01 octubre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 10

En el capítulo anterior, Pepa va pintando y vomitando, Remigia le dice que está embarazada. Al parecer entiende, pero Pepa lo niega. Serafín da por buena la opinión de Remigia, y le prohibe pintar. Lo cual provoca un enfado en Pepa que, acaba en una reconciliación en la madrugada. Vamos que, como cualquier pareja.

CAPÍTULO 10

Con los pintores una lucha, la miran como si estuviera loca, por los colores que quiere poner. Ha mandado al marido de Remigia, Anselmo, a por tabaco. Quiere no gritar y lo hace a cada momento. Remigia le ha dicho que no es bueno fumar estando embarazada.

¡Joder, Remigia! Cómo quieres que te lo diga. No lo estoy, y no me saques de mis casillas, que ya voy salida del todo.

Remigia no vuelve a hablar en todo el día, lo cual, la saca aún más de quicio. Ha mandado hacer cinco pruebas para la fachada, quiere que opine Serafín.

Conque diga, ya, me basta; espero que diga eso por lo menos.”

Cuando llega le pregunta, él se queda mirando y le dice.

El que te guste a ti, estará bien.

Para decirme eso, no te hubiese preguntado. Quiero que me digas cuál te gusta, a ver si coincidimos o no.

A mí, ni me gusta ni me disgusta. No es algo necesario, a ti te gusta, pues se hace. Lo que quieras, si se puede hacer, se hará.

Ya, si hay que pagar, se paga.

Serafín, le ha mirado, ha asentido con la cabeza y entra en la casa. Pepa, con todo lo que ella es, tiene ganas de llorar, no lo entiende. Decididamente no puede entender a este hombre. Ha elegido un granate sin brillo, con los marcos de puertas y ventanas en blanco, al igual que el alero.

Si luego no le gusta, que se joda, me gusta a mí, pues ya vale. Es mejor no tratar de entenderle, haré lo que me dé la gana y en paz.”

No ha tenido la regla, está cabreada por tener que darle la razón a Remigia. No se ha hecho la prueba, pero ahora ya está segura.

Podía haber sido el mes que viene, pero no señor, ha tenido que ser éste. Ahora tendré que aguantar a la burra de Remigia. Decirme, no me dirá, pero me mirará con esa cara de sepia que pone. Porque burra es, si no a qué viene casi ni contestarme. Ni una conversación que he podido tener con ella. Y eso que no me meto en casi nada de lo que hace, a pesar de ser el ama, y la de veces que me lo dice, la jodida.”

Confirmado, Serafín la ha acompañado al médico, en Albacete. Ni un gesto, ni una palabra, como si no le importara. Es lo que deseaba y no ha sido capaz de decirle ni media palabra. Para el temperamento de Pepa, es insufrible la actitud de su marido. Ella necesita hablar, aunque sea de fútbol, que tampoco le gusta. En realidad, no hay nada que interese a Serafín fuera de su trabajo. Y si lo hay, ella no ha sido capaz de averiguarlo aún.

Han terminado los pintores, dos meses les ha tenido que aguantar. Porque cuando no era un entierro, era fiesta en algún pueblo, o cualquier historia. A pesar de todo está contenta, la casa parece otra. Con colores suaves, por dentro, y el de fuera muy acertado, haciendo contraste con el verde de las hojas de la viña.

Serafín, ni comentario, como si todo estuviera igual. Claro que no le ha extrañado, a fin de cuentas, él no creía necesario pintarla.

Quiere poner cortinas, entra en el despacho, pintado de crema suave, se sienta sin decir nada. Él no levanta la mirada, sigue escribiendo. Ella aguanta diez, quince, veinte minutos.

Hola, estoy aquí.

Ya.

Ah, ¿te has percatado? Creí que no te habías dado cuenta. Quiero hablar contigo.

¿Para qué?

¿Cómo que para qué, será de qué?

Ya, pues eso.

Pepa, respira hondo, ha dejado de fumar, no lo lleva bien, y cada vez tolera menos la forma de hablar de Serafín. Así que levanta la voz, estallando.

Pues sí, eso ¿Tú crees que es normal? Que quiera hablar contigo, y me contestes que para qué. Soy una persona ¡Coño, mírame! No soy un mueble, ni una de tus ovejas, aunque me trates casi igual.

Serafín la mira con tranquilidad, con sus ojos, siempre muy abiertos. Pero nada hay en su semblante que ayude a descubrir qué piensa.

Pepa está encendida, se levanta y sale sin decir nada más. A la hora de la cena no acude al comedor, Remigia, sube a llamarla.

