24 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 7

El capítulo anterior fue un poco largo, pero tenía el interés de “la noche de bodas” y, ¿cómo dejar a medias un acontecimiento tan trascendente? Sí, Serafín y Pepa, ya están casados. Por fin, Pepa, ha podido ver en vivo y directo al feo Serafín. Y es cierto, es feo, raro, muy raro y bajito; aunque algo no tiene corto. Veamos que pasa ahora.

CAPÍTULO 7

Al día siguiente acuden al notario, para firmar la separación de bienes y, el pago acordado en caso de divorcio. Al leerlo el notario, Serafín interviene.

No, no es eso. No me parece bien.

Pero, ¿cómo que no te parece bien? Es lo que acordamos. Oye, a mí no me la juegues, ¿qué es lo que no está bien?

Si no hay niño y, nos divorciamos, tú no cobras. Has dejado tu trabajo, no tendrás nada. Ponga Ud que cobrará la mitad si ocurre así.

Pepa abre la boca, para decir, nada, pues no consigue articular palabra. Esa posibilidad no se la había planteado. Está tan sorprendida, que mira a Serafín con los ojos de par en par, como los lleva él de continuo. Es una caja de sorpresas, su escuchimizado marido.

Después del notario, recogen las maletas. En tren primero y, en la furgoneta después, llegan por fin, a la pedanía de Albacete, donde está la casa de Serafín. Ni dos palabras durante el recorrido.

La casa es, más o menos nueva. Ella había imaginado una casa de pueblo, antigua, no lo es. De dos plantas, con ventanas, sin balcón, la fachada enlucida, nada de pintura, de color cemento toda ella. En el tejado dos chimeneas. Con una puerta grande en el centro y, otra pequeña en el lateral. Sin rejas, sin adornos, es una pared lisa, con los rectángulos que forman las ventanas como único elemento rompedor. Pepa piensa “fea como el dueño, pero casa, mi casa”

Situada cerca del pueblo, rodeada de campo, viñedos. En la parte trasera un cobertizo, donde dejan la furgoneta y, al lado, un gallinero.

Bajan las maletas, al pasar por la puerta pequeña, se abre, aparece una mujer.

Remigia, me he casado, esta es Pepa, mi mujer.

Bien está ¿sirvo la cena ahora?

Sí, dejamos los trastos y bajamos.

La casa por dentro, igual que por fuera, cemento en las paredes, sin cortinas. Muebles, los justos, mesa y sillas en lo que parece el comedor, que tiene la chimenea encendida. El suelo rústico. Suben a la habitación, es grande y hay una cama, dos mesitas, una cómoda con espejo, un armario; antiguo todo, ni una silla.

Esa puerta es el retrete, hay ducha, con agua caliente. Remigia y Anselmo su marido, viven aquí, tienen el cuarto al lado de la cocina. Hacen las faenas, tú les mandas lo que quieras, eres el ama. Vamos a cenar, es tarde, siempre ceno con el telediario.

Pepa, no ha dicho ni media palabra, la casa le parece horrible; es grande, fría, silenciosa, opaca, triste.

Remigia, en silencio, sirve la cena. Una fuente con un guisado de patatas y carne, dos manzanas, pan y agua. Lo deja todo y sale.

Sois poco habladores aquí.

Si hay que decir algo, se dice.

Por lo visto, no hay mucho que decir.

Tú puedes decir lo que quieras, eres el ama.

¿Qué se acostumbra hacer de normal? A diario. Quiero saber qué tengo que hacer.

Tú puedes hacer lo que quieras, eres el ama.

Sí, soy el ama, pero no sé qué hay que hacer.

Las faenas las hace Remigia, tú la mandas.

¿Y tú, qué haces?

Yo soy el amo, mando.

Pepa se remueve en la silla con nerviosismo, le resulta difícil mantener la conversación. Pero no se rinde.

Dime, ¿a qué hora te levantas, adónde vas durante el día? Mañana, por ejemplo, ¿qué harás?

Me levanto cuando sale el sol. Me embucho el desayuno y salgo. Voy a las pocilgas, lo primero, hablo con Marciano, el capataz. Eso es lo normal, mañana eso es lo que haré. Según lo que tengamos, hacemos. Unas veces es el ganado, los cerdos, vacas y ovejas; otras la viña, los olivos, la huerta. A veces hay que hacer algún trato, eso siempre lo hago yo. Bajar al pueblo, para algo de papeles, lo hago yo. La tienda la entiende mi primo Bartolo. Una vez al mes echamos las cuentas. Si hay que ir a La Gineta o, dónde sea, a comprar algo, voy yo. Eso es lo que hago.

¿Estás todo el día fuera de casa?

No, me vuelvo para la comida, después me voy. Ahora la tarde es corta, a la vuelta me meto en el despacho, hago lo que tengo que hacer de cuentas. A la hora del telediario ceno, a las diez me acuesto.

Pepa, con cierto retintín, que no parece advertir Serafín.

Muy interesante, realmente interesante. ¿Podré ir contigo algún día?

Las mujeres no andan por ahí, salvo en la vendimia y, en la cosecha de la aceituna, que algunas sí están. Pero tú eres el ama, tú no tienes que hacer nada de eso.

Yo me refería a ir contigo, por ver lo que haces. Conocer todo eso de que has hablado.

Las mujeres de aquí no van con los maridos a la faena. Pero tú eres el ama, si quieres venir un día, pues vienes. Vamos a dormir.

Suben a la habitación, Pepa busca el camisón. Serafín sale del baño, desnudo, y, se sienta en la cama. Ella, pasa al baño y se da una ducha. Cuando sale, con el camisón puesto, él está esperando, sigue sentado en la cama.

Ya casi me duermo, hoy toca, si te parece bien, yo ya estoy listo.

Pepa, respira hondo, no contesta, de pie delante de él le mira “y tan listo, qué barbaridad” se quita el camisón y se mete en la cama.

Cuando quieras.

Serafín levantado, parado al lado de la cama.

¿Qué pasa?

Yo siempre lo he hecho de pie.

Con las ovejas, conmigo es mejor que lo hagas en la cama.

Serafín se mueve a un lado y a otro, sin decidirse. Al final es Pepa, ya nerviosa de verle de esa manera; la que le coge de la mano y le hace echarse en la cama. Tiene que dirigirle, pues él se ha quedado quieto, encima de ella, sin dar muestras de saber cómo empezar.

Mucha es la experiencia de Pepa. Pero no está acostumbrada, al trancazo que Serafín le arremete, sin trámites previos, cuando por fin se ha situado. No puede evitar un grito de dolor. Él se frena, mirándola. Ella, aprieta los dientes.

Sigue.

No recuerda haberse sentido tan mal, quizás por estar preparada en anteriores ocasiones. El comportamiento de Serafín le ha pillado desprevenida. Ha terminado, dice buenas noches y, al minuto está dormido, tan ricamente. Ella, le cuesta dormirse, se siente oveja.

Mejor no pienso, porque si pienso, mañana cojo las maletas y me largo ¡Será animal! Tres a la semana, es poco, pero éste me ha dolido más que todos los de un mes entero. Tendré que enseñarle modos. A las pobres ovejas las debe tener destrozadas y, la fuerza que tiene, con lo poca cosa que es. Más me vale no pensar.”

CONTINUARÁ...

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