30 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 9

En el capítulo anterior, Pepa, está intentando acoplarse a su nueva vida. Quiere pintar la casa, ver algo de color en ella. La inactividad la desquicia, y también Serafín, con su forma de ser. Pero ella está empeñada en mejorarlo todo, y algo va consiguiendo.


CAPÍTULO 9


Aunque la vida sigue igual, salvo en que ahora, Pepa, pasa el día pintando. Y las noches que “toca” son cada vez mejores. A pesar de lo cansada que llega a la cama, ya que trabaja tantas horas como Serafín fuera de la casa.

Lleva unos días vomitando el desayuno.

Hoy le ha pedido a Remigia que le ayude a mover los muebles, está pintando la habitación. Tienen que parar a mitad de arrastrar el armario. Vuelve a vomitar.

No sé qué me pasa, debe ser la pintura que me revuelve el estómago.

Lo que le pasa es que está preñada, tiene cara de preñada.

¿Qué tengo cara de preñada? Ya, aquí las preñadas tienen una cara especial, de huevo podrido, o algo así. Pues en Madrid te aseguro que no, solo al ir a parir se les pone cara de sapo o parecido. No tengo ninguna falta, espero que ocurra, pero de momento no lo estoy. Mañana no me hagas migas, pan con aceite y el café con leche, a ver si me sienta mejor.

Media tarde, está duchándose. Cuando sale, Serafín está esperándola.

Hola, no te he oído llegar, has terminado muy pronto hoy ¿Pasa algo?

No me has dicho que estás preñada.

¿Cómo, quién te ha dicho eso?

Remigia, no he ido a trabajar esta tarde, me he acercado a La Gineta a buscar un pintor. Mañana vendrán, no vas a seguir pintando estando preñada. Tenias que haberme dicho que estabas vomitando.

No estoy preñada, ella se ha empeñado en que sí, pero no lo estoy, dice que tengo cara de eso. Además, aunque fuera así, eso no me convierte en una enferma, puedo seguir pintando.

Si Remigia dice que estás preñada, es que lo estás, así es, ella entiende. Y no seguirás pintando, mandarás a quien pinte. Tú no pintarás, y te sales fuera, no estés oliendo. A lo mejor los olores no te van bien. Esto no hay que discutirlo, Pepa, lo mando yo así y así se hace. Y sal de este cuarto, dormiremos en el otro, hasta que estén secas las paredes.

Un momento, menos ordeno y mando; que eso no se lo aguanto yo a nadie. Primero tendré que saber si estoy preñada.

Lo estés o no, no pintarás, no te sienta bien. Los pintores vendrán mañana.

Pero, bueno...

Así me llamo, ni una palabra más, Pepa. Y, vístete que vas a coger frío. Voy a dar una vuelta por la pocilga, vuelvo para la cena. Están cargando una partida y quiero controlarlo.

Ella entiende, pero de qué va a entender, están todos locos, el muy..., ¡qué mierda! Ni me sale cómo llamarle. Ah, y se pone hasta chulo, pues va listo conmigo. Hoy toca, pues mira, hoy no toca, que se joda. Con lo bien que me lo paso yo, dándole vida a esta casa, que hasta repele mirarla.”

No se acerca por la cocina, por no armarle una a Remigia. Irle con ese cuento a Serafín.

Para lo poco que hablan, esta vez se han pasado todos”

Durante la cena, ni una palabra, ninguno de los dos. Nada más entrar en la habitación se lo dice.

Hoy toca, pero no me da la gana a mí de que me toques. Así que ya puedes ir apañándote solo o, te vas con tus ovejas, si no puedes aguantar.

Serafín no contesta, se mete en la cama cuando ella lo hace, apaga la luz y dice.

Buenas noches.

Pepa no duerme, él tampoco, pero está quieto. Ella, en cambio, no para de dar vueltas, la cabeza le estalla. Ya casi amanece, una levísima claridad va penetrando en la estancia.

Es capaz de irse con las ovejas en cuanto se levante y, eso sí que no. Ya llevaría mal que se lo hiciera con otra, pero que me sustituya con una oveja, no se lo pienso permitir. Pero, ¿por qué no duerme? Me pone nerviosa, toda la noche tiene los ojos abiertos, y parece que ni respira. El caso es, que castigándole a él, me castigo yo. Porque mira que le tengo ganas, con lo feo que es el condenado y lo a gusto que me deja. Esto es una gilipollez, la mala noche que estoy pasando, estoy idiota perdida. Si se levanta se irá con las ovejas. Necesitará descargarse, no he escuchado a nadie decirlo así. Es que es raro hasta para eso, o en eso es, en lo que es más raro. Yo no aguanto más, me siento tan bien cuando lo hacemos y, ahora estoy que estallo. A ver cómo me responde, a lo mejor está muy enfadado y no quiere. Tendré que esmerarme.”

Pepa se pega a Serafín, va despacio tanteándolo, acariciándolo.

Él quieto, vuelve la cara hacia ella, la mira. Y, Pepa siente, lo que hasta ese momento no ha sentido. Unas ganas locas de besarlo. Lo hace y, los dos enloquecen, como no lo habían hecho antes.

Las migas se han enfriado, la tostada con aceite se ha quedado dura. Remigia entra y sale del comedor, sin saber si retirarlo todo o dejarlo. Va rezongando en su recorrido.

Está preñada, ella dirá lo que quiera, para eso es el ama, pero está preñada. Seguro que está con la vomitera, de no ser así, el amo ya se habría ido a la faena.”

No está con la vomitera, está pasando un dedo por el bigotito de su marido, que sonríe plácidamente, sin disparar palabra. Ni una ha dicho, pero hacer, ha hecho todo lo que ha podido. Y Pepa está que no cabe en sí.

Mira que eres feo, no sé cómo puedes gustarme, con lo feo que eres, pero me gustas a reventar. Y el caso es que, aún no sé muy bien por qué me gustas tanto ¿Besabas a las ovejas?

No, eso no.

¿Y has besado antes a alguien?

En la cara, a mi madre, a la familia, lo que toca.

Por supuesto, lo que toca. Pues ahora toca que todos los días me beses.