Dile al amo que no tengo ganas de cenar.

Quién me mandaría a mí meterme en esto, más me hubiese valido irme de criada a cualquier parte. El ama, qué ironía, el ama, ¿de qué? Tres meses aquí y no conozco el pueblo, ni me ha presentado a nadie. No existo, en realidad para él, no existo. Solo soy una oveja más. Y si me trata algo bien, es porque tengo que parirle a su heredero. La madre que me parió, los años que he pasado luchando, porque ningún chulo me dominara, y voy y me caso con uno. No me pega, pero casi lo preferiría, a cambio de que me hablara como una persona normal.”

Serafín entra con un vaso de leche y un par de magdalenas.

¿Te encuentras mal?

¿Te importa? Ah, claro, que hoy toca. Pues nada, sin problemas. Estoy acostumbrada a trabajar haga el tiempo que haga. Cuando quieras amo, tú mandas.

Serafín la mira sin decir palabra, deja la leche y las magdalenas. Se desnuda, se mete en la cama, dice buenas noches y apaga la luz.

Pasan los días y no media palabra entre ellos, solo buenos días, buenas noches, y algún que otro hola. No han vuelto a tener relaciones desde ese día. Pepa se sube por las paredes por eso, y por todo.

No soporta el silencio. Pasaba el día hablando con unos y con otros, todos la conocían. Ahora, hay días que ni cuatro palabras. Su vida transcurre entre la cama, la silla del comedor y los paseos que se obliga a dar, por aquello de que es bueno. Ni ganas de ver la televisión, ni de leer. La inactividad la mata. Serafín lo mismo que siempre, la mira y no dice nada, sigue con su vida. Solo las noches han cambiado para él. Y, Pepa, viéndolo dormir, piensa que ha vuelto con las ovejas. Enloquecida anda por la casa, arriba y abajo; sale y entra sin sentido. Remigia baja la cabeza cada vez que se la cruza.

Tengo que hacer algo o me volveré loca, y además, esto no debe ser bueno para el niño. Que espero que sea niño, en cuanto nazca me largo, se acabó, yo no puedo pasar la vida de esta manera. No volveré a lo mismo, porque no quiero, y porque seguro que ya me han ocupado el puesto. Me iré a un pueblo grande, donde pueda trabajar y vivir con ruido, con gente que hable.”

Se ha levantado y coge el camino, recta al pueblo, cuatro calles tiene. La poca gente que hay, observándola, ve el letrero del bar- tienda y entra.

Buenas.

Buenas las tenga Ud, ¿qué va a tomar?

Una cerveza ¿Hay alguna peluquería por aquí?

Sí, en la calle Baja. La Juana apaña a las mujeres. Pero Ud, mejor vaya a La Gineta, allí hay varias, son mejores. La Juana es de andar por casa.

¿Hay algún taxi?

El Mauricio se ocupa, pero Ud no lo necesita, si quiere llamo a Serafín, él la llevará enseguida.

¿Sabe quién soy?

Sí, claro, no hay nadie más nuevo en el pueblo. En agosto viene alguno, pero ahora no ¿Quiere que le llame?

Llame a Mauricio, por favor.

Señora, no puedo llamar a Mauricio. A Serafín le sentaría mal.

Bien, pues, dígame dónde puedo encontrarlo.

No, no me he explicado. Debe llevarla Serafín o Anselmo.

Eso es asunto mío, ¿no le parece? Dígame lo que le debo.

No señora, Ud es el ama, no puede pagar.

¿Cuánto vale la cerveza?

No puede pagar, señora.

Me está Ud cabreando, y cuando eso ocurre, me pongo muy, pero que muy nerviosa ¿Cuánto vale la cerveza?

Un euro.

Aquí tiene, y diez céntimos por la conversación. Adiós.

Pepa, está más que cabreada. Coge calle abajo hasta la carretera y comienza a andar en dirección a La Gineta. Al poco, un camión, hace autoestop y para.

Hola, buenos días, ¿va hacia La Gineta?

Buenos días, señora. Sí, voy para allá.

¿Puede llevarme?

Lo que Ud mande.

No le mando, le pido el favor.

Ud es el ama, puede mandarme lo que quiera.

Bien, pues se lo mando.

Durante el trayecto, Antonio, que así se llama el chofer, le va explicando en qué consiste su trabajo, le habla de su familia. Es un hombre de mediana edad, parece agradable, y sobre todo, habla.

¿Ha vivido siempre aquí?

