20 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 5

En el capítulo anterior, una mujer ha llamado al programa de Olvido para decir que quiere casarse con Serafín. Es una prostituta, pero su franqueza y su voz convencen a Olvido, que decide ponerla en contacto con Serafín.

CAPÍTULO 5

Serafín ha estado pegado a su transistor todo el tiempo.

Hola, amigo Secreto, supongo que has escuchado el programa.

Sí.

Y, dime, ¿Qué te ha parecido, Pepa?

Parece una buena mujer.

Entonces, ¿te gusta?

Sí.

Hay que hacer un acuerdo prematrimonial.

Eso, no sé lo que es.

Te lo explico, decide qué cantidad de dinero, caso de que os divorciaseis, estarías dispuesto a darle. Yo le comunico a Pepa y, si acepta, ya os ponéis en contacto para arreglar la boda. ¿Te parece bien?

Lo que Ud diga. Ponga Ud la cifra, yo no entiendo.

Olvido se queda mirando a sus colaboradores, ahora es ella la que levanta los hombros.

Espera un momento. Ahora te llamo.

Se dirige al resto, tras colgar el teléfono.

¿Pero qué le digo yo a este pobre hombre, cómo me he metido en este lío? Decidme, ¿qué le digo? Esto me sobrepasa.

Mil euros por mes, si dura un año, son doce mil, si dura más, pues lo que dure. Yo no creo que, La Pepa, aguante más de un año, debe ser de armas tomar. Y con lo que tiene corrido, no aguantará en ese pueblucho mucho tiempo y, menos con el señor “No, no tengo”.

Estallan las risas, pero Olvido no ríe.

No me hace gracia, no la tiene. Pero la cantidad me parece razonable. Voy a decirle, a ver qué le parece. Si acepta, llamo a La Pepa y, me inhibo de esto. Ya me he implicado más de lo debido.

Dicho y hecho, Secreto, acepta. Su respuesta, no podía ser otra.

Si hay que pagar eso, se paga.

Llama a, Pepa, está hasta nerviosa. En todos los años al frente del programa, no le ha surgido una situación igual. Pepa acepta también, le da el teléfono de Secreto.

A partir de ahora, vosotros os arregláis, yo he terminado, que tengáis suerte. Me gustaría que me llamaras, para ver cómo os va, dentro de uno o dos años o, cuando tú quieras.

De acuerdo, Olvido, lo haré, seguro que irá bien. Sea como sea, lo importante es que nazca el niño; así los dos estaremos contentos. Y si el casorio no nos conviene a ninguno, pues me cojo la pasta y adiós muy buenas. Oye, qué hago, le llamo ahora o me espero a mañana.

Yo creo que puedes llamarle, despierto está. Repito, buena suerte, Pepa.

Pepa, La Pepa, se ha quedado con el teléfono en la mano, dudando. De pronto, ha sentido una sensación rara. Acabar con una llamada con todo lo malo que ha significado su vida, le parece imposible. Nunca ha tenido suerte. Su madre ya era prostituta. Al padre no lo conoció, pasó sus primeros años en un colegio interna. Cuando salió, ya con dieciséis, fue a vivir con su madre en una pensión; la misma en la que vive hoy, cerca de Atocha, en la capital del reino, en Madrid. Comenzó a trabajar en el mercado de Legazpi, con un vendedor de hortalizas cliente de su madre. Que no tardó en despertarla a “la vida”. Con diecisiete recién cumplidos, acudía al mercado cada mañana, pero ya no andaba entre coles y alcachofas. Su trabajo, el mismo que su madre, pero mejor pagado. Era joven, bonita, despierta y, con un carácter fuerte y decidido. Que le valió, no sufrir la tiranía de proxeneta alguno, como le había ocurrido a su madre. Consiguió que su madre no trabajara lo poco que le quedaba de vida, pues con cuarenta y dos años falleció. Dejando a Pepa, ya cumplidos los veinte, como toda herencia, sus consejos.

Pepa ya tenía por aquel entonces una buena clientela. La suficiente para no tener problemas económicos, si sabía administrarse. Y supo hacerlo, a pesar de la competencia. De los chulos que intentaron avasallarla. De las tres veces que tuvo que ingresar en un hospital, dos por palizas y una por neumonía. Pero todo ello, le sirvió para curtirse en el oficio. Planificó su trabajo, sus necesidades, su vida y, consiguió salir adelante. Tenía dinero ahorrado y la vieja furgoneta que le compró a un cliente, pagando con “carne” durante dos años. Pepa, no había olvidado cómo acabó su madre. Con una hepatitis, con apenas cuatro dientes, casi sin pelo. Le faltaban los dedos meñiques, pues uno de los chulos que la sometieron, le hizo la gracia de cortarlos. Parecía una anciana, siendo como era una mujer joven. Ella estaba decidida a no llegar a eso y, había tenido cuidado de no liarse con mala gente. No le resultó fácil, pero lo consiguió. Ya hacía algún tiempo que pensaba en dejarlo, no veía la forma. Encontrar un trabajo sencillo podía, pero pagar casa en Madrid, era costoso. El dinero ahorrado no era suficiente, tenía que salir de Madrid y, ésta era su oportunidad. El milagro que, cada día al acostarse pedía. No le importaba cómo fuera el tal Secreto, conque no la pegara, era suficiente. Lo demás, le daba igual.

Mucha era la soledad en la que había transcurrido su vida, no tenía amigos; conocidos sí y, algunos clientes, buena gente con los que solía hablar; nada más. Tener una casa, un marido, vivir en un pueblo. Le parecía el primer premio de la lotería. Y no llegaba a creérselo. Pasó un buen rato con el teléfono en la mano, sin atreverse a llamar. Ella, que no se achantaba ante nada, marcó con un ligero temblor en la mano.

Diga.

Soy Pepa, ¿eres, Secreto?

Sí, me llamo Serafín Bueno.

Hola, es muy tarde, ¿quieres que hablemos ahora o, te llamo mañana?

Lo que quieras, a mí me da igual.

Pues hablamos ahora, ¿qué dices?

Yo nada, tú dirás.

Bueno, pues eso, que acepto con lo que ha dicho Olvido.

Bien.

El silencio, Pepa, no sabía qué más decir y, por lo visto, Serafín tampoco. Pensó que tendría que resolver ella.

Oye, vente a Madrid, ¿puedes?

¿Para qué?

Hombre, tendremos que arreglar los papeles para la boda, hablar de ello, ¿no te parece?

Nos casamos ahí, te mando los papeles y lo apañas todo. Cuando sea el día, acudo y ya está, tengo faena.

Bien. Lo del acuerdo lo quiero por escrito, en el notario.

Tú lo arreglas, yo firmaré lo que sea.

Entonces, nos veremos ese día, apunta la dirección y me mandas los papeles para el juzgado, nos casamos en el juzgado. A mí, lo de la iglesia me impone un poco, ¿te parece bien?

Como quieras, te mando el dinero que haga falta, ¿cuánto hay que pagar?

No te preocupes, ya sacaremos cuentas.

Pepa le da la dirección y acto seguido, con un discreto adiós, se despiden. Serafín se acuesta y al minuto está durmiendo, tranquilo, contento.

Pepa no pega ojo en toda la noche.

CONTINUARÁ...

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