22 julio 2010

JULIO ME PROVOCA ESCALOFRÍOS

Ya a veintidós de julio, casi tres cuartas partes de mis vacaciones finiquitadas, tendré el resto en septiembre. Apenas he visto el sol, hace demasiado calor para levantar las persianas y, pocas ocasiones he tenido de pisar la calle. Ayer hice una de esas escasas salidas, para acompañar a alguien en su último viaje, a ese lugar al que todos iremos y ninguno regresaremos. Parece que el mes de julio es favorable para desplazarse, son muchos los que hacen turismo y, no son pocos los que cogen su último vuelo sin retorno.
Justo en esta misma fecha y estando de vacaciones, hace ya un lustro, hice el mismo recorrido presidiendo el cortejo fúnebre, me tocaba de cerca.
Tan de cerca que algo se fue con ella y no lo he vuelto a tener: El calor del amor materno. Esa sensación de acogida, de amparo y protección que desde que naces te regala una madre. Y si bien es cierto que con el tiempo parecen tornarse los papeles y, eres tú la que acoges a tu madre. En el fondo, en ese rincón que es de suponer que todos guardamos de nuestra niñez, seguimos necesitando ese calor.
Y no hay sol que lo sustituya. El frío que sientes por dentro al quedarte huérfana es imposible de compensar con nada. No acostumbramos a llamarnos huérfanos cuando ya somos adultos, pero lo somos si nuestros padres ya no están con nosotros.
Ese abandono te lleva a sentirte indefensa y tienes que crecer mucho interiormente para superarlo. No es fácil afrontarlo y, a mí me costó, sigo en un esfuerzo continuo por superar esa sensación de pérdida de mis raíces. El desarraigo me ha llevado a lo que hoy más me evita el frío, a escribir.
Y en eso paso mi tiempo, mis noches sin luna y estos días de julio que, aun siendo de altas temperaturas, en mí provocan escalofríos. Si bien no llego a sustituir lo que con ella se fue, encuentro en mis historias un apoyo, un norte que me ayuda a seguir hacia adelante. Muchos viajan en julio, también yo lo hago.
Decía Cervantes: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”
Casi tiene el sonido del rodar de un tren. Y en él viajo, con la lectura y la escritura como compañeros de viaje. Visito ciudades y descubro paisajes inolvidables. Encuentro amistades, gentes de todas clases. Llego a sentir un calor especial que aún no siendo remedio total, me sirve para aliviar el frío de la soledad de mi orfandad.
Hoy es pronto, aún hay claridad, pero necesitaba hacer un alto en mi viajar, para decir una vez más en voz alta, lo mucho que la echo a faltar.
Y también hoy he terminado de corregir una de mis novelas y la he mandado a una editorial. Han aceptado valorarla. Puede que poco o nada bueno me digan, pero lo que sea me ayudará a sentirme satisfecha o a corregirme si tan mal está. Recordad el título “Lazos de Latón” por si la llegan a publicar.
Hasta pronto, golondrineros, sed felices.


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