18 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 14

En el capítulo anterior, Pepa ha tenido oportunidad de conocer a un Serafín diferente, más hablador y cariñoso. Pero ha durado apenas un soplo. En realidad la Nochebuena. Una vez terminadas las fiestas, todo sigue más o menos igual.

CAPÍTULO 14

Hoy tienen que ir al médico, para la revisión de Pepa. Remigia la avisa.

Ama, el amo está esperando en la puerta.

Gracias. Oye, Remigia, estoy hasta el moño del ama y del amo. Di señora o Pepa, cómo quieras, pero deja de una vez lo de ama.

Con Remigia nada ha cambiado, a Pepa le cuesta incluso decirle algo; la puede esta mujer con su sequedad. Anselmo, lo poco que se dirige a ella, la llama señora. Antonio también; ella, ama, como a Serafín. Y a Pepa, ese apelativo, le sienta fatal.

Sale de la casa y se queda parada, un coche. Serafín de pie, al lado de la puerta, mirando al infinito. No es nuevo, ni de lujo, pero Pepa está encantada.

¡Qué bonito, Serafín! Es estupendo, ahora iremos mucho más cómodos. Gracias.

Le da un beso, él abre la puerta y sube. Se repantiga en el asiento la mar de contenta, toca todo lo que está a su alcance. Serafín puesto al volante, ni palabra.

Suena bien el motor. Está muy bien ¿Te ha costado mucho?

Me debía dinero uno, me ha pagado con el coche.

Y ese hombre, ¿se ha quedado sin vehículo?

Es su problema.

Pero, ¿cómo que es su problema? Tú puedes comprarte uno, ¿no podías esperar más tiempo, sin que te pagara?

Pepa, los tratos son los tratos, él llevaba tiempo sin cumplir.

No me parece bien, tú eres rico, si ese hombre no te ha pagado, será porque no ha podido. Ahora le dejas sin coche, estará aún peor. No puedes abusar Serafín. Aunque tengas un trato, tú puedes permitirte esperar, y ayudar a la gente que no tiene lo que tú. Me siento culpable por haberte pedido el coche. Creí que lo comprarías, no que se lo quitarías a un pobre hombre.

No sabes nada, juzgas sin saber. Para juzgar hay que saber, y aun así, no hay que juzgar; para eso están los jueces, ellos son los que tienen que juzgar.

Pero, ¡de qué coño hablas! De jueces y juicios, yo no me meto en eso. Solo digo, que si ese hombre te debía dinero, haber esperado a que te pagara, y no dejar que te pague con el coche; que seguro que le hace falta. Y si lo has hecho por llevarme a mí, ya lo puedes devolver, subiré a la furgoneta aunque me cueste parir subiendo.

El resto del viaje, ida y vuelta, ni una palabra. Pepa se siente más que molesta, la alegría que ha sentido al ver el coche, se ha tornado en malestar, pensando en el problema que le puede haber causado al dueño.

Así que entre lo avanzado del embarazo y la pelea, ningún tipo de relación hay entre ellos, salvo lo justo durante las comidas. En la cama, Pepa se ha cerrado en banda, no le habla, ni le mira. Ya no “toca” nada de nada. Apenas falta un mes para el parto. Y todo lo avanzado entre ellos anteriormente, parece haberse perdido.

Ha llegado la hora, ha roto aguas. Serafín no está, es Anselmo el que la lleva al hospital. Pepa se ha sentido fatal, sola, sin nadie que le diera la mano, ni antes ni después. Ni siquiera ha querido mirar al niño, siente un malestar enorme. Ha decidido, que en cuanto le sea posible se irá.

Antes de que le coja cariño al crío y, me resulte imposible dejarlo. Quería un hijo, pues ya lo tiene, que me dé lo mío y me voy con viento fresco. Es perder el tiempo con este pedazo de alcornoque, parece bueno, pero son tan pocos los ratos; que no me vale la pena pasar la vida sufriendo con él, prefiero estar sola. Y, además, a saber cómo quiere educar al niño, sería una pelea continua. Quiero vivir en paz, tranquila, con gente normal.”

Ha llegado Serafín, Pepa, no le mira.

¿Cómo estás?

Como toca.

Él se inclina para ver al niño.

No se parece a mí, ha salido a ti, es grande.

Pues mira que bien.

Una semana después del parto, Pepa, entra en el despacho, sin sentarse suelta lo que lleva pensando durante todos estos días.

Mañana, Anselmo, me llevará a La Gineta, ya he cumplido. Tienes un hijo, yo me voy. Me das cuando puedas lo mío; si ahora no puedes, cuando te venga bien. Apañas con un abogado lo del divorcio, cuando esté arreglado me lo dices. Estaré en la pensión, de momento viviré allí.

Serafín, con su expresión de siempre, no contesta. Pepa sale.

Esa noche, ninguno de los dos duerme. A la mañana siguiente, Pepa le da las instrucciones a Remigia de todo lo que concierne al niño, tiene las maletas preparadas, manda bajarlas y Anselmo la lleva a la pensión. No se ha despedido de Serafín, que ha salido a su hora normal al trabajo.

Al final de la mañana, llega Anselmo con un sobre.

Buenas, señora, me manda el amo, para que le dé esto, y me ha dicho que firme Ud el recibo.

Gracias, Anselmo, aquí tienes, firmado.

No lo ha contado, al irse Anselmo, se ha echado encima de la cama y ha pasado una hora llorando. Los días siguientes son un auténtico martirio. La carita del niño, al que ni siquiera le había puesto nombre, no se aparta de su mente. Ni tampoco la del feo de su marido. No ha mirado aún el sobre, que sigue en el cajón de la mesita de noche.

Tengo que tragarme esto, cómo sea, he de salir adelante, trabajando me pasará el malestar, me olvidaré de los dos.”

CONTINUARÁ...


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