Bien, se hará lo que se tenga que hacer.

Espera un momento, yo no quiero lo que se tenga que hacer, si no quieres no lo hagas.

Eso digo, que se hará.

Serafín, lo que digo, es que lo hagas si te apetece.

Ya.

No me digas ya, dime si te apetece o no, pero no me digas ya, eso no significa nada.

Ya, pues eso.

Pepa se deja caer contra la almohada, levanta los brazos, como implorando al cielo.

Es inútil, contigo es todo inútil, no sé cómo pierdo el tiempo explicándote. No entiendes nada.

Él se inclina hacia ella.

Ya, es ya, eso es lo que digo, ya.

Pepa va a decir algo, pero no puede, Serafín la está besando apasionadamente.

Pepa suspira cuando la deja respirar, le acaricia el pelo muy despacio.

Ya, soy yo la que no entiendo, ¿verdad?

Tengo que ir a la faena y tú también, los pintores estarán al llegar, tienes que mandarles.

Ya, soy el ama, ¿no es eso?

Es lo que toca.

Ríen los dos, se levantan al tiempo.

CONTINUARÁ...

29 septiembre 2010

DICTADURA SINDICAL

No importa si la huelga ha sido secundada por más o por menos. Las cifras, como siempre, son muy distintas según la fuente. Los sindicatos dicen que ha sido todo un éxito. Mienten, pero necesitan decirlo. Otros dirán que ha sido un total fracaso, tampoco dicen la verdad.

No necesitamos que nadie nos dé cifras, no somos sordos ni ciegos. Pero unos y otros creen que sí. Piensan que pueden seguir engañando a todo el mundo. Que este país está lleno de analfabetos y no somos capaces de ver y entender. Pues lo somos. Y está claro que, los sindicatos han hecho lo que saben hacer para que no fuese el fracaso que temían. Pero desde luego no han conseguido el éxito necesario para tocar campanas. Y eso que se han empleado a fondo en bastantes sitios.

Mucha gente ha sido privada de su derecho al trabajo por causa de algunos piquetes “informativos” que llevaban muy aprendida la lección de que “la letra con sangre entra”. Esa es la democracia de la que presumen algunos. A mí me resulta preocupante que alguien mencione “democracia” “derecho” “libertad” a dos por tres. Bien está que lo mencionemos alguna vez, yo lo hago. Pero no para ponerlo por encima del derecho de los demás. Y eso es lo que ha ocurrido en esta España nuestra, que hoy me olía a rancio y a podrido, viendo las imágenes por televisión del comportamiento de algunos. O escuchando estos días atrás a otros.

Es vergonzoso, además de ilegal e inmoral, la presión violenta que han llevado a cabo algunos. Nadie les impedía a los huelguistas hacer la huelga, pero ellos no satisfechos con poder ejercer ese derecho pacíficamente. Han querido, para demostrar su fuerza y poder, que los que no querían hacerla la hiciesen. Esa es la libertad que entienden.

No me gustan los dictadores, sean del color que sean. Y hoy, en este país, nos han mostrado, una vez más, su cara.

Tampoco me han sorprendido, porque ya llevo vividas varias huelgas, y sé lo que hacen algunos cuando van a “informar”. No son todos, qué duda cabe, pero sí demasiados los que emplean la violencia verbal o física. Amparados por ir en cuadrilla, alentados a veces por arengas tercermundistas.

Siento vergüenza de que tantos olviden que, España es una democracia en la que hay derecho a la huelga que, puedes ejercer en libertad. Y al tiempo, sin menoscabo de ese derecho, está el derecho al trabajo. Y ya es bastante con que la crisis disminuya ese derecho al trabajo, para que, los propios trabajadores impidan ejercerlo.

Los sindicatos necesitan una reforma tan profunda como nuestra economía. Una financiación no dependiente del gobierno de turno. Y una ley que regule el derecho a la huelga, que marque los mínimos en cada sector.

Si de algo sirve lo que hoy hemos vivido, es para saber que no podemos tener unos sindicatos anclados en el pasado.

Para decirle al gobierno, a la patronal o al sursuncorda que, las cosas están mal, “que así no podemos seguir”. Bastaba con hacer una manifestación pacífica y ordenada, después de la jornada laboral. Todo lo demás está de sobra, y además, no nos lo podemos permitir.

Así nos va.

Buenas noches, golondrineros. Hoy todos somos perdedores.

“Que los árboles no te impidan ver el bosque”

28 septiembre 2010

VENEZUELA, RESULTADO ELECCIONES

Aunque aún no está claro del todo, el resultado de las elecciones en Venezuela, es un toque para el el señor Chávez. A pesar de la ley electoral vigente, que permite que con un 52% de votos para la oposición, sólo consigan un tercio del total de los representantes.

Este resultado tendría que hacerle pensar que algo no está haciendo bien, pero no creo que se plantee esa cuestión. Más bien, lo que tramará es cómo malograr la euforia que, lógicamente, debe tener la oposición en estos momentos. Porque si el recuento final no da un mayor número a los chavistas, no podrá seguir gobernando tal cual lo hace.

Ahí tendrá que moverse, en contar a su favor los votos que aún no han cuadrado.

En fin, que puede que no sea tanta la alegría para la oposición.

26 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 8

En el capítulo anterior, los recién casados, ya aposentados en su casa, (que por cierto es tan fea como su dueño) han tenido su primera noche de sexo, que no de amor y, Pepa se ha sentido oveja. También ha conocido a Remigia, que es casi como esas amas de llaves de las películas estilo Hitchcock.

CAPÍTULO 8

Cuando despierta, Serafín no está, el sol ya calienta.

¡Mi madre, casi las diez! Cómo he podido dormir tanto, no se oye nada, será por eso.”

Baja en bata, tiene hambre, oye algo de ruido, huele a comida. Llega a la cocina. Remigia está trajinando con un puchero.

Hola, buenos días.

Buenos días tenga Ud. Mande lo que quiere para desayunar.

¿Qué toma Serafín?

Lo de siempre, unas migas y café con leche.

¿Qué es eso de las migas?

