22 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 6

En el capítulo anterior, Olvido Buendía, ha puesto en contacto telefónico a Serafín y Pepa, tras estar los dos conformes en hacer un acuerdo prematrimonial que le asegura a Pepa una cantidad en caso de divorcio. Y, ya por fin, Pepa llama a Serafín. Se van a casar en Madrid.

CAPÍTULO 6

Los días siguientes, Pepa sigue trabajando. Pensó en dejarlo de inmediato, pero por si acaso se torcía el asunto, decidió continuar; aunque bajando el ritmo. Recibió los documentos y los presentó, cuando tuvo la fecha, llamó a Serafín.

Diga.

Hola, soy Pepa, ya tenemos la fecha, el miércoles de la semana que viene al mediodía. Tenemos hora en el notario para el jueves por la mañana, así que te vienes el martes, si te parece.

No, iré el miércoles, tengo los horarios del tren; llegaré a las once de la mañana. Adiós, hasta el miércoles.

Serafín cuelga el teléfono, respira hondo, ya está todo a punto, sonríe.

Pepa se queda mirando el teléfono “este tío es tonto”. No ha podido ni decir media palabra más.

Faltaban diez días, decidió dejar el trabajo al acabar la semana, no se despidió de nadie. Empleó el tiempo que le quedaba en poner en orden la ropa, tiró lo más provocativo. Fue a un centro de estética y dejó que le hicieran de todo. Pensando que en el dichoso pueblo perdido de Albacete, donde vivía Serafín, no tendría muchas ocasiones de acudir a un sitio así. Se había comprado un traje chaqueta blanco, no iba a ir de otro color a su boda. A fin de cuentas, era la primera vez que se casaba y, en el fondo, tenía la esperanza de que fuera la definitiva.

Hizo las maletas, dos grandes nuevas para la ropa. Nunca había necesitado maleta alguna, no había salido de Madrid. Tenía algunos libros, novelas; unos CD y, una mini cadena que le regaló otro de sus clientes. A cambio de lo mismo de siempre, sus favores. Lo colocó todo en otra maleta, esta de segunda mano. No poseía nada más de valor, alguna bisutería y, una medalla de plata de Nuestra Señora de la Almudena, patrona de Madrid. Que le regalaron las monjas del colegio y, que pensó ponerse el día de la boda. Decidió echar la casa por la ventana. Fue a una joyería y compró los anillos para la boda, de oro. Pasó media noche contemplándolos.

Amaneció el miércoles nublado, con frío, con aire. Pepa pensó, que tenía que haberse comprado un abrigo nuevo. Era final de marzo, pero como si fuera pleno invierno. “Hay que joderse, toda la semana pasada con sol y, hoy, como que me quiere amargar el día el dichoso tiempo.”

A media mañana llovía, no intensamente, pero llovía. Así que decidió sacar la gabardina que usaba en el trabajo, roja. Para salvar en la medida de lo posible el traje blanco y, protegerse del frío, cada vez más intenso. Ni se había sentado en toda la mañana, desde las siete que saltó de la cama, por miedo a llegar tarde. No tenía idea de qué haría el dichoso Serafín. Había reservado una habitación en un hostal cercano, pero ni tiempo le dio para decírselo.

A las diez, del penumbroso día, estaba vestida y mirando por la ventana. Tal que esperando verlo llegar montado en un corcel blanco. Preguntándose, qué aspecto tendría, era feo pero, ¿cómo de feo? Miraba a los hombres que pasaban, de todo había, más feos que otra cosa. Estaba nerviosa, mucho más de lo que había estado en toda su vida.

Las once treinta, los zapatos le duelen y tiene un nudo en el estómago. Los ojos enrojecidos de tanto mirar el reloj y, bucear en la oscura calle. Queriendo ver a quien ni siquiera conoce. Un par de golpes en la puerta la sobresaltan, tropieza al querer ir con ligereza, a punto de caer; se ha roto la media, maldice en voz baja, abre la puerta. Es, él.

Hola, soy yo.

