08 diciembre 2009

A VECES, LA VIDA ES JUSTA

Quizá fue hija del amor, del pecado o del error. Lo que sí es seguro es que su madre la abandonó a su suerte. Y le llegó pronto, casi de recién nacida, un matrimonio la adoptó. Mas la suerte tiene dos caras, una buena y otra mala. A ella le tocó la mala y la sufrió con resignación. Nunca tuvo cariño de quien se supone debió de recibirlo. Se casó muy joven buscando, quizá, ese amparo que no encontró en sus padres adoptivos. A pesar de tener lo necesario para vivir bien, ella nunca lo disfrutó. La racanería de su familia no era sólo en el afecto, aún más en el dinero y en el trato que siempre tuvo: falto de respeto, desconsiderado hasta el extremo. Un piso sí le proporcionaron al casarse, cerca de ellos, para seguir controlándola y poder tenerla como criada sin paga, menospreciándola a diario.
Por esa “suerte” que la vida le fue regalando, pasados unos años y ya con dos hijos, su marido se suicidó. El cielo se tornó más negro, mucho más duro de lo que hasta entonces había sido. La relación con sus padres fue de mal en peor, ni respirar le dejaban, hasta el punto que un buen día decidió alejarse de ellos. No le importó tener que trabajar el doble para poder pagar otro piso donde vivir con sus hijos. Salió adelante a base de fregar suelos y pasar penalidades, las normales cuando no se tiene dinero y dos hijos que alimentar.
A pesar de todo no perdió el respeto por los que conoció como padres, aunque nunca la quisieron, les atendió en lo que necesitaron. Un día conoció a otro hombre, ya sus hijos eran mayores. Se casó con él sin importarle que era igual de pobre que ella, seguía buscando amparo y él se lo dio junto con un par de gemelos fruto de ese amor que le hacía sonreír como nunca pudo hacerlo.
Murió su padre sin darle una ligera muestra de desagravio, ni ella lo esperaba, siempre les aceptó en lo que eran como todo lo que le fue tocando en suerte a lo largo de la vida. La madre, fría y autoritaria, no cambió su maltrato a pesar de ser ya anciana y necesitar de su cuidado, ni llave de la casa le dio nunca. Un buen día, la vida es justa a veces, la madre ardió. Murió quemada antes de ir al infierno por su falta de calor para quien como buena hija con ella se comportó.
Y ya por fin, muertos los dos, su “suerte” cambió. Vivió feliz y disfrutó de todo lo que amasaron los tacaños de los padres que le tocaron. Y que por no dar algo ni un poco de amor le dieron.
Hoy la vi, sonriente con sus hijos, y conduciendo un mercedes. La vida es justa a veces.
Buenas noches golondrineros, sed felices, y no racaneéis al dar.... amor.

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