Estuve unos años fuera, de joven, pero tenía aquí la novia, así que volví y me casé. Quería marcharme, pero claro, llevando a la mujer la cosa ya era más complicada. Iba a irme otra vez solo, hasta encontrar un alojamiento decente para la parienta. Pero Serafín, me dijo que, si sacaba el carné para el camión no me faltaría trabajo. Se portó muy bien, me pagó el jornal mientras lo estuve sacando. Buena gente, no lo digo porque sea Ud su mujer, es la verdad. Gasta pocas palabras. Pero todo lo que es de ley para el trabajador, ni un céntimo que resta. Y qué le voy a contar a Ud que no sepa. Dígame, ¿adónde va? No es por curiosidad, es por dejarla en el sitio.

Voy a la peluquería, pero no sé dónde habrá una.

Una prima mía trabaja en una, la llevo allí, creo que es la mejor.

En la misma puerta la ha dejado, más relajada después de haber tenido una conversación normal, entra sonriente en la peluquería. Tienen esteticista, pasa tres horas allí, dejando le hagan todo lo que saben.

Cuando sale, la furgoneta de Serafín está en la puerta. Él, sentado al volante.

Pepa, por un momento piensa en irse andando, recapacita y sube.

¿Quién te lo ha dicho?

Mi primo Bartolo, el del bar, me ha llamado. Te ha visto enfilar la carretera, ¿cómo has llegado?

Con un camión, Antonio se llama el chofer, al parecer es uno de tus camiones. Me ha traído hasta la puerta.

Por esa carretera casi todo lo que circula es mío.

Incluida yo, ¿no?

Tú eres mi mujer, si quieres venir a La Gineta, me lo dices y te traigo ¿Quieres hacer algo más?

Quiero poner cortinas en la casa, a eso he venido, a ver cortinas.

Serafín, que ni siquiera ha vuelto la cara hacia ella; pone la furgoneta en marcha y la lleva hasta una tienda de cortinas. Bajan los dos.

Casi dos horas eligiendo. Él, sentado en una silla, callado, con la mirada perdida. Quedan en ir a tomar las medidas, hay que pagar un anticipo. Pepa abre el bolso y saca la cartera. La mano de Serafín en su brazo la detiene. Sin decir una palabra, ha sacado el dinero, y paga él. Cuando salen, es hora de comer.

Vamos a comer. Lo que hay que pagar, lo pago yo.

Entran en un mesón, pide ella, comen en silencio. Pepa no quiere decir nada, teme no controlarse, así que, ni una palabra en toda la comida. Al subir a la furgoneta, él le pregunta.

¿Quieres hacer algo más?

Morirme, eso es lo que quiero ahora mismo, quiero morirme.

Uno se muere cuando le toca ¿Volvemos a casa?

Lo que mandes, amo, tú mandas.

Eres mi mujer, Pepa, tú eres ama. Quieres, lo que quieras, dilo. Lo que quieras se hará, si puede hacerse.

Pon esta mierda de furgón en marcha, vamos a casa.

Durante el recorrido no vuelven a hablar. Al llegar, ella sube a la habitación de inmediato. Al rato entra él, la encuentra tirada en la cama, llorando. Se sienta a su lado mirándola, sin decir nada. Pepa, estalla.

Pero, ¡¿qué coño haces ahí, di, qué coño haces?!

No quiero verte llorar, Pepa. Lo que tenga que hacer, lo haré. Tú dime lo que tengo que hacer.

Ella llora más fuerte, él consternado, sin rozarla siquiera esperando le diga. Pasan los minutos.

¿Has ido con las ovejas, todos estos días, di, lo has hecho?

No, tengo mujer.

¡Cómo que tienes mujer! ¿qué mujer?

Tú, eres mi mujer.

¿Y cómo te has descargado?

No lo he hecho, me he aguantado.

¿Todo el tiempo, te has aguantado todo el tiempo?

Sí, es lo que toca.

Pepa le mira, con los ojos enrojecidos; con el pañuelo de papel hecho añicos entre sus manos.

Eres un gilipollas, ¿lo sabes?

Ya.

Pepa no sabe lo que le pasa, pero sí lo que necesita en ese momento. Se acerca a él, sin decir nada más. Le va besando, poco a poco, mojándole con su llanto que aún no ha cesado. Él quieto, esperando, dejándola hacer.

He perdido la cuenta, no sé si hoy toca, pero me muero de ganas.

La primera vez que lo hacen entrando el sol a raudales por la ventana, dándoles un calor que para nada necesitan. A los dos les sobra con el que sienten. Pepa se ha entregado, desmadejada al principio, para ir subiendo en fuerza, en apasionamiento. Con una pasión que nunca ha sentido.