Feo, es poco, más que feo; poca cosa, nada, una caricatura de hombre. Eso le parece a Pepa, el mojado Serafín. Con su chaqueta de piel de vaca, pantalón de pana, nuevo no, pero poco usado, camisa de cuadros. Y la voz, que apenas le ha salido, como un grillo engripado. A punto está de darle con la puerta en las narices. No lo hace, sonríe, como solo ella sabe cuando quiere y, él, abre los ojos, más si cabe.

Hola, pasa, es un poco pronto, hasta la una no tenemos la hora. ¿Dónde tienes la maleta?

¿Qué maleta?

¿Cuál va ser? La tuya, con tu ropa.

No traigo maleta, para qué, ya voy vestido. Por un día que tengo que estar aquí y sin hacer faena, no necesito nada.

Pepa le mira con atención “este tío es tonto”. Es lo que piensa, pero no lo que dice.

Hombre, por si te querías vestir un poco para el acto.

¿Qué acto?

La boda, nos casamos hoy.

Sí, ya. ¿Hay que vestirse especial? Esta chaqueta es la de los entierros. A diario me pongo la otra y, el pantalón lo mismo, cuatro o cinco veces me lo he puesto. ¿Te parece mal?

No, vas perfecto, total, tampoco nos van a pasar revista. ¿Nos vamos y tomamos un café? Antes de entrar, ¿te parece?

Lo que quieras, yo no tomo café a estas horas. Ya me tomé lo mío en casa.

Pepa se pone la gabardina, le observa a través del espejo. Él no le quita ojo, la mira y la mira, serio, sin pestañear. No sabe qué pensar de este hombrecillo, pues ni hombre le llega a parecer. No hay un gesto en él que le indique, qué puede estar pensando o sintiendo.

El roto de la media, enorme; pero no va a ponerse otras, como no se ve, pues la falda lo cubre, decide salir de esa guisa. La gabardina cubre hasta media pierna, aunque ensanche, no se verá y, total, su acompañante, no parece muy exigente en el vestir.

Salen de la pensión y Pepa llama a un taxi, en silencio llegan a los juzgados, Pepa paga la carrera. Entran al bar, ella va delante; él, un paso detrás.

¿Tomas algo, o qué?

Agua, un vaso de agua.

En la barra, en silencio, cada uno toma lo que ha pedido, Pepa enciende un cigarrillo, él la mira, no dice nada.

¿Tú fumas?

No, yo no he fumado nunca.

Haces bien, no es bueno para la salud, ni para el bolsillo.

Y, ¿por qué lo haces?

Porque me gusta, todos hacemos algo, que no es bueno, solo porque nos gusta.

Yo no.

Tú no, qué.

Yo no hago lo que no es bueno.

Pepa le mira, insiste.

Todos, seguro que hay algo que haces que no está bien.

No, nada.

Pepa, se cabrea, pensando que va de santurrón.

Tirarte a las ovejas, ¿te parece que está bien?

Eso es normal, todos lo hacen, no es malo.

Increíble le parece. Lo dice convencido, completamente en serio.

Eso es antinatural.

En mi pueblo es normal.

Pepa, aplasta el cigarrillo en el cenicero, ha mirado el reloj, faltan unos minutos, saca el monedero para pagar, pregunta al camarero lo que debe.

Un euro.

Él, le sujeta el brazo.

Yo pago.

Todo un detalle, piensa Pepa, que tiene la sensación de que no va a ser nada fácil vivir con este hombre.

Les toca el turno, dos funcionarios hacen de testigos, tras apenas unos minutos ya están casados. El anillo de Serafín le viene grande, después de la ceremonia se lo quita, hay que cambiarlo. Pepa sorprende las sonrisas de los funcionarios, les manda una mirada furibunda que les deja secos. Salen, en silencio. Respira hondo al pisar la calle. En el segundo escalón, resbala y cae al suelo. Él, se apresura a recogerla.

¿Te has hecho daño? Esos zapatos no son buenos para andar.

¡Joder! Me duele el tobillo, los zapatos son perfectos, pero este suelo es resbaladizo y más con la lluvia.

