14 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 3

En el anterior capítulo, Serafín, ha llamado al programa de radio y se ha atrevido a expresar su deseo de casarse. Olvido está sorprendida por su forma de hablar y, muy interesada en saber cómo es Serafín.

CAPÍTULO 3

—Amigo Secreto, las cosas no son así, tienes que convivir con ella, compartir tu vida, ¿lo entiendes?

—Sí, ya, eso, casarse.

—Bien, pero vamos a ver, ¿qué le puedes ofrecer?

—¿Ofrecer?

—Sí, que le das tú, a cambio de que se case contigo.

—Si hay que pagar, se paga, ¿cuánto hay que pagar?

—No se trata de pagar, tú, qué tienes.

—Pues las tierras, los animales, lo que tengo.

—No me refiero a eso, ¿qué le darías tú a esa hipotética mujer?

—Si hay que dar algo, se da.

—Lo que te pregunto, es en el ámbito personal, tú como hombre, ¿qué le darías?

—Pues eso, me descargo lo que haga falta.

Olvido dio un salto, imposible aguantar sentada lo que escuchaba.

—Me refiero a la relación como persona.

—No sé, ¿qué hay que hacer?

—Tienes que convivir, tener afecto por ella, vivir en tu casa con ella, compartir tu vida, ¿tienes casa?

—Claro.

—¿Me has entendido?

—Sí, se hará lo que se tenga que hacer.

—Dime, sexualmente, ¿has tenido algún problema?

—¿Mande?

—Quiero decir, si tienes erecciones normales, tus órganos, ¿cómo son?

—Yo de música no entiendo.

Olvido se tapó la boca, ahogando la carcajada. Una de sus ayudantes salió disparada al baño.

—Me refiero al pene, si es normal de tamaño y funciona bien.

—Lo tengo grande y cuando me pongo en marcha, mucho más.

Olvido limpió el rimel que le corría por la cara. Las lágrimas le caían por la risa contenida, tenía que hacer verdaderos esfuerzos para controlarse.

—Bien, te felicito, ¿cuánto mide? Aunque el tamaño no es importante.

—No sé, espere..., mire, así arrugado, pasa el medio palmo, si quiere lo meneo y le digo el resto.

Dos del equipo hacían gestos, imitando la medición que “Secreto” podía estar haciendo, poniendo cara de asombro.

—No, déjalo, es suficiente la información. Y, dime, ¿por qué no has ido con ninguna mujer?

—¿Para qué?

—Hombre, por cambiar, siempre con las ovejas debe ser aburrido.

—Ni aburrido ni divertido, es lo que es, te descargas.

—Pero, con una mujer es diferente, mucho mejor, ¿no hay mujeres en el pueblo?

—Sí, no hablo con ellas.

—¿Y no has pensado en ir a otro pueblo?

—¿Para qué? No las conozco.

—Pero si quieres casarte, tendrás que acercarte a alguna.

—Pues eso, por eso la llamo.

—¿Cómo?

—Eso que digo, que por eso llamo.

—Pero, ¿qué quieres realmente?

—Que me busque una.

—Pero, amigo Secreto, yo no ejerzo de agencia matrimonial.

—Ud arregla las cosas.

—Sí, aconsejo, mi consejo es que empieces por hablar con las mujeres.

—No, eso no me vale, aquí no.

—Bien, pues en otro pueblo.

—No, ha de ser Ud, apáñelo, cómo pueda. Si hay que pagar, se paga.

—Bien, vamos a ver si alguna oyente te quiere hacer el favor, ¿qué le ofreces?

—Si hay que pagar, se paga.

—Sí, eso ya lo has dicho, dime, ¿cómo eres físicamente?

—Feo.

—¿Cómo de feo?

—Pues eso, feo, bajito y flaco.

—Y, ¿cómo persona?

—Normal.

—¿Qué es para ti normal?

—Pues eso, normal.

—Trabajas en la tierra, tienes campos, ¿no?