Esto es nuevo para ella, nunca ha estado enamorada. Alguno le ha gustado y lo hubiese hecho gratis; pero nunca lo que ahora siente. El esmirriado Serafín, sabe satisfacerla hasta hacerle perder el control. Aunque siempre es ella la que inicia todo, él sabe estar más que a la altura. Como río desbordado, inundándose mutuamente.

El sol va poniéndose. El juego de sombras desdibujadas, tonos anaranjados embrujando el aire; creando una atmósfera serena, reposada. Los dos tumbados en la cama mirando al techo, sin tocarse. Pero unidos por algo mágico, que ninguno entiende, saboreando el instante. El haz de luz forma una cascada de partículas multicolores, como bandera de la feliz batalla.

Ahora me fumaría un cigarrillo.

No es bueno para el niño.

Ya lo sé, por eso no lo hago, pero me gustaría.

No tienes que pagar la cerveza, eres el ama, no lo hagas.

Estás pensando en eso ¿Cómo es posible? No puedo entenderte, Serafín ¡Por mi madre! No puedo entenderte y lo intento, puedes estar seguro de que lo intento con todas mis fuerzas.

No hay nada que entender, todo está claro. Eres mi mujer, eres el ama de casi todo lo que hay por esta zona, no hay nada que entender, eso está claro.

Eso estará claro. Lo que no está claro eres tú, tu forma de tratarme, tu manera de hablar ¡Qué digo! Hablar. Tu maldito silencio. No soporto tus silencios, me chillan por dentro tus silencios. Me dan dolor de cabeza tus silencios. Quiero saber cómo eres, qué sientes, si es que sientes. Lo que acabamos de hacer, ¿te has descargado, te has sentido bien o has disfrutado?

Todo, las tres cosas.

Y por qué no me lo dices.

Para qué.

Pepa se sienta en la cama, le mira con furia, con pena, con lástima por ella misma. Las lágrimas asoman a sus ojos. Él, sorprendido, eternamente sorprendido, la mira. Desliza su mirada por toda ella. Se recrea en su vientre ya iniciado en una curva prometedora del fruto que lleva dentro.

¿Puedo tocarlo?

¿Tocar el qué?

Al niño.

Pepa pierde los papeles, queda desarmada. Ante el simulacro de hombre que tiene tendido a su lado y que, por primera vez, la mira con ojos suplicantes. El llanto, apenas reprimido, se expande, pero el motivo ahora es distinto. Siente ternura, una ternura inmensa. Todo es nuevo para ella.

Le coge la mano y se la pone en su vientre, le va acompañando en el recorrido. Él, poco a poco se incorpora, queda sentado. Y aumenta la caricia con la otra mano, sonríe, tierno, dulce... feo, muy feo. Pero Pepa ya no le ve feo, lo siente, lo desea, lo necesita, como nunca necesitó nada, ni a nadie.

A las ovejas se les nota pronto, lo palpas. No se nota nada.

No me compares con las ovejas Serafín, por favor, no lo hagas. No volveré a pagar la cerveza, pero tú no me compares con las ovejas. Es pronto para que se note, ya se hará de notar supongo. Tampoco tengo experiencia en esto, así que estamos los dos igual de tontos.

Por primera vez, Serafín toma la iniciativa. Apenas tiene que hacer un leve movimiento, inclinándose hacia sus pechos. Pepa es bastante alta, él, en esa posición, justo llega hasta ellos. Ella deja de llorar, ríe suavemente dejándose acariciar, recogiendo su cabeza entre sus manos.

Ha llegado la noche, la luna llena inunda el cuarto. Serafín, recostado sobre los turgentes pechos de Pepa, parece un niño. Ella le mantiene abrazado. Hace ya rato que están así, en silencio.

Ahora sí, el silencio es un cántico. Pepa se siente feliz, cómo nunca, a pesar de que no han cruzado una palabra.

Tengo hambre, Serafín, ¿bajamos a cenar?

Sí, claro, es lo que toca.

Pepa, suelta una carcajada, le coge la cara y lo besa.

A veces eres genial, pero otras me vuelves loca, con tu “es lo que toca”. Tendré que acostumbrarme. Anda, vamos, o nos saldrá un niño tan esmirriado como tú. Y eso sí que no lo soportaría, verte a ti ya es demasiado.

Serafín ríe, le hace gracia oírla con ese desparpajo. No le ofende, al contrario. Y no le ofende, porque ella se lo dice graciosa, con cariño. Con un cariño que, aún no reconoce que siente por su marido.

CONTINUARÁ...


No hay comentarios: