26 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 8

En el capítulo anterior, los recién casados, ya aposentados en su casa, (que por cierto es tan fea como su dueño) han tenido su primera noche de sexo, que no de amor y, Pepa se ha sentido oveja. También ha conocido a Remigia, que es casi como esas amas de llaves de las películas estilo Hitchcock.

CAPÍTULO 8

Cuando despierta, Serafín no está, el sol ya calienta.

¡Mi madre, casi las diez! Cómo he podido dormir tanto, no se oye nada, será por eso.”

Baja en bata, tiene hambre, oye algo de ruido, huele a comida. Llega a la cocina. Remigia está trajinando con un puchero.

Hola, buenos días.

Buenos días tenga Ud. Mande lo que quiere para desayunar.

¿Qué toma Serafín?

Lo de siempre, unas migas y café con leche.

¿Qué es eso de las migas?

Pan picado, ajo, aceite y agua. Al amo le gustan con un huevo frito por encima, roto.

Tomaré lo mismo, pero poca cantidad, por favor.

Mientras Remigia lo prepara, Pepa la observa, es una mujer de mediana edad, pero parece mayor. Tiene el rostro curtido por el sol y, lleva el pelo sin teñir, con canas. La cocina es grande, con una cocina de leña y otra de gas. Con azulejos las paredes. Es, junto con el baño, lo único que le gusta de lo que ha visto.

He dormido mucho, yo siempre madrugo, a qué hora te levantas tú.

Un poco antes que el amo, tengo que prepararle lo suyo. Si quiere ya puede ir al comedor, lo llevo enseguida.

Comeré aquí, si no te importa.

El amo siempre come en el comedor.

Pepa sale, se sienta en el comedor, al poco le sirve todo. Es mucho más de lo que acostumbra ella a tomar, pero lo encuentra bueno. Cuando termina, enciende un cigarrillo. Mira por la ventana, todo lo que le alcanza la vista es viña, ni un árbol. Ninguna otra casa, ni construcción por ese lado. Sube a la habitación para vestirse, la cama ya está en orden.

Pasa la mañana colocando su ropa, recorriendo parte de la casa, apenas ha hablado con Remigia. Pues es de tan poca conversación como Serafín, que aparece a la hora de comer.

Hola, ¿estás bien?

Sí, ¿y, tú?

Bien.

Oye, Serafín, ¿por qué no se ve ningún árbol?

El olivar queda apartado de aquí.

No me refiero al olivar. Un árbol, un pino o lo que sea, cerca de la casa. Es raro no ver ninguno, con el terreno que hay.

Las raíces echan a perder los cimientos y las tuberías. Los pájaros anidan y hacen ruido.

Pero sería bonito ver un árbol, aunque no estuviera muy cerca. Es un poco triste no ver nada verde.

Los viñedos están brotando, pronto se verá el verde. Ha hecho mucho frío este año, por eso anda con algo de retraso. Me voy.

Ha salido sin más, Pepa se queda en la mesa, fumando un cigarrillo, entra Remigia y comienza a recoger.

Remigia, por favor, me gustaría tomar un café.

No contesta, sale y, al poco, aparece con el café. Pepa le da las gracias y le sonríe. Le devuelve una media sonrisa y desaparece.

Vaya, hasta sabe sonreír, esta gente, es que son más secos que una pasa. Tengo que hacerme amiga de ella, o me volveré loca.”

Al ponerse el sol, aparece Serafín, le hace un gesto y sube, al cabo de unos minutos vuelve.

Siempre me ducho al terminar la faena, voy al despacho.

¿Puedo ir contigo?

¿Para qué?

Hombre, por no estar sola aquí, Claro que, si te molesto no voy.

No, no me molestas.

El despacho es la única pieza decente, después de la cocina y el baño. A Pepa le parece mentira, pues hasta tiene cierto toque de elegancia. Los muebles son antiguos, de calidad. Hay estanterías con puertas de cristal, algunos libros y archivadores. Un sillón de madera giratorio detrás de la mesa, otros dos de piel, de color marrón oscuro, delante. Ella se sienta en uno y cruza las piernas, enciende un cigarrillo. Serafín la mira, con ese gesto tan habitual, de asombro permanente. En silencio los dos, mientras él hace anotaciones en un par de libros. Saca unos recibos y los archiva. Lo deja todo ordenado, termina.

Ya he terminado, hoy tenía poco, otros días tengo más.

Es muy bonito este despacho.

Lo compró mi padre, era de un notario. Pariente de mi madre.

Tus padres, ¿viven?

No, están muertos, mis tíos también, solo tengo primos.

Y, a mí.

¿A ti?

Sí, soy tu mujer, ¿lo has olvidado? Ahora me tienes a mí. Y yo a ti. Yo no tengo primos, ni nada, pero ahora te tengo a ti.

Ya, vamos a cenar.

Apenas un par de comentarios durante la cena, de lo que ven en la televisión. A las diez están en la cama. Al momento, Serafín duerme. Pepa, despierta, hasta las... tantas.

El sábado, la velada se alarga, ven la tele a petición de Pepa. Su segunda noche de sexo, esta vez Pepa se prepara antes y, sin palabras le ha ido dirigiendo, ha sido mejor. Cuando han terminado, él, le ha mirado un momento, ha sonreído, no ha dicho nada.

Domingo, un ruido, unas voces la despiertan, se levanta. Él ya no está en la cama. Mira por la ventana, clareando el día. Están plantando árboles.

Será posible, es buena persona, raro, esmirriado, pero buena gente.”

No se atreve a salir, hay unos hombres y, no sabe si le parecerá a él bien; le espera. No entra en la casa hasta la hora de la comida. Cuando lo hace, Pepa, le da un beso en la mejilla.

Gracias.

Él, le ha mirado sorprendido, se ha puesto colorado.

¿Por qué?

Por los árboles, son bonitos y grandes.

Esa tarde salen con la furgoneta, Serafín, la lleva por todas sus posesiones. Pepa está sorprendida, no ya por lo que va viendo, por cómo le oye hablar. Explicándole los trabajos que se realizan parece otro hombre, a pesar de la voz. Pone pasión al hablar, le gusta su trabajo, disfruta con él, eso es lo que percibe Pepa escuchándole.

Han pasado treinta días, sin nada que hacer. La muy ordenada existencia de Serafín y el silencio de la casa, pone de los nervios a Pepa. Con Remigia, poco ha avanzado, sigue sin apenas comentario, casi siempre contesta con monosílabos. Con Serafín, después del domingo que salieron de paseo, apenas cuatro frases y, porque hace ella por tener algo de conversación.

Ver la casa de color cemento la enferma, ha decidido pintarla y, se lo dice durante la cena.

¿Pintarla, para qué?

Para qué va a ser, primero para sentirme bien, viéndolo todo de color. Y por distraerme haciendo algo, no quiero estar como una vieja; sentada todo el día y contando moscas.

Tú eres el ama, no tienes que pintar, si hay que pintar, se pinta. Buscaré un pintor.

No quiero un pintor, quiero comprar pintura y pintarla yo. Y, además, siempre me recuerdas que soy el ama. Pues bien, el ama quiere pintar su casa ¿Te ha quedado claro?

Ya, mañana iremos a La Gineta, compraremos la pintura.

¿No hay pintura en este pueblo? Que por cierto, aún no me lo has enseñado, ni me has presentado a nadie, ¿te avergüenzas de mí?

Las cosas cuando tocan. No toca aún presentarte. La única tienda es la mía, hay poca cosa, aquí se pinta poco.

Si me dejas la furgoneta, puedo ir sola, no tienes que molestarte.

No, te llevaré yo.

¿No te fías?

No es eso.

Entonces, qué es.

Eres mi mujer, si mi mujer tiene que ir a La Gineta, la llevo yo, es lo que toca.

Sí, está claro, aquí se hace lo que toca, siempre se hace lo que toca, según tú, crees que toca. Pues bien, vamos a la cama, hoy toca.

Está furiosa. Ella, ha levantado la voz. Él, impasible, como siempre.

Esta noche te voy a volver loco, so mendrugo, que eres un mendrugo, vas a saber quién es La Pepa.”

Serafín, como cada noche que “toca”, espera sentado en la cama, a que ella se acueste. Hoy, Pepa, sale del baño con la toalla cubriendo apenas su cuerpo. Cuando llega hasta él, levanta la pierna y, coloca el pie en su pecho. Serafín la mira, con los ojos más abiertos que nunca.

Hoy te toca abajo. Y cuidadito con ir deprisa, a mi ritmo, ¿me estás oyendo?

Seductora, dominadora le empuja haciéndole caer en la cama. Serafín no dice una palabra. Se deja hacer. Pepa ha logrado encontrarse a gusto por primera vez. Cuando terminan, enciende un cigarrillo. Ríe, viendo la cara de Serafín, todo un poema, aún jadeando. Ella, rebosante, triunfadora. Le echa el humo a la cara, haciéndole toser.

¿Qué, te lo hacías mejor con las ovejas?

Él, la mira como nunca, con los ojos brillantes.

No, no, claro que no.

¿Y te ha gustado o, sólo te has descargado?

Serafín engulle la saliva que no tiene, parece buscar qué decir. Pepa sigue riendo, provocadora. Se chupa un dedo y, se lo pasa por los labios, apaga el cigarrillo.

Aún no he terminado, ve pensando qué quieres decir para cuando termine. Si es que toca que me digas algo.

Y vuelve a empezar, ahora con otro ritmo, sensual, dulce, mimosa, jugando con él hasta descontrolarlo; y disfrutando con ello. Sintiéndose muy, muy a gusto. Olvidándose de lo feo que es, de su voz, de su cuerpo estrecho y, de su color, blanco lechuzo.

Esta vez, al terminar no enciende ningún cigarrillo, estira los brazos hacia lo alto y, respira hondo, no dice nada. Es él, el que dice, inclinado de lado hacia ella; le aparta un mechón de pelo, ella, le sonríe con picardía.

No sabía que esto podía ser así, gracias. Buenas noches.

Serafín, ha apagado la luz. Pepa se ha quedado desconcertada, una vez más, desconcertada, pero a gusto. Lo que “toca” ha sido especial para los dos.

Gracias y ya está, me tenía que besar los pies y, solo me dice gracias. Está claro, lo único que tiene largo es la tranca, el cerebro, de mosquito. El caso es que, a veces parece muy listo. Bueno, ha estado bien, la cosa va mejorando.”

CONTINUARÁ...

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