21 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 15

En el capítulo anterior: ha nacido el hijo tan deseado por Serafín. Pero, Pepa, ya no aguanta más, deja al niño y la casa. Busca trabajo para poder olvidar.

CAPÍTULO 15

Transcurren dos semanas y no ha encontrado nada. Patea las calles arriba y abajo. Entra a comer en un bar restaurante todos los días. Está siempre lleno, la comida es casera, el hombre que la sirve va sudando la gota gorda, no ve al otro camarero. Espera un buen rato, antes de que pueda atenderla. Cuando termina, apenas queda gente, le trae la nota.

Necesita Ud a alguien que le ayude, el muchacho, ¿tiene fiesta?

No, señora, aquí la gente le viene mal este trabajo, es muy obligado. Hay que trabajar todas las fiestas, y hoy en día, la gente no está por la labor, se ha despedido ¿Qué le parece? Me ha dejado colgado.

Yo necesito trabajo.

¿Cómo?

Eso, que a mí me gustaría trabajar aquí.

¿Habla en serio? Ud es una mujer joven, de buen ver, ¿quiere trabajar aquí, lo dice de verdad?

Sí señor, estoy buscando trabajo. Esto es tan bueno como cualquier otra cosa.

Pues hecho. Por mí encantado, arreglamos los papeles esta tarde, y mañana puede empezar, si le interesa el sueldo.

Juan se llama el dueño. Franca la mujer, es quien cocina. Le dicen las condiciones.

Abrimos a las siete de la mañana, para desayunos, luego los almuerzos. Toda la mañana hay faena, ya lo ves; la tarde es floja, las cenas están bien. Cerramos a las once y media de la noche. Tendrás libre los lunes, que no abrimos. El sueldo es de ochocientos euros ,y, por supuesto, todas las comidas. Servirás las mesas y ayudarás en la cocina. Limpiar, viene una mujer a última hora, pero fregar sí que te tocará ¿Te parece bien?

Por supuesto que me parece bien.

Encantada de la vida con el trabajo. Juan y Franca parecen buena gente, la tratan bien. Ella se esmera en cumplir, los días van pasando. Franca le dice que vivir en la pensión no está bien.

Hay una casita, es muy pequeña, pero para ti sola te sobra. El alquiler no será mucho, es de un pariente mío; hablaré con él, a ver si te la alquila.

Su casa, ya la tiene, como de muñecas, pero se siente cual si fuera un palacio. Al abrir la puerta está el comedor, una cocina pequeña, un baño, una habitación y un pequeño huerto en la parte de atrás. Aunque está lleno de maleza le encanta. Y el precio, impensable para alguno de Madrid, cien euros al mes. Da saltos de alegría. Tiene que pintarla y amueblarla, pero no le importa. Sin inconveniente alguno por lo sucio que está todo, compra una colchoneta, y tal cual, se traslada a la casa. Ni ha visto al dueño, Franca le cobra el alquiler descontándolo del sueldo. Ni adelanto que le han pedido.

Los tres primeros meses de trabajo han sido más que duros, aprendiendo el manejo del bar y tratando de habilitar su casa, pero ya lo tiene todo. Los muebles sencillos; los electrodomésticos, lo mismo, pero tiene de todo. El huerto ha quedado hecho un jardín. Hoy ha terminado, ni tiempo de pensar en nada que ha tenido. Aunque ha llorado, sin siquiera pensar, muy a menudo. Ahora, viendo el jardín con unas flores que ha plantado, le vuelve la llorera.

Por qué le tengo que echar de menos, con lo troncho que es, soy una imbécil. Y el niño, ¡joder! Para una vez que tengo algo mío de verdad, lo mando a la mierda ¿Qué pensará cuando sea mayor? Que soy una hija de puta, seguro, y bueno, es así, pero no es eso. Otra vez más sola que la una, decente, pero sola; con gente normal, pero sola; ahora ya no tiene remedio. Y, él, el muy hijo de su madre, ni una palabra, ni mirarme. Habrá vuelto con las ovejas, seguro, a descargarse; el muy burro. Y mira que le he tomado yo voluntad, qué digo voluntad, estoy como una perra, encelada por él. Y con lo feo que es, ni me lo parece, debería partirme la cara yo misma, por lo imbécil que soy.”

Ha recibido una citación de un abogado. Se pregunta cómo ha sabido su dirección. Le dice a Juan, ya les ha contado que está pendiente del divorcio.

Tengo que salir mañana un rato, supongo que no será mucho, es para la firma del divorcio.

Bien, no te preocupes, lo que haga falta Pepa, oye, ¿estarás segura, es peligroso ese tío? Porque, si tienes algún temor, le digo a mi hermano que venga ese rato y te acompaño.

Pepa suelta una carcajada, recordando a Serafín.

Para nada, tranquilo, por no matar ni moscas; se le paran encima y ahí las tiene. Pero gracias, Juan, no sabes cuanto os agradezco lo bien que me tratáis.

De eso nada, lo que te mereces, eres pan de buena harina. Los que estamos, que ni puedes imaginar de contentos, somos la Franca y yo, nos has hecho mucho favor trabajando aquí.