Pan picado, ajo, aceite y agua. Al amo le gustan con un huevo frito por encima, roto.

Tomaré lo mismo, pero poca cantidad, por favor.

Mientras Remigia lo prepara, Pepa la observa, es una mujer de mediana edad, pero parece mayor. Tiene el rostro curtido por el sol y, lleva el pelo sin teñir, con canas. La cocina es grande, con una cocina de leña y otra de gas. Con azulejos las paredes. Es, junto con el baño, lo único que le gusta de lo que ha visto.

He dormido mucho, yo siempre madrugo, a qué hora te levantas tú.

Un poco antes que el amo, tengo que prepararle lo suyo. Si quiere ya puede ir al comedor, lo llevo enseguida.

Comeré aquí, si no te importa.

El amo siempre come en el comedor.

Pepa sale, se sienta en el comedor, al poco le sirve todo. Es mucho más de lo que acostumbra ella a tomar, pero lo encuentra bueno. Cuando termina, enciende un cigarrillo. Mira por la ventana, todo lo que le alcanza la vista es viña, ni un árbol. Ninguna otra casa, ni construcción por ese lado. Sube a la habitación para vestirse, la cama ya está en orden.

Pasa la mañana colocando su ropa, recorriendo parte de la casa, apenas ha hablado con Remigia. Pues es de tan poca conversación como Serafín, que aparece a la hora de comer.

Hola, ¿estás bien?

Sí, ¿y, tú?

Bien.

Oye, Serafín, ¿por qué no se ve ningún árbol?

El olivar queda apartado de aquí.

No me refiero al olivar. Un árbol, un pino o lo que sea, cerca de la casa. Es raro no ver ninguno, con el terreno que hay.

Las raíces echan a perder los cimientos y las tuberías. Los pájaros anidan y hacen ruido.

Pero sería bonito ver un árbol, aunque no estuviera muy cerca. Es un poco triste no ver nada verde.

Los viñedos están brotando, pronto se verá el verde. Ha hecho mucho frío este año, por eso anda con algo de retraso. Me voy.

Ha salido sin más, Pepa se queda en la mesa, fumando un cigarrillo, entra Remigia y comienza a recoger.

Remigia, por favor, me gustaría tomar un café.

No contesta, sale y, al poco, aparece con el café. Pepa le da las gracias y le sonríe. Le devuelve una media sonrisa y desaparece.

Vaya, hasta sabe sonreír, esta gente, es que son más secos que una pasa. Tengo que hacerme amiga de ella, o me volveré loca.”

Al ponerse el sol, aparece Serafín, le hace un gesto y sube, al cabo de unos minutos vuelve.

Siempre me ducho al terminar la faena, voy al despacho.

¿Puedo ir contigo?

¿Para qué?

Hombre, por no estar sola aquí, Claro que, si te molesto no voy.

No, no me molestas.

El despacho es la única pieza decente, después de la cocina y el baño. A Pepa le parece mentira, pues hasta tiene cierto toque de elegancia. Los muebles son antiguos, de calidad. Hay estanterías con puertas de cristal, algunos libros y archivadores. Un sillón de madera giratorio detrás de la mesa, otros dos de piel, de color marrón oscuro, delante. Ella se sienta en uno y cruza las piernas, enciende un cigarrillo. Serafín la mira, con ese gesto tan habitual, de asombro permanente. En silencio los dos, mientras él hace anotaciones en un par de libros. Saca unos recibos y los archiva. Lo deja todo ordenado, termina.

Ya he terminado, hoy tenía poco, otros días tengo más.

Es muy bonito este despacho.

Lo compró mi padre, era de un notario. Pariente de mi madre.

Tus padres, ¿viven?

No, están muertos, mis tíos también, solo tengo primos.

Y, a mí.

¿A ti?

Sí, soy tu mujer, ¿lo has olvidado? Ahora me tienes a mí. Y yo a ti. Yo no tengo primos, ni nada, pero ahora te tengo a ti.

Ya, vamos a cenar.

Apenas un par de comentarios durante la cena, de lo que ven en la televisión. A las diez están en la cama. Al momento, Serafín duerme. Pepa, despierta, hasta las... tantas.

El sábado, la velada se alarga, ven la tele a petición de Pepa. Su segunda noche de sexo, esta vez Pepa se prepara antes y, sin palabras le ha ido dirigiendo, ha sido mejor. Cuando han terminado, él, le ha mirado un momento, ha sonreído, no ha dicho nada.

Domingo, un ruido, unas voces la despiertan, se levanta. Él ya no está en la cama. Mira por la ventana, clareando el día. Están plantando árboles.

Será posible, es buena persona, raro, esmirriado, pero buena gente.”

No se atreve a salir, hay unos hombres y, no sabe si le parecerá a él bien; le espera. No entra en la casa hasta la hora de la comida. Cuando lo hace, Pepa, le da un beso en la mejilla.

Gracias.

Él, le ha mirado sorprendido, se ha puesto colorado.

¿Por qué?

Por los árboles, son bonitos y grandes.

Esa tarde salen con la furgoneta, Serafín, la lleva por todas sus posesiones. Pepa está sorprendida, no ya por lo que va viendo, por cómo le oye hablar. Explicándole los trabajos que se realizan parece otro hombre, a pesar de la voz. Pone pasión al hablar, le gusta su trabajo, disfruta con él, eso es lo que percibe Pepa escuchándole.

Han pasado treinta días, sin nada que hacer. La muy ordenada existencia de Serafín y el silencio de la casa, pone de los nervios a Pepa. Con Remigia, poco ha avanzado, sigue sin apenas comentario, casi siempre contesta con monosílabos. Con Serafín, después del domingo que salieron de paseo, apenas cuatro frases y, porque hace ella por tener algo de conversación.

Ver la casa de color cemento la enferma, ha decidido pintarla y, se lo dice durante la cena.

¿Pintarla, para qué?

Para qué va a ser, primero para sentirme bien, viéndolo todo de color. Y por distraerme haciendo algo, no quiero estar como una vieja; sentada todo el día y contando moscas.

Tú eres el ama, no tienes que pintar, si hay que pintar, se pinta. Buscaré un pintor.

No quiero un pintor, quiero comprar pintura y pintarla yo. Y, además, siempre me recuerdas que soy el ama. Pues bien, el ama quiere pintar su casa ¿Te ha quedado claro?

Ya, mañana iremos a La Gineta, compraremos la pintura.

¿No hay pintura en este pueblo? Que por cierto, aún no me lo has enseñado, ni me has presentado a nadie, ¿te avergüenzas de mí?

Las cosas cuando tocan. No toca aún presentarte. La única tienda es la mía, hay poca cosa, aquí se pinta poco.

Si me dejas la furgoneta, puedo ir sola, no tienes que molestarte.

No, te llevaré yo.

¿No te fías?

No es eso.

Entonces, qué es.

Eres mi mujer, si mi mujer tiene que ir a La Gineta, la llevo yo, es lo que toca.

Sí, está claro, aquí se hace lo que toca, siempre se hace lo que toca, según tú, crees que toca. Pues bien, vamos a la cama, hoy toca.

Está furiosa. Ella, ha levantado la voz. Él, impasible, como siempre.

Esta noche te voy a volver loco, so mendrugo, que eres un mendrugo, vas a saber quién es La Pepa.”

Serafín, como cada noche que “toca”, espera sentado en la cama, a que ella se acueste. Hoy, Pepa, sale del baño con la toalla cubriendo apenas su cuerpo. Cuando llega hasta él, levanta la pierna y, coloca el pie en su pecho. Serafín la mira, con los ojos más abiertos que nunca.

Hoy te toca abajo. Y cuidadito con ir deprisa, a mi ritmo, ¿me estás oyendo?

Seductora, dominadora le empuja haciéndole caer en la cama. Serafín no dice una palabra. Se deja hacer. Pepa ha logrado encontrarse a gusto por primera vez. Cuando terminan, enciende un cigarrillo. Ríe, viendo la cara de Serafín, todo un poema, aún jadeando. Ella, rebosante, triunfadora. Le echa el humo a la cara, haciéndole toser.

¿Qué, te lo hacías mejor con las ovejas?

Él, la mira como nunca, con los ojos brillantes.

No, no, claro que no.

¿Y te ha gustado o, sólo te has descargado?

Serafín engulle la saliva que no tiene, parece buscar qué decir. Pepa sigue riendo, provocadora. Se chupa un dedo y, se lo pasa por los labios, apaga el cigarrillo.

Aún no he terminado, ve pensando qué quieres decir para cuando termine. Si es que toca que me digas algo.

Y vuelve a empezar, ahora con otro ritmo, sensual, dulce, mimosa, jugando con él hasta descontrolarlo; y disfrutando con ello. Sintiéndose muy, muy a gusto. Olvidándose de lo feo que es, de su voz, de su cuerpo estrecho y, de su color, blanco lechuzo.

Esta vez, al terminar no enciende ningún cigarrillo, estira los brazos hacia lo alto y, respira hondo, no dice nada. Es él, el que dice, inclinado de lado hacia ella; le aparta un mechón de pelo, ella, le sonríe con picardía.

No sabía que esto podía ser así, gracias. Buenas noches.

Serafín, ha apagado la luz. Pepa se ha quedado desconcertada, una vez más, desconcertada, pero a gusto. Lo que “toca” ha sido especial para los dos.

Gracias y ya está, me tenía que besar los pies y, solo me dice gracias. Está claro, lo único que tiene largo es la tranca, el cerebro, de mosquito. El caso es que, a veces parece muy listo. Bueno, ha estado bien, la cosa va mejorando.”

CONTINUARÁ...

24 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 7

El capítulo anterior fue un poco largo, pero tenía el interés de “la noche de bodas” y, ¿cómo dejar a medias un acontecimiento tan trascendente? Sí, Serafín y Pepa, ya están casados. Por fin, Pepa, ha podido ver en vivo y directo al feo Serafín. Y es cierto, es feo, raro, muy raro y bajito; aunque algo no tiene corto. Veamos que pasa ahora.

CAPÍTULO 7

Al día siguiente acuden al notario, para firmar la separación de bienes y, el pago acordado en caso de divorcio. Al leerlo el notario, Serafín interviene.

No, no es eso. No me parece bien.

Pero, ¿cómo que no te parece bien? Es lo que acordamos. Oye, a mí no me la juegues, ¿qué es lo que no está bien?

Si no hay niño y, nos divorciamos, tú no cobras. Has dejado tu trabajo, no tendrás nada. Ponga Ud que cobrará la mitad si ocurre así.

Pepa abre la boca, para decir, nada, pues no consigue articular palabra. Esa posibilidad no se la había planteado. Está tan sorprendida, que mira a Serafín con los ojos de par en par, como los lleva él de continuo. Es una caja de sorpresas, su escuchimizado marido.

Después del notario, recogen las maletas. En tren primero y, en la furgoneta después, llegan por fin, a la pedanía de Albacete, donde está la casa de Serafín. Ni dos palabras durante el recorrido.

La casa es, más o menos nueva. Ella había imaginado una casa de pueblo, antigua, no lo es. De dos plantas, con ventanas, sin balcón, la fachada enlucida, nada de pintura, de color cemento toda ella. En el tejado dos chimeneas. Con una puerta grande en el centro y, otra pequeña en el lateral. Sin rejas, sin adornos, es una pared lisa, con los rectángulos que forman las ventanas como único elemento rompedor. Pepa piensa “fea como el dueño, pero casa, mi casa”

Situada cerca del pueblo, rodeada de campo, viñedos. En la parte trasera un cobertizo, donde dejan la furgoneta y, al lado, un gallinero.

Bajan las maletas, al pasar por la puerta pequeña, se abre, aparece una mujer.

Remigia, me he casado, esta es Pepa, mi mujer.

Bien está ¿sirvo la cena ahora?

Sí, dejamos los trastos y bajamos.

La casa por dentro, igual que por fuera, cemento en las paredes, sin cortinas. Muebles, los justos, mesa y sillas en lo que parece el comedor, que tiene la chimenea encendida. El suelo rústico. Suben a la habitación, es grande y hay una cama, dos mesitas, una cómoda con espejo, un armario; antiguo todo, ni una silla.