Pues por eso, si llueve tienes que llevar botas o chanclos.

Sí, o descalza; me he puesto la falda perdida. Vamos a la pensión, tengo que cambiarme, vaya manera de empezar.

Cojeando llega a la pensión, ni corta ni perezosa, se desnuda murmurando entre dientes por la mala suerte. Serafín, colocado frente a la ventana, mirando a la calle, ni una palabra. Pepa se frota el tobillo con una crema y se pone unas deportivas; pantalón, suéter de lana y el abrigo viejo. Salen, en silencio. Ella, a gritos por dentro

Me podía haber ahorrado todo, para lo que me ha servido, encima el tobillo hecho polvo.”

Vamos a comer, ¿quieres ir a algún sitio en especial o, vale cualquiera?

Lo que quieras, yo no conozco Madrid.

No claro, cómo va a conocer Madrid, si no conoce a una mujer. La madre que lo parió, menudo ceporro. Pues se va a joder, le va a costar un huevo la comida.”

Al final entran en un restaurante cercano, no tiene ganas de andar, le duele el tobillo. Pide la carta, no siendo de los caros, el menú no baja de los cuarenta euros.

Mira a ver qué quieres. Yo de primero una sopa y, luego pescado. Pero... no has abierto la carta, ¿qué pasa?

Yo no entiendo, pide tú, lo que quieras, como de todo.

Pepa suspira “éste, ni habla, ni piensa, menuda me espera”.

Ni una palabra durante la comida, ella pide postre; él, come sin respirar siquiera, ni ha usado el cuchillo para nada.

Por lo menos, no come con los dedos, aunque me extraña, seguro que en casa ni usa el tenedor”

Llega la cuenta, total noventa y cuatro euros. Pepa la mira y, tranquilamente le dice.

Paga y deja un par de euros de propina.

¿Propina, por qué?

Porque es costumbre dejar algo para los camareros.

¿No cobran jornal? Con lo que cobra el amo, por lo que nos han puesto, les puede pagar un buen jornal. Con este dinero se puede comer el mes. Pero si tú lo dices, dos euros para el camarero. Ahora, ¿qué tenemos que hacer?

Hacer, como hacer, ya nada, hasta mañana que vayamos al notario. Te he reservado habitación en el hostal. En la pensión no dejan entrar a dormir a nadie que no esté alojado. Si quieres ver algo de Madrid, vamos a donde quieras.

Para qué, ¿qué hay que ver?

Nada, aquí no hay nada que ver. Supongo que nada que pueda interesarte, porque, ¿qué te gusta a ti: el cine, el teatro, los conciertos, los museos, los monumentos, las tiendas. Quieres comprarte algo de ropa o, cualquier cosa? Puedes comprar de todo.

Ropa tengo, no necesito nada. A lo otro que has dicho, no voy nunca. Como hace mal tiempo, si quieres ir al cine, vamos, lo que tú quieras. Por mí, nada, no necesito nada.

Pues, por mí tampoco, vamos al hostal. Primero pasaremos por la joyería a cambiar el anillo.

En silencio todo el recorrido, suben a la habitación. Serafín lo mira todo sin hacer comentario. Pepa se ha sentado en una butaca, ha encendido un cigarrillo.

Se pregunta qué tiene que hacer, si quedarse o marcharse. Mira a su “marido” esperando que diga algo, él se ha sentado en otra butaca y, contempla el vacío.

Silencio.

A Pepa le pone nerviosa, acostumbrada a manejarse entre hombres, a ir rápida al “asunto”. Ahora se siente como cohibida, por este hombre silencioso, feo. Porque le parece feo de verdad, que no tiene media bofetada y, sin embargo, algo hay en él, que la corta, le impone un cierto respeto.

¿Quieres que me quede, o que me marche?

No sé, lo que tú quieras.

¿Quieres hacerlo ahora o, más tarde?

¿Hacer el qué?

Pepa se siente derrotada, no puede con él. Le irrita la forma de contestar.

Pues eso, qué va a ser, joder. Si quieres joder ahora o después.