Acude al despacho del abogado, ni rastro de Serafín, firma y se va, apenas diez minutos. Se detiene en un jardín a llorar que, últimamente es lo suyo. Cuando consigue serenarse, vuelve al trabajo; sonriente, la vida sigue, no igual, pero sigue.

Otro mes y otro. Ya son seis. Domingo por la noche.

Oído cocina, dos de cordero y una ensalada. Dos cafés, Juan, para la cuatro, y la cuenta.

Oye la campanilla de la puerta. Y se queda de una pieza, Serafín, que se sienta en una mesa.

El corazón se acelera, siente frío y calor al tiempo.

Pepa, los cafés, que se enfrían.

Perdona, ya voy.

Saca la libreta del bolsillo del delantal y se dirige a la mesa.

Hola, buenas noches, ¿has elegido ya?

Serafín levanta la mirada. “Qué flaco está, y más feo que antes” .

No se me da bien elegir, lo que sea, lo que tú quieras.

No contesta, se da la vuelta y pide la comida; atiende mientras la preparan, al resto de clientes. La lleva a la mesa; él, mirándola, ella evitándolo. Ha terminado, lleva la cuenta. Paga, deja un euro de propina.

¿Puedo esperarte a la salida?

Termino a las once y media, es muy tarde para ti.

¿Puedo?

Sí.

Y allí está, en la furgoneta sentado al volante; baja rápido al verla, le abre la puerta. Pepa sube sin decir nada, él la pone en marcha y la lleva hasta la puerta de su casa.

Por lo visto lo sabes todo de mí, ¿a qué se debe el honor de tu visita? Espera, no me contestes, mejor hablamos dentro, no me apetece estar a estas horas en la calle.

Entran, él sin dejar de mirarla, ella sin saber qué hacer, torpe como en la vida.

¿Quieres un café? No, claro, no es hora, lo había olvidado.

Tomaré café o lo que quieras.

Pepa va a la cocina, él, detrás. Prepara el café, en silencio los dos.

Está bonita la casa.

Gracias, viniendo de ti es todo un cumplido. Vamos al jardín, estaremos más frescos.

Tiene una mesa pequeña con dos silloncitos, todo de plástico, se sientan, le pone dos cucharaditas de azúcar.

Gracias, aún te acuerdas.

La memoria sirve para recordar.

Él sonríe mientras mueve el café. Pepa está nerviosa, se remueve en el asiento, él tranquilo, muy tranquilo, recostado.

¿Cómo está el niño?

José, se llama José, por su madre. Está bien.

A Pepa le está dando congoja, traga saliva.

Pero qué me pasa, por qué me pongo así. Ahora no puedo llorar, ahora no, maldita sea, tengo que controlarme.”

No me has dicho por qué has venido.

No, no te lo he dicho.

¿Piensas decírmelo hoy o mañana?

Hoy, te lo diré hoy. Es lo que he decidido, he tardado. Ya sabes que yo no corro, ando. Todo tiene su momento y creo que es el momento. Me ha costado mucho esperar, por primera vez en mi vida tenía prisa, mucha prisa; pero me he aguantado. No tenía que correr y no lo he hecho. Pero ya es tiempo. Ha sido muy larga y penosa la espera.

Serafín toma un sorbo de café. Pepa intenta encender un cigarrillo, le tiembla la mano. Él, le coge el mechero y lo enciende, tranquilo, sonriendo discreto. Ella, ni habla, no puede. El nudo de la garganta es cada vez mayor, tiene miedo de descontrolarse. Lo que no puede evitar es que él vea sus grandes ojos, brillantes, inundados.

Te quiero, es lo que he venido a decirte, que te quiero; como nunca he querido a nadie. La vida sin ti no es vivir, es muy poca cosa; lo que era antes de venir tú. Tengo a José, pero es muy pequeño. No, no es pequeño de cuerpo, eso no, de edad. Apenas me atrevo a tocarlo, y eso que hace ya cosas; pero me duele, me duele verlo, Pepa. Es como tú, alegre, tiene tus ojos, tu risa. No puedo mirarlo sin sentir que se me clava algo por dentro, que me duele mucho. Quiero que me dejes intentarlo otra vez, que seamos novios o lo que tú quieras; hasta que consiga que sientas algo por mí. Déjame intentarlo Pepa, por favor, dame esa oportunidad. Pon un tiempo si quieres, condiciones, lo que quieras, pero déjame que lo intente.

Pepa está llorando, no ha conseguido controlarse, él la mira, y las lágrimas asoman a sus ojillos.

No quiero verte llorar, si voy a ser causa de que llores; me voy y no vuelvo, si tú no quieres. Por favor, Pepa, deja de llorar.

Eres un gilipollas, ¿lo sabes?

Eso ya me lo dijiste.

¿Por qué tengo que tomar yo siempre las decisiones, por qué no eres capaz de ver, entender y expresarte? Si es que tienes algo que expresar.

Serafín no contesta, se levanta, y Pepa aumenta su llanto, descontrolada por completo. Él alarga la mano, le coge la suya, le hace levantar, la lleva a la habitación, cierra la puerta. No habla, esboza una leve sonrisa. Empieza a besarle los ojos, la cara, la boca. Pepa se deja hacer, todo lo que él va queriendo hacerle.

Poco a poco va dejando de llorar.

CONTINUARÁ...

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