Esa puerta es el retrete, hay ducha, con agua caliente. Remigia y Anselmo su marido, viven aquí, tienen el cuarto al lado de la cocina. Hacen las faenas, tú les mandas lo que quieras, eres el ama. Vamos a cenar, es tarde, siempre ceno con el telediario.

Pepa, no ha dicho ni media palabra, la casa le parece horrible; es grande, fría, silenciosa, opaca, triste.

Remigia, en silencio, sirve la cena. Una fuente con un guisado de patatas y carne, dos manzanas, pan y agua. Lo deja todo y sale.

Sois poco habladores aquí.

Si hay que decir algo, se dice.

Por lo visto, no hay mucho que decir.

Tú puedes decir lo que quieras, eres el ama.

¿Qué se acostumbra hacer de normal? A diario. Quiero saber qué tengo que hacer.

Tú puedes hacer lo que quieras, eres el ama.

Sí, soy el ama, pero no sé qué hay que hacer.

Las faenas las hace Remigia, tú la mandas.

¿Y tú, qué haces?

Yo soy el amo, mando.

Pepa se remueve en la silla con nerviosismo, le resulta difícil mantener la conversación. Pero no se rinde.

Dime, ¿a qué hora te levantas, adónde vas durante el día? Mañana, por ejemplo, ¿qué harás?

Me levanto cuando sale el sol. Me embucho el desayuno y salgo. Voy a las pocilgas, lo primero, hablo con Marciano, el capataz. Eso es lo normal, mañana eso es lo que haré. Según lo que tengamos, hacemos. Unas veces es el ganado, los cerdos, vacas y ovejas; otras la viña, los olivos, la huerta. A veces hay que hacer algún trato, eso siempre lo hago yo. Bajar al pueblo, para algo de papeles, lo hago yo. La tienda la entiende mi primo Bartolo. Una vez al mes echamos las cuentas. Si hay que ir a La Gineta o, dónde sea, a comprar algo, voy yo. Eso es lo que hago.

¿Estás todo el día fuera de casa?

No, me vuelvo para la comida, después me voy. Ahora la tarde es corta, a la vuelta me meto en el despacho, hago lo que tengo que hacer de cuentas. A la hora del telediario ceno, a las diez me acuesto.

Pepa, con cierto retintín, que no parece advertir Serafín.

Muy interesante, realmente interesante. ¿Podré ir contigo algún día?

Las mujeres no andan por ahí, salvo en la vendimia y, en la cosecha de la aceituna, que algunas sí están. Pero tú eres el ama, tú no tienes que hacer nada de eso.

Yo me refería a ir contigo, por ver lo que haces. Conocer todo eso de que has hablado.

Las mujeres de aquí no van con los maridos a la faena. Pero tú eres el ama, si quieres venir un día, pues vienes. Vamos a dormir.

Suben a la habitación, Pepa busca el camisón. Serafín sale del baño, desnudo, y, se sienta en la cama. Ella, pasa al baño y se da una ducha. Cuando sale, con el camisón puesto, él está esperando, sigue sentado en la cama.

Ya casi me duermo, hoy toca, si te parece bien, yo ya estoy listo.

Pepa, respira hondo, no contesta, de pie delante de él le mira “y tan listo, qué barbaridad” se quita el camisón y se mete en la cama.

Cuando quieras.

Serafín levantado, parado al lado de la cama.

¿Qué pasa?

Yo siempre lo he hecho de pie.

Con las ovejas, conmigo es mejor que lo hagas en la cama.

Serafín se mueve a un lado y a otro, sin decidirse. Al final es Pepa, ya nerviosa de verle de esa manera; la que le coge de la mano y le hace echarse en la cama. Tiene que dirigirle, pues él se ha quedado quieto, encima de ella, sin dar muestras de saber cómo empezar.

Mucha es la experiencia de Pepa. Pero no está acostumbrada, al trancazo que Serafín le arremete, sin trámites previos, cuando por fin se ha situado. No puede evitar un grito de dolor. Él se frena, mirándola. Ella, aprieta los dientes.

Sigue.

No recuerda haberse sentido tan mal, quizás por estar preparada en anteriores ocasiones. El comportamiento de Serafín le ha pillado desprevenida. Ha terminado, dice buenas noches y, al minuto está dormido, tan ricamente. Ella, le cuesta dormirse, se siente oveja.

Mejor no pienso, porque si pienso, mañana cojo las maletas y me largo ¡Será animal! Tres a la semana, es poco, pero éste me ha dolido más que todos los de un mes entero. Tendré que enseñarle modos. A las pobres ovejas las debe tener destrozadas y, la fuerza que tiene, con lo poca cosa que es. Más me vale no pensar.”

CONTINUARÁ...

23 septiembre 2010

REPITO, NO A LA HUELGA

Constitución española.

Art. 7

“Los sindicatos de trabajadores y las asociaciones empresariales contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”

Art. 28.2

“Se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses...”

Art. 35.1

“Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo...”

Art. 37. 2

“Se reconoce el derecho de los trabajadores y empresarios a adoptar medidas de conflicto colectivo. La ley que regule el ejercicio de este derecho, sin perjuicio de las limitaciones que pueda establecer, incluirá las garantías precisas para asegurar el funcionamiento de los servicios esenciales de la comunidad.”


Grandes palabras, todas ellas lo son y, sin embargo, ¿en qué han quedado a estas alturas? En papel mojado. Los españoles, en su gran mayoría, fuese cual fuese su ideología o simpatías políticas. Se han visto afectados, directa o indirectamente, por la dejación de sus obligaciones, tanto por parte empresarial como por los sindicatos. No llegando a un acuerdo en tiempo y forma para tratar de paliar, junto con el gobierno, los efectos de la crisis.

Y, en estos momentos, cuando ya son más de cinco millones los parados (porque hay que contar a los que están haciendo cursos que poco o nada les van a servir) Ahora, los sindicatos quieren obligar a todo el país a hacer una huelga que, ellos y sólo ellos han decidido.