No, hoy no me toca, lo hice ayer. Mañana o pasado, tres veces a la semana. Si te parece bien, o, ¿es mucho para ti?

Una carcajada es la respuesta, Pepa, no ha podido aguantarse. “Este tío es rematadamente tonto”

Perdona, me ha hecho gracia, ¿tú sabes cuál era mi trabajo?

Sí, te oí por la radio. Pero eso, era trabajo, ahora es distinto. Lo que tú quieras, no es obligado como el trabajo.

Bien, si no es obligado y, además, hoy no te toca, pues lo haremos cuando te toque. Tres veces a la semana, me parece bien. ¿Entonces, ya no lo harás con las ovejas?

No, claro, si tengo que hacerlo contigo, no puedo hacerlo con las ovejas.

Bien, bueno. Luego tendrás que cenar, ¿quieres que cenemos juntos o, te apetece cenar solo?

Si estamos casados, tenemos que cenar juntos.

De acuerdo, cenaremos juntos. Dormir, ¿cómo lo hacemos?

Juntos, es lo que toca. ¿No es costumbre aquí?

Sí, sí lo es. Entonces quiero ir a la pensión, recogeré alguna cosa. Las maletas ya las cogeremos mañana, no tenemos que ir con ellas arriba y abajo.

Bien, pues vamos.

Mejor cuando salgamos a cenar, aprovechamos, es poco lo que necesito.

Como quieras.

¿Te molesta si pongo la tele?

No, lo que quieras.

Así que, el resto de la tarde, viendo la tele los dos, en silencio. Pepa con los pies encima de la cama, fumando de cuando en cuando un cigarrillo y, no queriendo pensar, adormilada. Serafín, sentado, sin moverse en todo el rato. De pronto, la sorprende con un carraspeo.

Oye, Pepa, ¿aquí dónde se puede mear? Desde que lo hice en casa, que no lo he hecho. Yo estoy acostumbrado a echar la meada varias veces al día.

Pepa le mira, con los ojos a cuadros, tiene ganas de reír, pero no lo hace, se levanta y le coge de la mano. Le acompaña hasta el cuarto de baño, abre la puerta, enciende la luz, levanta la tapa del váter.

Tú mismo, ¿podrás sin ayuda?

Sí, claro, no sabía que estaba esto aquí.

Eterna es la meada, como grifo, a pleno chorro. Ya sentada, Pepa escucha resignada.

Esto solo me puede pasar a mí, el más tonto del pueblo. No sé, si será el más rico, pero el más tonto seguro que lo es.”

Salen a cenar, un bocadillo de calamares para cada uno; ella, bebe cerveza; él, agua. Ella, toma café; él, manzanilla. Pasan por la pensión, Pepa coge lo que necesita, incluido el camisón. No el comprado expresamente para esa noche, de seda, de color champaña. Uno usado de punto, lila, como una camiseta larga, con una señal de prohibido detrás a la altura de las nalgas.

Llegan al hostal, Pepa se mete en el baño, se ducha y sale con el camisón. Él, sentado en la butaca, se levanta sin mirarla, entra al baño y, sale desnudo. Pepa está en la cama, le mira.

Santa Magdalena Bendita, qué tranca, ¿de dónde la habrá sacado? Parece mentira con ese cuerpecillo.”

Pepa no le ha quitado la vista de encima, sin disimulos. Él se mete en la cama a su lado y, con su vocecilla, disculpándose.

Siempre duermo desnudo, si te molesta me pongo el calzoncillo, lo que quieras.

¿Por qué me va a molestar?

Como me mirabas, he pensado que no te gustaba verme así.

Te miraba porque, he visto muchas vergas, pero ninguna como la tuya.

Pues se hace más, ya sabes.

Sí, ya sé, puedes estar seguro que lo sé.

Te parece bien o mal.

Depende de cómo funcione, así de entrada me da igual.

Funcionar, funciona bien.

El que te funcione bien para ti, no significa que lo sea para mí, ya te lo diré. Apaga la luz. Buenas noches.

Buenas noches.

CONTINUARÁ...

No hay comentarios: