegue el invierno, las golondrinas verdes seguirán aquí. Junto a una mesa camilla con brasero y una copa de limoncello. Sed felices. Ciao.

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