Y, digo obligar, porque su petición de los mínimos a establecer, a eso va encaminada. Sin apenas transporte, muchos serán los que no podrán acudir a su puesto de trabajo aunque quieran. Pero no contentos con ello, amenazan con que los piquetes garantizarán el derecho a la huelga ¿Cómo? Ya lo sabemos todos, porque lo entienden sólo por ese lado, defender la huelga es impedir ir a trabajar a quien desee hacerlo.

Ya di mis razones para no hacer la huelga y nada ha variado para que cambie de opinión, más bien lo contrario. Viendo el afán con que ahora se mueven los sindicatos. ¿Por qué no lo han tenido en todo el tiempo?

Son responsables por su inactividad y conchabanza con el gobierno, de una parte de la crisis.

El negativo resultado de la huelga de funcionarios, les ha provocado a convocar una general. Miedo es la palabra, tienen miedo a perder esa hegemonía, que les ha permitido vivir a sus anchas mientras el país iba a pique. Y querrían, el día 29, poder cerrar a cal y canto el país, sin contar con los que en él vivimos, con todos aquellos que no queremos que lo cierren. Todo, ¿para qué? Para demostrar su fuerza, ese poder que les otorga la Constitución de ser representantes de los trabajadores. Y se olvidan del derecho de los trabajadores a poder elegir: Hacer o no la huelga, ir a al trabajo o quedarnos en casa. Manifestarnos o cantar por soleares.

Es nuestro derecho constitucional y ellos no quieren respetarlo.

No cuentan con los trabajadores, porque no les importamos, como no les hemos importado en todo este tiempo.

El papel de los sindicatos está muy mojado, tanto que tendríamos que revisar su función y su financiación. Porque al final, lamentablemente, de eso se trata. Por cuatro perras gordas (que han sido muchos miles en este caso) nos vendemos al pagador de turno y relegamos nuestras funciones a un último término. Los sindicatos tienen que trabajar por y para los trabajadores, si es otro el que les paga será difícil que así sea. Y ese es su miedo, que puedan ser pocos los que quieran pagarles por lo que hacen.

Porque cada golondrinero pueda hacer lo que quiera el día 29-S, en ejercicio de su libertad.

22 septiembre 2010

CUÉNTAMELO, CAPÍTULO 6

En el capítulo anterior, Olvido Buendía, ha puesto en contacto telefónico a Serafín y Pepa, tras estar los dos conformes en hacer un acuerdo prematrimonial que le asegura a Pepa una cantidad en caso de divorcio. Y, ya por fin, Pepa llama a Serafín. Se van a casar en Madrid.

CAPÍTULO 6

Los días siguientes, Pepa sigue trabajando. Pensó en dejarlo de inmediato, pero por si acaso se torcía el asunto, decidió continuar; aunque bajando el ritmo. Recibió los documentos y los presentó, cuando tuvo la fecha, llamó a Serafín.

Diga.

Hola, soy Pepa, ya tenemos la fecha, el miércoles de la semana que viene al mediodía. Tenemos hora en el notario para el jueves por la mañana, así que te vienes el martes, si te parece.

No, iré el miércoles, tengo los horarios del tren; llegaré a las once de la mañana. Adiós, hasta el miércoles.

Serafín cuelga el teléfono, respira hondo, ya está todo a punto, sonríe.

Pepa se queda mirando el teléfono “este tío es tonto”. No ha podido ni decir media palabra más.

Faltaban diez días, decidió dejar el trabajo al acabar la semana, no se despidió de nadie. Empleó el tiempo que le quedaba en poner en orden la ropa, tiró lo más provocativo. Fue a un centro de estética y dejó que le hicieran de todo. Pensando que en el dichoso pueblo perdido de Albacete, donde vivía Serafín, no tendría muchas ocasiones de acudir a un sitio así. Se había comprado un traje chaqueta blanco, no iba a ir de otro color a su boda. A fin de cuentas, era la primera vez que se casaba y, en el fondo, tenía la esperanza de que fuera la definitiva.

Hizo las maletas, dos grandes nuevas para la ropa. Nunca había necesitado maleta alguna, no había salido de Madrid. Tenía algunos libros, novelas; unos CD y, una mini cadena que le regaló otro de sus clientes. A cambio de lo mismo de siempre, sus favores. Lo colocó todo en otra maleta, esta de segunda mano. No poseía nada más de valor, alguna bisutería y, una medalla de plata de Nuestra Señora de la Almudena, patrona de Madrid. Que le regalaron las monjas del colegio y, que pensó ponerse el día de la boda. Decidió echar la casa por la ventana. Fue a una joyería y compró los anillos para la boda, de oro. Pasó media noche contemplándolos.

Amaneció el miércoles nublado, con frío, con aire. Pepa pensó, que tenía que haberse comprado un abrigo nuevo. Era final de marzo, pero como si fuera pleno invierno. “Hay que joderse, toda la semana pasada con sol y, hoy, como que me quiere amargar el día el dichoso tiempo.”

A media mañana llovía, no intensamente, pero llovía. Así que decidió sacar la gabardina que usaba en el trabajo, roja. Para salvar en la medida de lo posible el traje blanco y, protegerse del frío, cada vez más intenso. Ni se había sentado en toda la mañana, desde las siete que saltó de la cama, por miedo a llegar tarde. No tenía idea de qué haría el dichoso Serafín. Había reservado una habitación en un hostal cercano, pero ni tiempo le dio para decírselo.

A las diez, del penumbroso día, estaba vestida y mirando por la ventana. Tal que esperando verlo llegar montado en un corcel blanco. Preguntándose, qué aspecto tendría, era feo pero, ¿cómo de feo? Miraba a los hombres que pasaban, de todo había, más feos que otra cosa. Estaba nerviosa, mucho más de lo que había estado en toda su vida.

Las once treinta, los zapatos le duelen y tiene un nudo en el estómago. Los ojos enrojecidos de tanto mirar el reloj y, bucear en la oscura calle. Queriendo ver a quien ni siquiera conoce. Un par de golpes en la puerta la sobresaltan, tropieza al querer ir con ligereza, a punto de caer; se ha roto la media, maldice en voz baja, abre la puerta. Es, él.

Hola, soy yo.

Feo, es poco, más que feo; poca cosa, nada, una caricatura de hombre. Eso le parece a Pepa, el mojado Serafín. Con su chaqueta de piel de vaca, pantalón de pana, nuevo no, pero poco usado, camisa de cuadros. Y la voz, que apenas le ha salido, como un grillo engripado. A punto está de darle con la puerta en las narices. No lo hace, sonríe, como solo ella sabe cuando quiere y, él, abre los ojos, más si cabe.

Hola, pasa, es un poco pronto, hasta la una no tenemos la hora. ¿Dónde tienes la maleta?

¿Qué maleta?

¿Cuál va ser? La tuya, con tu ropa.

No traigo maleta, para qué, ya voy vestido. Por un día que tengo que estar aquí y sin hacer faena, no necesito nada.

Pepa le mira con atención “este tío es tonto”. Es lo que piensa, pero no lo que dice.

Hombre, por si te querías vestir un poco para el acto.

¿Qué acto?

La boda, nos casamos hoy.

Sí, ya. ¿Hay que vestirse especial? Esta chaqueta es la de los entierros. A diario me pongo la otra y, el pantalón lo mismo, cuatro o cinco veces me lo he puesto. ¿Te parece mal?

No, vas perfecto, total, tampoco nos van a pasar revista. ¿Nos vamos y tomamos un café? Antes de entrar, ¿te parece?

Lo que quieras, yo no tomo café a estas horas. Ya me tomé lo mío en casa.

Pepa se pone la gabardina, le observa a través del espejo. Él no le quita ojo, la mira y la mira, serio, sin pestañear. No sabe qué pensar de este hombrecillo, pues ni hombre le llega a parecer. No hay un gesto en él que le indique, qué puede estar pensando o sintiendo.

El roto de la media, enorme; pero no va a ponerse otras, como no se ve, pues la falda lo cubre, decide salir de esa guisa. La gabardina cubre hasta media pierna, aunque ensanche, no se verá y, total, su acompañante, no parece muy exigente en el vestir.

Salen de la pensión y Pepa llama a un taxi, en silencio llegan a los juzgados, Pepa paga la carrera. Entran al bar, ella va delante; él, un paso detrás.

¿Tomas algo, o qué?

Agua, un vaso de agua.

En la barra, en silencio, cada uno toma lo que ha pedido, Pepa enciende un cigarrillo, él la mira, no dice nada.

¿Tú fumas?

No, yo no he fumado nunca.

Haces bien, no es bueno para la salud, ni para el bolsillo.

Y, ¿por qué lo haces?

Porque me gusta, todos hacemos algo, que no es bueno, solo porque nos gusta.

Yo no.

Tú no, qué.

Yo no hago lo que no es bueno.

Pepa le mira, insiste.

Todos, seguro que hay algo que haces que no está bien.

No, nada.

Pepa, se cabrea, pensando que va de santurrón.

Tirarte a las ovejas, ¿te parece que está bien?

Eso es normal, todos lo hacen, no es malo.

Increíble le parece. Lo dice convencido, completamente en serio.

Eso es antinatural.

En mi pueblo es normal.

Pepa, aplasta el cigarrillo en el cenicero, ha mirado el reloj, faltan unos minutos, saca el monedero para pagar, pregunta al camarero lo que debe.

Un euro.

Él, le sujeta el brazo.

Yo pago.

Todo un detalle, piensa Pepa, que tiene la sensación de que no va a ser nada fácil vivir con este hombre.

Les toca el turno, dos funcionarios hacen de testigos, tras apenas unos minutos ya están casados. El anillo de Serafín le viene grande, después de la ceremonia se lo quita, hay que cambiarlo. Pepa sorprende las sonrisas de los funcionarios, les manda una mirada furibunda que les deja secos. Salen, en silencio. Respira hondo al pisar la calle. En el segundo escalón, resbala y cae al suelo. Él, se apresura a recogerla.

¿Te has hecho daño? Esos zapatos no son buenos para andar.

¡Joder! Me duele el tobillo, los zapatos son perfectos, pero este suelo es resbaladizo y más con la lluvia.

Pues por eso, si llueve tienes que llevar botas o chanclos.

Sí, o descalza; me he puesto la falda perdida. Vamos a la pensión, tengo que cambiarme, vaya manera de empezar.

Cojeando llega a la pensión, ni corta ni perezosa, se desnuda murmurando entre dientes por la mala suerte. Serafín, colocado frente a la ventana, mirando a la calle, ni una palabra. Pepa se frota el tobillo con una crema y se pone unas deportivas; pantalón, suéter de lana y el abrigo viejo. Salen, en silencio. Ella, a gritos por dentro

Me podía haber ahorrado todo, para lo que me ha servido, encima el tobillo hecho polvo.”

Vamos a comer, ¿quieres ir a algún sitio en especial o, vale cualquiera?

Lo que quieras, yo no conozco Madrid.

No claro, cómo va a conocer Madrid, si no conoce a una mujer. La madre que lo parió, menudo ceporro. Pues se va a joder, le va a costar un huevo la comida.”

Al final entran en un restaurante cercano, no tiene ganas de andar, le duele el tobillo. Pide la carta, no siendo de los caros, el menú no baja de los cuarenta euros.

Mira a ver qué quieres. Yo de primero una sopa y, luego pescado. Pero... no has abierto la carta, ¿qué pasa?

Yo no entiendo, pide tú, lo que quieras, como de todo.

Pepa suspira “éste, ni habla, ni piensa, menuda me espera”.

Ni una palabra durante la comida, ella pide postre; él, come sin respirar siquiera, ni ha usado el cuchillo para nada.

Por lo menos, no come con los dedos, aunque me extraña, seguro que en casa ni usa el tenedor”

Llega la cuenta, total noventa y cuatro euros. Pepa la mira y, tranquilamente le dice.

Paga y deja un par de euros de propina.

¿Propina, por qué?

Porque es costumbre dejar algo para los camareros.

¿No cobran jornal? Con lo que cobra el amo, por lo que nos han puesto, les puede pagar un buen jornal. Con este dinero se puede comer el mes. Pero si tú lo dices, dos euros para el camarero. Ahora, ¿qué tenemos que hacer?

Hacer, como hacer, ya nada, hasta mañana que vayamos al notario. Te he reservado habitación en el hostal. En la pensión no dejan entrar a dormir a nadie que no esté alojado. Si quieres ver algo de Madrid, vamos a donde quieras.

Para qué, ¿qué hay que ver?

Nada, aquí no hay nada que ver. Supongo que nada que pueda interesarte, porque, ¿qué te gusta a ti: el cine, el teatro, los conciertos, los museos, los monumentos, las tiendas. Quieres comprarte algo de ropa o, cualquier cosa? Puedes comprar de todo.

Ropa tengo, no necesito nada. A lo otro que has dicho, no voy nunca. Como hace mal tiempo, si quieres ir al cine, vamos, lo que tú quieras. Por mí, nada, no necesito nada.

Pues, por mí tampoco, vamos al hostal. Primero pasaremos por la joyería a cambiar el anillo.

En silencio todo el recorrido, suben a la habitación. Serafín lo mira todo sin hacer comentario. Pepa se ha sentado en una butaca, ha encendido un cigarrillo.

Se pregunta qué tiene que hacer, si quedarse o marcharse. Mira a su “marido” esperando que diga algo, él se ha sentado en otra butaca y, contempla el vacío.

Silencio.

A Pepa le pone nerviosa, acostumbrada a manejarse entre hombres, a ir rápida al “asunto”. Ahora se siente como cohibida, por este hombre silencioso, feo. Porque le parece feo de verdad, que no tiene media bofetada y, sin embargo, algo hay en él, que la corta, le impone un cierto respeto.

¿Quieres que me quede, o que me marche?

No sé, lo que tú quieras.

¿Quieres hacerlo ahora o, más tarde?

¿Hacer el qué?

Pepa se siente derrotada, no puede con él. Le irrita la forma de contestar.

Pues eso, qué va a ser, joder. Si quieres joder ahora o después.

No, hoy no me toca, lo hice ayer. Mañana o pasado, tres veces a la semana. Si te parece bien, o, ¿es mucho para ti?

Una carcajada es la respuesta, Pepa, no ha podido aguantarse. “Este tío es rematadamente tonto”

Perdona, me ha hecho gracia, ¿tú sabes cuál era mi trabajo?

Sí, te oí por la radio. Pero eso, era trabajo, ahora es distinto. Lo que tú quieras, no es obligado como el trabajo.

Bien, si no es obligado y, además, hoy no te toca, pues lo haremos cuando te toque. Tres veces a la semana, me parece bien. ¿Entonces, ya no lo harás con las ovejas?

No, claro, si tengo que hacerlo contigo, no puedo hacerlo con las ovejas.

Bien, bueno. Luego tendrás que cenar, ¿quieres que cenemos juntos o, te apetece cenar solo?

Si estamos casados, tenemos que cenar juntos.

De acuerdo, cenaremos juntos. Dormir, ¿cómo lo hacemos?

Juntos, es lo que toca. ¿No es costumbre aquí?

Sí, sí lo es. Entonces quiero ir a la pensión, recogeré alguna cosa. Las maletas ya las cogeremos mañana, no tenemos que ir con ellas arriba y abajo.

Bien, pues vamos.

Mejor cuando salgamos a cenar, aprovechamos, es poco lo que necesito.

Como quieras.

¿Te molesta si pongo la tele?

No, lo que quieras.

Así que, el resto de la tarde, viendo la tele los dos, en silencio. Pepa con los pies encima de la cama, fumando de cuando en cuando un cigarrillo y, no queriendo pensar, adormilada. Serafín, sentado, sin moverse en todo el rato. De pronto, la sorprende con un carraspeo.

Oye, Pepa, ¿aquí dónde se puede mear? Desde que lo hice en casa, que no lo he hecho. Yo estoy acostumbrado a echar la meada varias veces al día.

Pepa le mira, con los ojos a cuadros, tiene ganas de reír, pero no lo hace, se levanta y le coge de la mano. Le acompaña hasta el cuarto de baño, abre la puerta, enciende la luz, levanta la tapa del váter.

Tú mismo, ¿podrás sin ayuda?

Sí, claro, no sabía que estaba esto aquí.

Eterna es la meada, como grifo, a pleno chorro. Ya sentada, Pepa escucha resignada.

Esto solo me puede pasar a mí, el más tonto del pueblo. No sé, si será el más rico, pero el más tonto seguro que lo es.”

Salen a cenar, un bocadillo de calamares para cada uno; ella, bebe cerveza; él, agua. Ella, toma café; él, manzanilla. Pasan por la pensión, Pepa coge lo que necesita, incluido el camisón. No el comprado expresamente para esa noche, de seda, de color champaña. Uno usado de punto, lila, como una camiseta larga, con una señal de prohibido detrás a la altura de las nalgas.

Llegan al hostal, Pepa se mete en el baño, se ducha y sale con el camisón. Él, sentado en la butaca, se levanta sin mirarla, entra al baño y, sale desnudo. Pepa está en la cama, le mira.

Santa Magdalena Bendita, qué tranca, ¿de dónde la habrá sacado? Parece mentira con ese cuerpecillo.”

Pepa no le ha quitado la vista de encima, sin disimulos. Él se mete en la cama a su lado y, con su vocecilla, disculpándose.

Siempre duermo desnudo, si te molesta me pongo el calzoncillo, lo que quieras.

¿Por qué me va a molestar?

Como me mirabas, he pensado que no te gustaba verme así.

Te miraba porque, he visto muchas vergas, pero ninguna como la tuya.

Pues se hace más, ya sabes.

Sí, ya sé, puedes estar seguro que lo sé.

Te parece bien o mal.

Depende de cómo funcione, así de entrada me da igual.

Funcionar, funciona bien.

El que te funcione bien para ti, no significa que lo sea para mí, ya te lo diré. Apaga la luz. Buenas noches.

Buenas noches.

CONTINUARÁ...