—No, yo soy el amo, mando.

—Ah, tienes trabajadores, eres rico.

—El que más del pueblo.

—Bien, ahí puede haber interés por compartir la vida contigo.

Olvido no salía de su asombro. Lo que en un principio creyó iba a resultar pesado, estaba siendo alucinante. Pensó en atornillar, por donde nadie se deja, en la parte económica. Seguro que no cedía, ni los más ignorantes ceden en ese punto.

—Tendrás una casa grande, ¿no?

—La que más del pueblo.

—Eres el rico del pueblo.

—Eso

—Y, aun así, no tienes novia ahí.

—No, no tengo, ya le he dicho.

—Sí, ya me lo has dicho.

Por un instante dudó, sólo por un instante. Podían aprovecharse de aquella persona, que le parecía más un infeliz que otra cosa.

—Tu mujer, sería la más rica del pueblo.

—No, yo soy, ella, no sé lo que será, tendrá ella lo que tenga. Eso no me importa, me da igual, que tenga o que no tenga.

—Digo, que si se casa contigo, será tan rica como tú, compartirá tu riqueza.

—Para comer y lo que tenga necesidad, no le ha de faltar.

—Pero quizás, tengas que ofrecer algo más.

—Lo que haga falta, si hay que pagar, se paga.

Olvido Buendía se frotó las manos, bebió agua, ahuecó su cabello.

—¿Estarías dispuesto a poner, a nombre de tu mujer, la mitad de tu hacienda?

—Si hay que pagar, se paga, pero tengo que hacerla parir y, tiene que ser varón.

—¿Con esas condiciones, te casarías?

—Sí, eso he dicho.

—Supongo que eres un hombre de palabra.

—Mi palabra va a misa, yo no.

—No eres creyente.

—Sí, sí creo, pero a misa no voy.

—¿Te casarías por la iglesia o por el juzgado?

—Con papeles, me da lo mismo, pero con papeles.

—¿Quieres que sea nacional o extrajera, blanca o, te da igual el color?

—De la tierra, tiene que ser de la tierra, como yo.

—Bien, amigo mío, no sé si alguna de nuestras oyentes puede estar interesada. Si es así, te pondré en contacto con ella. ¿Quieres añadir algo más? Alguna cualidad que quieras tenga, algo especial. Que sea guapa, lo que desees, tú pide.

—Sí, eso que he dicho, que sirva para parir. Que esté sana, el crío tiene que ser sano; aquí hay mucho trabajo, si está enfermo no me sirve.

Olvido Buendía estaba agotada, en los años que llevaba al frente del programa, había tenido todo tipo de conversaciones pero como aquella ninguna.

—Perfecto, tienes las ideas claras, tu interés es solo por el niño. Todo lo demás, te da lo mismo, ¿es eso?

—Eso mismo.

Olvido se despidió, dándole las gracias por llamar. El técnico de sonido, dio entrada a la música al recibir la señal que ella le daba, había elegido “La vida es bella”. Olvido, ya con el micrófono cerrado, le dijo “perfecto” Soltó una carcajada, que fue coreada por el resto.

Durante los minutos siguientes, las llamadas se sucedieron, mujeres interesadas en la petición de Secreto. Olvido, dejó que una de sus ayudantes fuera seleccionando, sentía ahora cierta responsabilidad. Secreto era natural como la tierra misma. Tenía que elegir a alguien que pudiera ser adecuada, lo que le parecía realmente difícil. Decidió que se guiaría por la voz, siempre había presumido de conocer a la gente por el tono de voz; aunque, Secreto, la había desconcertado.

Aquella noche no contestó a ninguna de las llamadas que preguntaban por Secreto. Recogió las grabaciones y se fue a casa al terminar. Hasta el sábado siguiente no contestaría. Quería analizar las voces, tratar de elegir a través de ellas a la mujer que se casaría con el señor “No, no tengo” pues así, le estaba llamando el personal que colaboraba con ella, al amigo “Secreto”.

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